El lobo ha heredado en el mundo occidental una imagen negativa que en la Biblia no es excepción, donde se le describe como animal malvado y sinónimo de destrucción. Curiosamente, este retrato no fue siempre tan oscuro y las antiguas civilizaciones septentrionales presentaban al lobo a menudo como un animal de luz. Sin embargo, el lobo asociado al mundo pagano por los primeros cristianos conservaría esta imagen negativa y cruel que se opone a la del dulce e inocente cordero y oveja, una oposición muy viva aún en nuestros días…
En las culturas y civilizaciones precristianas, este animal era venerado en lugares como Egipto, donde el famoso dios con cabeza de lobo Anubis presidía los ritos funerarios y purificaba las almas para prepararlas para la inmortalidad. También estaba muy presente en la antigua Grecia, donde se le llamaba lycos y se asociaba a la luz.
Así, Apolo nació de su madre Leto transformada en loba por Zeus, un mito que se retomará también con la famosa loba que amamantó a Rómulo y Remo y marcó la fundación de Roma. ¿Podría ser esta asociación al mundo pagano romano la que favoreció la funesta imagen del lobo entre los primeros cristianos? Sería precipitado concluir algo así, ya que los textos bíblicos siempre han visto en el lobo a un animal funesto, como testimonian un gran número de referencias.
La calamidad bíblica
En efecto, la Biblia nunca adoptó una mirada condescendiente hacia el lobo. La ferocidad del animal se llega a citar hasta quince veces. Desde el Génesis, el lobo se presenta como un animal que hiere y devora a su presa. Más adelante, el libro del Eclesiástico asociará cordero y religioso en oposición a lobo y pecador. Finalmente, cuando Isaías evoca un mundo ideal, es uno donde “el lobo habitará con el cordero y el leopardo se recostará junto al cabrito; el ternero y el cachorro de león pacerán juntos, y un niño pequeño los conducirá”.
Incontestablemente, son la ferocidad y la bestialidad las que presiden en los textos bíblicos el destino del cánido que mata en manada, sin demora. Jeremías promete la destrucción por su intermediación de todos los que se aparten del camino del Señor, haciendo del lobo también un instrumento de la cólera divina. Esta oposición del cruel y feroz lobo frente a la inocencia tendría un largo recorrido e inspiraría un increíble número de fábulas o cuentos moralistas: Esopo, Fedro o incluso La Fontaine, con no menos de catorce fábulas, sin olvidar, claro está, Perrault y los Grimm con la célebre Caperucita roja.
El buen pastor frente al lobo
El Evangelio según san Juan presenta incluso un juicio directo de Jesús sobre el lobo. Estando Cristo hablando a sus discípulos, les enseña: “Les aseguro que yo soy la puerta de las ovejas. Todos aquellos que han venido antes de mí son ladrones y asaltantes, pero las ovejas no los han escuchado”. Jesús prosigue su enseñanza comparando los ladrones a los lobos que arrebatan la vida sin miramientos, mientras que “Yo soy el buen Pastor. El buen Pastor da su vida por las ovejas”.
Y prosigue: “El asalariado, en cambio, que no es el pastor y al que no pertenecen las ovejas, cuando ve venir al lobo las abandona y huye, y el lobo las arrebata y la dispersa”. El animal, el lobo, se opone así en este ejemplo directamente a la Palabra de Jesús. A diferencia de los cultos paganos, deja de ser luz, sino oscuridad resultante de su ferocidad. San Pablo prolongará esta enseñanza recomendando prudencia, porque “…después de mi partida se introducirán entre ustedes lobos rapaces que no perdonarán al rebaño”.
Eran tiempos difíciles para el cristianismo naciente, un periodo agitado donde la Palabra habría de transmitirse por los cuatro rincones de un mundo pagano hostil a esta novedad, una prudencia necesaria que también recordaría Mateo usando esta misma metáfora al asociar el peligro de los paganos y los romanos con los lobos. El lobo, decididamente, no tiene buena prensa, y su ferocidad y peligrosidad se refuerzan.
El lobo demonizado
No haría falta mucho más para que, a partir de la Edad Media, el lobo se asociará en la imaginación cristiana con el mismo diablo, como nos recuerda Melitón de Sardes: “El lobo es el diablo”. Un relicario de Brescia no duda en retomar esta imagen representando al buen pastor expulsando al lobo de su rebaño. El lobo deja de ser solamente un animal nefasto y feroz en el bestiario cristiano, sino que se vuelve demoniaco… Además, tampoco tardaría en brotar otra referencia al lobo durante la Edad Media, la de la licantropía, es decir, la metamorfosis de seres humanos en hombres lobo bajo la influencia del Maligno.
El lobo, siempre de actualidad
Hoy, aunque la presencia del lobo sigue siendo relevante con su reintroducción en Francia, especialmente en los Pirineos, suscita igualmente temores y preocupaciones derivados de este legado histórico todavía presente en la imaginación. La visión negativa del lobo no ha desaparecido tampoco de la imaginería y del bestiario cristiano actual. ¿Acaso el papa Francisco no nos ha animado recientemente a “anunciar el Evangelio a los pequeños y protegerlos de los lobos voraces”?