El ave fantástica del fénix no ha dejado de poblar el imaginario humano desde la más remota antigüedad. Aunque todos los relatos sobre este maravilloso animal han alabado su esplendor, es sobre todo su facultad para renacer de sus cenizas lo que le ha ganado tan amplia reputación. Esta resurrección será comparada con la de Cristo por los primeros cristianos y en la Edad Media, que no tardarán en desarrollar múltiples símbolos omnipresentes en el arte cristiano.
Este curioso y legendario animal, el fénix, pájaro quimérico parecido al águila, es mencionado en la Biblia en el libro de Job: “Moriré en mi nido, multiplicaré mis días como el ave fénix”. Sin embargo, curiosamente, aunque solamente es mencionado una vez en la Biblia, ocupa un destacado lugar entre los muchos animales presentes en capiteles y demás representaciones artísticas en nuestras iglesias. ¿Cómo explicar, pues, esta presencia?
El nacimiento de esta ave mítica se encontraría en India o en Arabia y tendría una longevidad de 500 años al menos. Al final de su vida, arde sobre un altar en sacrificio y de ese fuego nace un gusano que, al tercer día, da vida de nuevo al ave resucitada. Este relato de profunda simbología, fuente de vida y de renacimiento, no podía dejar indiferente al pensamiento cristiano. Egipcios, griegos y romanos hicieron uso de esta evocación rica en significados sobre el eterno retorno y la vida que renace sobre sus cenizas, pero también los Padres de la Iglesia comprendieron la elevada carga simbólica del fénix.
La Resurrección de Cristo
En efecto, los Padres de la Iglesia supieron apoyar pronto sus comentarios sobre la Resurrección de Cristo en la leyenda del fénix, en un sorprendente sincretismo de fe y paganismo. Clemente Romano, Papa y primer Padre apostólico de finales del siglo I, después de recordar el relato mítico del ave de las cenizas, concluye en su Primera Carta a los corintios: “¿Acaso juzgaremos que es cosa grande y admirable el que el Creador de todas las cosas haga resucitar a aquellos que le sirvieron santamente y en la esperanza de su buena fe, cuando por un ave nos manifiesta la magnificencia de su promesa?”.
Tertuliano, el gran teólogo de Cartago, es aún más explícito cuando recuerda: “Dios mismo lo ha declarado en la Escritura: ‘Se renovará como el Fénix’; es decir, se levantará de la muerte y de la tumba, para que creas que la substancia del cuerpo puede recobrarse, incluso de las llamas. El Señor afirmó que ‘valemos más que muchos pájaros’. Si no valemos también más que el Fénix, la ventaja es mediocre”.
Cirilo de Jerusalén, Ambrosio de Milán y muchos otros autores de renombre subrayaron también la riqueza del mito del fénix simbolizando idealmente la Resurrección de Cristo a partir de su muerte libremente aceptada.
Un animal omnipresente en el arte sacro
La enorme fuerza simbólica asociada a esta fabulosa ave de fuego y cenizas explica su omnipresencia en el arte cristiano. La riqueza incluso de las representaciones cristianas del fénix sorprende todavía en nuestros días, visto el grado en que esta leyenda supo cobrar vida a través de numerosos artistas desde los primeros tiempos del cristianismo. El arte de las catacumbas ofrece las primeras imágenes impactantes de un Cristo-Fénix, al igual que un mosaico en San Juan de Letrán en Roma, sin olvidar un gran número de lámparas de aceite.
Los bestiarios de la Edad Media lo representaron, por su parte, como un poderoso pájaro semejante a un águila de colores vivos que iban del azul al rojo, con un penacho de plumas sobre la cabeza. Muchos manuscritos ilustrados medievales lo muestran con las alas desplegadas sobre su nido o sobre una pira en llamas, como signo de su victoria sobre la muerte en una alegoría manifiesta.
El canónigo y teólogo Hugo de Fouilloy, del siglo XII, le dedica un capítulo entero en su tratado sobre aves, con una miniatura elocuente del ave consumiéndose en su hoguera, indicio de que el símbolo permanecía aún bien presente.
En la misma época, Guillermo de Normandía advertía a sus lectores: “En este pájaro podéis escuchar a Nuestro Señor, que quiso descender hasta la tierra para nuestra salvación”, una salvación destacada en los sillares de la catedral de Poitiers, que datan del siglo XIII.
La heráldica haría de este animal legendario un signo de esperanza, de pureza y de castidad, de virtudes que se inscriben en un gran número de blasones. Incluso en la catedral de Notre-Dame de París adorna este símbolo de pureza el rosetón oeste; un signo de los tiempos, ya que aparece representado inmolándose en el fuego… Pero también es una representación simbólica, no lo olvidemos, de resurrección.