Fue la única de todos sus vástagos que siguió sus pasos y se convirtió en una de las dramaturgas más importantes de su tiempo
Marcela del Carpio había nacido el 8 de mayo de 1605 en Toledo. Era hija natural de Lope de Vega y la actriz Micaela de Luján por lo que fue registrada como hija de padres desconocidos. A pesar de ser fruto de una relación extramatrimonial, tanto ella como su hermano Lope, recibieron la atención necesaria en sus primeros años de vida. En aquel tiempo, los dos niños vivieron bajo la protección de una sirvienta llamada Catalina con la que permanecieron hasta 1613, año en el que se fueron a vivir con su padre.
Allí vivió Marcela junto a Lope, su esposa y sus hermanastros hasta que en 1621 decidió ingresar en el convento de San Ildefonso de las Trinitarias Descalzas de Madrid. Tenía entonces dieciséis años. Un año después, profesaba como religiosa tomando el nombre de Sor Marcela de San Félix.
Sor Marcela tuvo una vida muy activa dentro del convento. Además de ejercer como prelada en varias ocasiones, asumió los cargos de maestra de novicias, refitolera, gallinera o provisora. Entre sus tareas y las horas de rezo y meditación, sor Marcela aún tuvo tiempo de escribir una amplia producción literaria y teatral. Sus obras, de carácter religioso, eran interpretadas dentro del convento con motivo de celebraciones del calendario litúrgico o para celebrar aniversarios.
Durante el tiempo que sor Marcela vivió con su padre debió tomar buena nota de los entresijos de la métrica pues su obra se convirtió en todo un referente e inspiró a otras religiosa de su mismo convento y de otros centros religiosos de España e Hispanoamérica. Monjas como Sor Francisca de Santa Teresa, de la misma orden que sor Marcela, como sor Ignacia de Jesús Nazareno, Sor Luisa del Espíritu Santo o la gran sor Juana Inés de la Cruz, siguieron los pasos literarios de la única hija de Lope de Vega que se sintió atraída por las letras.
De toda la obra literaria de sor Marcela una parte se perdió porque ella misma, a instancias de su confesor, decidió quemarla. Pero otra se salvó y aún se conversan algunos de sus romances, seguidillas, décimas, villancicos y seis obras de teatro conocidas como coloquios espirituales.
Su padre no se olvidó de sor Marcela y durante años fue un asiduo visitante del convento de las Trinitarias a donde acudía para interesarse por su hija. Ambos mantuvieron una estrecha relación que solo terminó a la muerte del gran escritor en 1635. Tanto amaba a su padre que sor Marcela pidió que el cortejo fúnebre pasara por delante del convento para que pudiera darle el último adiós. Escena conmovedora que fue inmortalizada en el siglo XIX por Ignacio Suárez Llanos en un cuadro que custodia en Museo del Prado.
Sor Marcela de San Félix viviría unos años más, hasta 1687, años en los que continuó viviendo una vida de entrega, oración y producción literaria que la convirtieron en una de las escritoras más importantes del siglo XVII.