Un día, un presidente expulsó a todo lo que oliera a católico en Venezuela… Pero unas monjitas, de la Congregación del San José de Tarbes, llegaron luego y fueron pioneras en ayuda humanitaria, labor que no han interrumpido en 130 años
Por los colegios de las religiosas de San José de Tarbes han pasado generaciones de jóvenes venezolanas. Las Hermanas de San José de Tarbes fueron llamadas para que se ocuparan de la salud por el gobierno del Presidente Juan Pablo Rojas Paúl. Ejercieron como enfermeras en el legendario Hospital Vargas y se cuenta que su labor era tan eficiente y exitosa que las familias caraqueñas les pidieron ir un poco más allá y dedicarse a formar a las jóvenes de la sociedad caraqueña.
El presidente Antonio Guzmán Blanco (1829-1899) era famoso por sus desencuentros con la jerarquía de la Iglesia Católica en Venezuela. Durante su primer gobierno -hacia 1873- , todo ello condujo a la confiscación de buena parte de las propiedades eclesiásticas y a la expulsión o disolución de órdenes religiosas, cierre de seminarios, claustros y templos y transfirió las cátedras religiosas a las universidades laicas, entre otras medidas autocráticas. Pero las hermanas del San José de Tarbes regresarían, apenas 16 años después.
Vinieron desde Cantaous – Francia a Venezuela. Fue el primer grupo religioso que llegó al país, luego de las expulsiones hechas por el Presidente Guzmán Blanco. Las 18 primeras religiosas dirigidas por la Reverenda Madre Saint Simón, llegaron a La Guaira, Venezuela, el 13 de junio de 1889.
La situación hospitalaria del país se encontraba desasistida de compasión y de amor al prójimo.
Rápidamente los venezolanos las acogieron, por su gran labor y fueron extendiendo su trabajo hacia el Centro del país. Tanto así, que la peste de viruela de 1898, la posterior peste bubónica y la gripe española que azotó al mundo, fueron atendidas en Venezuela por la generosidad de estas hermanas, para entonces llamadas cariñosamente por el pueblo como “Hermanas de la Caridad de San José”, pues arriesgaron sus vidas por salvar la de muchos venezolanos y siempre han puesto su corazón al servicio de Venezuela, su niñez y sus pobres.
Fueron pioneras en lo que hoy se llama “labores humanitarias”. Atendían con diligencia y amor todas aquellas urgencias de salud en una Venezuela que no había salido de la ruralidad, empobrecida por dos guerras cruentas, la de Independencia y la Federal, este último un conflicto intestino entre facciones de venezolanos que arruinó los campos y acabó con lo poco productivo que quedaba en pie. Y allí estaban las hacendosas monjitas, haciendo de tripas corazones pero cumpliendo.
Muchas pasamos por sus muros y no sólo nos inculcaron la cultura y distinción propias de una congregación procedente de Francia, sino la sensibilidad social y compromiso cristiano dentro de la sociedad que es su caballo de batalla a los largo de todo el proceso educativo tarbesiano.
Creció la congregación y de Caracas pasaron a Valencia, Barquisimeto y otras importantes ciudades de la provincia venezolana. Se establecieron, llevando cultura y distinción a las muchachas del país e imprimiéndoles un sello indeleble que se puede reconocer en cada una de las ex -alumnas. Formaron élites y líderes que hoy sirven a Venezuela desde diferentes áreas y especialidades. Crearon internados, externados, patronatos y un colegio emblema, el San José de Tarbes de El Paraíso –zona muy caraqueña en pleno centro-, el más antiguo y señorial, que recibía alumnas de todos los rincones del país.
A raíz del Concilio Vaticano II, se hicieron, también pioneras, de “una Iglesia en salida”. Sin dejar sus responsabilidades educativas, se fueron a las zonas populares para convivir directamente con la gente más sufrida e instalaron comunidades para manejar dispensarios de salud, escuelas populares y otras iniciativas en favor de los más necesitados.
En esos menesteres, sin prisa pero sin pausa, están celebran 130 años de presencia en el país.
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