El daño que pueden hacer los prejuicios ideológicos
Desde hace largo tiempo, muchos son los ciudadanos de países occidentales que consciente o inconscientemente se han apropiado de prejuicios ideológicos sobre la religión, creyendo con certeza que las religiones son un producto del subdesarrollo económico y social, del atraso cultural y científico y por ello una clara expresión de la ignorancia y de una etapa infantil de la humanidad.
Incluso que la religión es un peligro para las libertades y la democracia, o que son fuente natural de violencia y discriminación.
Todos estos prejuicios, que no resisten el más mínimo análisis histórico y cultural, se han vuelto para muchos un lugar común en la mirada sobre lo religioso, particularmente en contextos donde corrientes laicistas han creado espacios de una profunda ignorancia en materia religiosa, de indiferencia e invisibilización de lo religioso en la vida pública. Más que pensar una sociedad laica, han pensado una sociedad sin religión que es completamente irreal.
A lo largo del siglo XIX muchos pensadores europeos estaban convencidos que el triunfo de la razón ilustrada y del avance científico iría acompañado de la progresiva desaparición de las religiones. Todavía hoy quienes piensan esto, ven con excesivo recelo cualquier aparición pública de actores religiosos. Aunque también en esos años muchos creyentes asumieron ese conflicto y tomaron posturas defensivas, integristas y hostiles hacia todas las ideologías políticas que cuestionaran la fe religiosa. El exclusivismo de algunas posturas religiosas les permitía vivir en un gueto social, menospreciando la participación en lo público, salvo que pudieran imponer sus ideas a toda la sociedad.
Hoy la realidad social, cultural, religiosa y política ha vivido transformaciones inimaginables hasta hace pocas décadas y quienes analizan las sociedades secularizadas comienzan a reconocer que las religiones desempeñan un papel fundamental en la construcción de la sociedad y en la vida pública (J. Habermas, Ch. Taylor, J. Rawls), desde sus aportes específicos de cultura, educación, espiritualidad, ética y solidaridad.
Al mismo tiempo muchas comunidades religiosas comenzaron a participar en pie de igualdad en el diálogo político y en el diálogo interreligioso, con una actitud de escucha y comprensión mutua, en la lógica de sumar y aportar a la construcción de ciudadanía y del bien común.
Pero esto no sucede de igual modo en todos los países, ni siquiera dentro de un mismo continente. En los países de tradición cristiana las iglesias ya no son un actor “privilegiado”, ni lo serán. Y hay quienes reciben sin temor el aporte de las religiones como un elemento positivo en la vida democrática, pero hay quienes viven todavía con los prejuicios del siglo XIX, viendo en la religión un mal social. Muchos de los problemas con respecto a las religiones están relacionados con el desconocimiento sobre las mismas y los reduccionismos ideológicos desde donde se las ha intentado comprender.
El derecho a saber
Recibir una educación integral es un derecho humano y lo religioso no solo es una dimensión constitutiva de lo humano, sino también una parte fundamental de la cultura, de las sociedades y de la historia de la humanidad. Ignorar esta dimensión, así como su diversidad de expresiones a lo largo de la historia, es privar a las personas de un derecho cultural y condenarlas a la ignorancia. Hasta los ateos y agnósticos tienen derecho a conocer claves interpretativas para abordar su historia, su cultura y las religiones con las que conviven.
Las consecuencias de la ignorancia religiosa son especialmente dos: los prejuicios por desconocimiento que llevan a una constante discriminación religiosa, y la ingenuidad ante propuestas pseudorreligiosas que se aprovechan del desconocimiento de las personas, dando lugar a situaciones de abuso y estafas a los más vulnerables de la sociedad.
A esto podríamos agregar la incontable cantidad de profesionales que al momento de abordar el fenómeno religioso no cuentan con elementos para una interpretación que de cuentas de la compleja y profunda realidad de las religiones.
¿Cómo interpretaría el conflicto palestino-israelí un politólogo que no conozca la historia de las religiones? Seguramente lo reduciría a un fenómeno político o económico por carecer de otras categorías de comprensión. ¿Cómo interpretaría un periodista un cambio doctrinal en la Iglesia Católica si desconoce 2.000 años de pensamiento teológico? Seguramente lo lea como una estrategia de marketing o como una decisión política.
¿Cómo entender el interés de los evangélicos neopentecostales en la política sin conocer la teología y la cosmovisión pentecostal latinoamericana? ¿Cómo trabaja alguien con inmigrantes si desconoce su cultura, sus costumbres y prácticas religiosas? ¿Cómo puede comprender un sociólogo las transformaciones de la religión en su país si desconoce su historia y sus doctrinas? ¿Si estudiamos corrientes de pensamiento que hoy pocos profesan, por qué no estudiamos las doctrinas que profesan millones de seres humanos y que configuran su vida personal, social, cultural y política?
Ampliar la mirada
Crecer en una cultura de la comprensión y el respeto, del diálogo y la apertura a la diversidad cultural y religiosa, requiere una toma de conciencia del peligro que encierran todos los modos de intolerancia, discriminación y fanatismo. En este contexto se vuelve necesario y fundamental incluir en la educación pública, desde primaria hasta la formación terciaria, el conocimiento de lo religioso y de la historia de las religiones.
El estudio de lo religioso y las religiones no debe ser confesional, ni proselitista, ni apologético, sino crítico y científico. Al mismo tiempo debe prestar atención a lo específico del conocimiento y del lenguaje religioso, que supone el debido análisis de la experiencia religiosa y el lenguaje simbólico, con una interpretación específica que exige la comprensión de todo lo relativo al mundo de las religiones. Consiste en enseñar creencias, no a creer; en estudiar la religión, pero no predicarla en el aula. Estudiar la religión y las religiones implica no adoctrinar en sus contenidos, sino educar en su comprensión y análisis interdisciplinario. La educación confesional corre por cuenta de las propias religiones como una opción libre de los creyentes. Pero no se debe confundir el estudio de las religiones con el adoctrinamiento religioso.
El estudio desde las ciencias de la religión (historia de las religiones, filosofía de la religión, sociología de la religión, psicología de la religión, antropología de la religión, fenomenología de la religión, etc), exige la autonomía de metodologías propias y de una aproximación interdisciplinaria no reduccionista. El pluralismo de análisis permite comprender la complejidad y profundidad de la dimensión religiosa en el ser humano y de sus diversas expresiones históricas y culturales.
No puede reducirse la diversidad y pluralidad de religiones y manifestaciones del fenómeno religioso a “elementos comunes a toda religión”, ya que esta visión intentaría reducir lo religioso a una ética común o a ciertas creencias comunes, negando que la especificidad de cada religión es mucho mayor que lo que tiene de común con otras.
Conocer la influencia de las religiones en los valores que han configurado las culturas nos permite comprender, no solo las raíces de nuestras ideas, sino también las de otras culturas a las que no siempre sabemos interpretar adecuadamente.