Un 25 de julio nació la que sería capital venezolana y su nombre tiene que ver con una tribu y una flor
Exige más construir una ciudad que fundarla pero el día en que se colocaron los maderos que la establecieron pasa a la historia como una especie de mogote que recuerda los orígenes.
Caracas ha vivido de todo. Ha conocido la gloria, ha pasado por momentos duros y hasta fue remecida y casi destruida por fuertes movimientos sísmicos, dos de los cuales, 1812 y 1967 resultaron devastadores. El primero la dejó en ruinas y en el segundo murieron miles de personas. Pero Caracas siempre se ha levantado con garbo y dignidad. Hoy, languidece bajo el ataque sostenido del Socialismo del Siglo XXI, más devastador que un terremoto.
Los antecedentes de la fundación de Caracas se originan en el hato ganadero de San Francisco, que en 1560 estableciera el mestizo Francisco Fajardo. La fundación se efectuó a partir de otra población previa fundada en la costa de Caracas por el mismo Fajardo, y como consecuencia de sus intentos de poblar el valle de los Toromaimas o de San Francisco, para apoyar y defender la explotación de minas de oro descubiertas el año previo en el área cercana de Los Teques, donde habitaba el Cacique Guaicaipuro.
Después de aquel 25 de julio de 1567, en que Diego de Losada clavó una cruz y agitó una bandera diciendo “Aquí es”, es mucha el agua que ha corrido bajo el puente…o que ha circulado río abajo, en el caudaloso Guaire que divide la ciudad en norte y sur y circula a todo su largo, de este a oeste. A su ritmo, el fluir de la ciudad tampoco se detuvo, sino que siguió creciendo, llegando a ser, después de más de cuatro siglos, la Caracas de hoy.
“En ese tránsito de la ciudad desde el siglo XVI hasta este siglo XXI, todas las grandezas y miserias humanas han iluminado y ensombrecido el paso del hombre. Aquí comenzó el viento de la Independencia que se propagó por todo el continente. De aquí salieron Simón Bolívar y sus soldados a guerrear por la libertad de la gran patria suramericana. Y aquí también por momentos se desconoció al héroe, se fraguaron contiendas civiles, se han impulsado despotismos. Es Caracas, afirmándose más allá de las penumbras y de los mediodías de la historia”, escribió en su columna semanal Carlos Canache Mata, ex presidente de la Cámara de Diputados.
Sobre su nombre
Caracas era el nombre de la tribu que habitaba el valle de los Caracas, uno de los valles costeros contiguos a la actual ciudad por su norte. Sin embargo, son varias las teorías sobre la fuente que llevó al nombre de Santiago de León de Caracas.
La más generalizada es la de que la ciudad lleva el nombre Santiago en honor a Santiago el Mayor, por ser el apóstol tradicional de la reconquista española, que era el santo militar de España, Santiago «el matamoros», lo que sirvió como guía espiritual en la lucha contra los nativos. León, en honor al apellido del gobernador de la Provincia de Venezuela para la época, Pedro Ponce de León; y Caracas por los aborígenes que poblaban la provincia al momento de la fundación.
Existe también la teoría de que Santiago de León proviene de los orígenes antes mencionados pero que el nombre de Caracas fue tomado de una flor que los indígenas llamaban “caraca”, que abundaba en el valle donde hoy está la ciudad. Esta flor, en verdad una hierba, también llamada localmente como “pira”, es el conocido amaranto, que tiene un alto valor nutricional por su alto contenido en proteínas.
El nombre perdura hasta nuestros días
Hubo muchos intentos de fundar a Caracas, todos fallidos hasta que, en 1557, llegó a este extenso valle custodiado por el imponente cerro El Ávila, una expedición proveniente del centro occidente del país precedida por el capitán español Diego de Losada, que logró la fundación de un pueblo con el nombre de Santiago de León de Caracas.
Y fue fundada, expresamente, cerca del día en que España venera al santo. En definitiva, lo que parece más aceptado entre los cronistas es que el nombre Caracas la toma el capitán poblador del nombre de la provincia, y este proviene a su vez del nombre de una etnia de su costa.
De los techos rojos al enjambre de acero
Son 452 años y una altura que no es apta para cardíacos, 2.600 metros sobre el nivel del mar donde se enclava una de las extensiones más importantes entre las ciudades del territorio venezolano, una moderna urbe entre las más pobladas el país.
Durante la época colonial, la capital era una ciudad tranquila, hermosa, caracterizada por profusión de vegetación –que hoy conserva en gran parte de sus calles, plazas y avenidas- y una arquitectura que llamaba la atención por sus techos de barro cocido en forma de tejas alineadas artísticamente, razón por la cual se la conoció como “la ciudad de los techos rojos”.
Hoy, del centro de la gran urbe han desaparecido esos bellos y solariegos techos y han sido sustituidos por modernos edificios, mayormente de oficinas.
Una “sultana” monitorea el valle
También se la conoce como “La Sultana del Ávila” por estar cobijada bajo la sombra de esa inmensa cordillera desde la cual parece vigilar la agitada vida que discurre a sus pies, ese pulmón vegetal que permite respirar a los caraqueños por ser puro oxígeno natural declarado patrimonio y sobre cuyas faldas no es permitido que trepen edificaciones de ningún tipo. Pero el valle es ancho y largo y crece hacia los lados.
Desde siempre, Caracas fue una ciudad que inspiró. Arquitectos, pintores, músicos y poetas han sucumbido bajo su seducción. “Ahora –continúa el cronista-, ha llegado a sus 452 años, después de noches y auroras, tentada por el reto de sus problemas y por el compromiso del porvenir. Ha crecido tanto, al extenderse al pie de ese olimpo suyo que es El Ávila –el Guaraira Repano de tanta resonancia indígena- que ya le queda estrecho el valle.
Es como una tumultuosa exhalación alineada entre sus montes. Altos edificios apuntan su cielo sorprendido y lleva su corona de espinas de ranchos trepados en los cerros, con altiva mirada intemporal tendida hacia el futuro”.
Cuando la vista está nublada, mirar hacia el norte y contemplar El Ávila, es como una gota-colirio que aclara y refresca. Cuando estamos “cansados de ver la tierra que no cambia”, como cantaba Neruda, ese cerro bendito representa la esperanza, la mole que protege y la naturaleza salvaje que, sembrada en plena ciudad, reforesta los espíritus y calma las ansiedades.
La estrofa más famosa del himno nacional alude al protagonismo capitalino en la gesta independentista: “Seguid el ejemplo que Caracas dio”. Así que no es difícil vislumbrar su rol contra la última dictadura que desde hace 20 años tiene embridado al país: Caracas está y estará en la faena de la vuelta a la libertad y la democracia.
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