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¿Dónde está la línea roja entre ser independiente y ser indiferente?

indifference
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Orfa Astorga - publicado el 25/06/19
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Cómo dejar de asociar la madurez e independencia al desinterés por lo ajeno.

En mi familia de origen, aprendí que las relaciones afectivas eran un estorbo para la realización personal, y que solo los débiles de carácter las aceptaban llevando el corazón en la mano. Que más allá de las relaciones convenientes que pueden establecerse entre las personas, no había nada: ni responsabilidad, ni acogida, ni donación al otro, ni preocupación o interés por su futuro…nada.

Solo sentido de conveniencia.

Y emprendí el camino hacia lo que consideraba mi independencia, en la que la importancia de las personas y sus circunstancias, se fue diluyendo en la medida en que aumentaban mis capacidades, fortalezas y éxitos.

De esa forma, confundí la independencia de sentir y pensar sobre mis posibilidades y limitaciones personales, con la absoluta indiferencia respecto del interés por los demás, y a punto estuve de perderme en ello.

Recuerdo que con un orgullo malsano pensaba de propios y extraños: ¿Por qué va interesarme lo que piensen esos mediocres?, ¿Por qué me han de conmover sus comentarios?, ¿sus éxitos o fracasos?, ¿Por qué ayudar e involucrarme? no, por supuesto que no, yo era de otro nivel como personalidad adulta y realizada que debía marcar distancia ante lo ajeno.

Así demeritaba el amor a mis semejantes, mientras que ingenuamente suponía que tarde o temprano encontraría el amor de mi vida. Que sería en el momento ideal y en la persona ideal, subyugados ambos en nuestras respectivas “autorrealizaciones”…como en las películas.

Solo que las películas, algunas veces,  suelen tener un triste final.

Un final al que comencé a temer, pues en la cumbre de mis éxitos profesionales no había advertido hasta entonces, un vacío en mi interior del que ahora que resurgía una sed de amor al prójimo, que siempre había llevado dentro.

Y comencé a admitirlo.   

Fue en una fiesta anual de mi empresa, en la que una vez más vi bailar a matrimonios, a parejas de novios, o a felices amigos, desde la soledad de mi mesa, cuando comprendí que  el conflicto estaba servido por mis actitudes, pues ignorando, igual me ignoraban.

Entonces  me decidí a pedir ayuda especializada, en la que se me propuso aprender que se pueden asumir los lazos que crea el amor, conservando el equilibrio de una sana dependencia, así como una sana independencia.

¿Cómo lograr esta madurez de equilibrio qué desconocía?

Primero comprender, para saber vivir las clases de amor humano que existen necesariamente, como:

Caridad. Cuando se encuentra a un necesitado, el socorrerlo no se traduce en una relación personal estable o profunda, pues el necesitado desaparecerá de nuestra vista. Pero son actos de amor que no hacer crecer espiritualmente.

Amistad. Son relaciones que no se limitan a una ocasión o momento, sino que es una inclinación continuada, permanente y conlleva una cierta intimidad. Existe entre amigos, esposos, hermanos o demás familiares, cercanos o distantes físicamente.

Amor núbil. Se desarrolla en el noviazgo y es preparación para el matrimonio. Cuando avanza se desea la unión, pero aún no se decide, solo se percibe en un trato afectivo cada vez más delicado y profundo en el que se desea ser el mayor bien para el otro.

Amor conyugal. Se desarrolla en el matrimonio entre dos seres en cuanto varón y en cuanto mujer, y se ordena a unos fines específicos, que son la ayuda mutua, la procreación y educación de los hijos.

Luego, razonando sobre el cómo abrirme a estas bellas realidades, pude hacer propias tres verdades fundamentales para dejar de asociar la madurez e independencia al desinterés por lo ajeno.

Estas son:

  • El amor nos puede hacer vulnerables, pero el sentido de nuestra dignidad nos puede hacer mucho más fuertes.

Podemos amar, y sentir pena por quien vive en el error, más sin justificarlo y sin crear una dependencia que nos encadene. Somos libres de amar, pero siempre seremos libres respecto de quien se ama.

  • No se trata de ignorar a los demás sino de aprender a no depender de su amor o estima.

La opinión de los demás puede ser importante, pero no reflejan la verdad sobre nosotros mismos cuando lo que pensamos, decimos y hacemos, tienen como centro unos auténticos valores en todas las circunstancias de nuestra vida.

  • La verdadera independencia, no procede de la frialdad o el distanciamiento, sino de ser libres para amar.

Podemos abrirnos sin temor al afecto a los demás, pues el amor por ser libre no puede obedecer a la coacción, al solo interés o a la simple satisfacción de una necesidad. Por ello el amor bueno y verdadero no se vende ni se compra.

Gradualmente he logrado salir del individualismo arrogante, para descubrir el maravilloso mundo de la afectividad, pensando ahora si en la realidad encontrar un amor que me lleve a formar una familia.

Escríbenos a: consultorio@alteteia.org

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