El corazón se custodia en el silencio, en la oración, en la belleza y en la liturgia. Sin escapar del cansancio, del dolor, de la cruzCómo es difícil la custodia del corazón, distinguir las pasiones que alimentan nuestra alma de las que alimentan nuestro ego, saber cuál es el punto en que una palabra, una mirada, una queja, son demasiado, pasan de aquello que es legítimo a lo que envenena. A veces parece que avanzamos cayendo, en cada periodo de buenos hábitos y propósitos sigue un periodo de incumplimiento, quizá para recordarnos que no sabemos hacer nada solos y cualquier éxito, cualquier cosa hecha bien, no haría más que alimentar nuestra ilusión de subsistir por nosotros mismos. Somos, en cambio, siervos inútiles, y también un poco tontos. Y, sin embargo, el corazón sigue teniendo sed de Paraíso.
Durante los años he aprendido que el corazón se custodia en el silencio, la oración, la belleza y la liturgia. Con buenas lecturas y buenas conversaciones, buscando compañeros de camino que indiquen un punto alto por encima de nosotros. Caminando en los bosques o a la orilla del mar, cerca de las personas que la vida nos ha confiado. Mirando las nubes, el sol y las montañas. Sin escapar del cansancio, el dolor y la cruz.
Lo he aprendido y lo olvido cada vez, encontrándome en el pecho un corazón negro, pisoteado, estrujado. Que no puede dar un breve paseo solo sin volver a casa recubierto de lodo.