Se ha convertido en una hermosa costumbre católica que los padres consagren a sus hijos a Nuestra Señora, la Santísima Virgen María después del bautismo; incluso, la costumbre incluye elegir a una madrina para el niño en esta consagración. ¿Eso tiene sentido? ¿Es válido?
¡Sí, claro que lo es! La Iglesia recomienda nuestra consagración a Nuestra Señora todos los días de nuestras vidas. La razón es muy simple y clara: ella es nuestra Santísima Madre. Al pie de la Cruz, antes de entregar Su Espíritu al Padre, Jesús nos dio a su Madre para ser nuestra Madre. Esto no es poco, ¡es mucho! Si Jesús lo hizo, es porque lo necesitamos.
Jesús nos dio a su madre como nuestra intercesora
Todos los Papas y santos ven a san Juan representándonos a cada uno de nosotros en ese momento en que Jesús entrega a su madre.
Entonces el evangelista dijo: "El discípulo la llevó a su casa" (Juan 19, 27), porque ella ya no tenía a su José ni a más familia. San Juan la llevó a Éfeso, la gran ciudad romana que fue la capital de la provincia romana de Medio Oriente. San Juan fue allí para evangelizar esa enorme ciudad que tenía alrededor de 300 mil personas, y se llevó a la madre de Jesús.
Intercesión de los santos
Ahora, si Jesús nos dio a su Madre para ser nuestra Madre, es porque la necesitamos para nuestra salvación. Los santos Doctores, como san Agustín, san Bernardo, san Alfonso María de Ligorio, san Pedro Canisio, san Roberto Belarmino y otros, son unánimes al decir que todas las gracias que Dios otorga a los hombres -incluso aquellas obtenidas por intercesión de los santos- vienen a nosotros a manos de María. Por eso se la llama la Mediadora de todas las gracias, nuestra abogada.
Al igual que la gran gracia que recibimos del Padre -Jesús nuestro Salvador que vino por María- así también todas las otras gracias nos llegan por ella.
Los santos son unánimes al afirmar que ninguna intercesión ante Dios es tan efectiva como la intercesión de la Virgen María por nosotros. Además, sabemos que Dios le ha dado el poder y la misión para aplastar la cabeza de Satanás (Gn. 3, 5), que quiere apartarnos de Dios mediante el pecado. Es la Santísima Virgen quien nos protege de sus malos ataques. Esta es una razón fuerte para consagrarnos a ella.
La protección de María
De una manera especial, consagrarle a ella un hijo después de su bautismo tiene un significado muy especial. Por el bautismo sabemos que Dios, a través de la muerte y resurrección de Cristo en la que participa el niño, es rescatado de las manos del maligno para que pertenezca ahora a Dios y a su Iglesia.
Sin lugar a dudas, la Virgen (madre de la Iglesia) en este momento da la bienvenida a este niño en sus brazos poderosos y le protege, cuidando su vida para que siga los caminos de Dios.
Por algo la letanía Lauretana la invoca como: Puerta del cielo, Refugio de los pecadores, Consoladora de los afligidos, Ayuda de los cristianos.