La antigua ciudad de Babilonia en Mesopotamia, al sur de Bagdad, fue clasificada el pasado 5 de julio como Patrimonio Mundial de la Unesco. Esta ciudad milenaria objeto de todas las fantasías y célebre por sus jardines colgantes, ya desaparecidos y considerados una de las Siete Maravillas del Mundo Antiguo, es nombrada con frecuencia en la Biblia.
Babilonia, antigua ciudad de Mesopotamia, que no era en sus orígenes más que una simple ciudad, se convertiría en el segundo milenio antes de Cristo en la capital de un gran reino. Un reino que llegaría a su apogeo en el siglo VI a.C. bajo el reinado del célebre Nabucodonosor II.
Fue él quien destruyó el templo de Salomón en el 587 a.C. durante el asedio de Jerusalén, provocando el exilio de muchos judíos a la ciudad de Babilonia. Un exilio grabado en la historia judía, como se recuerda en el salmo 137: “Junto a los ríos de Babilonia, nos sentábamos a llorar, acordándonos de Sión” (Sal 137).
A pesar de la ruptura con el reino de David, los judíos se levantaron y vieron la ocasión de reconstruir los cimientos de Israel. Según la tradición judía, el libro de las Lamentaciones de Jeremías habría sido escrito también en esta época. El biblista Pierre Gibert declara incluso que la Biblia habría nacido en Babilonia, “de esta experiencia del extranjero que fue casi mortal pero que los judíos transformaron en gracia divina”.
Incluso hoy en día, el exilio de Babilonia es conmemorado todavía por los judíos practicantes, y el Talmud de Babilonia, redactado por los judíos que permanecieron en la ciudad mesopotámica, es todavía una autoridad.
Para los judíos exiliados, Babilonia era una ciudad desmesurada, y el zigurat, la altísima torre erigida en el centro de la ciudad, era un símbolo del orgullo de los hombres. Su forma se retomaría también en el famoso episodio de la torre de Babel, evocado en el Génesis.
En efecto, después del Diluvio, cuando todo el mundo hablaba la misma lengua, los hombres comenzaron a construir una ciudad y una torre cuya cima habría de tocar el cielo. Sin embargo, Dios, con la voluntad de castigar a los hombres por su orgullo, confundió su lengua y los dispersó por la tierra. Así, se abandonó la construcción de Babel.
La imagen negativa de Babilonia, símbolo de decadencia, perduraría más allá del Antiguo Testamento y sería mencionada también en el Nuevo. En tiempos de los primeros cristianos, Roma fue calificada de “Gran Babilonia” por motivo de las persecuciones que hacía pesar contra los cristianos. En el Apocalipsis de san Juan, Babilonia se asocia a la “Gran prostituta”, la falsa religión: “Babilonia la grande, la madre de las abominables prostitutas de la tierra” (Ap 17,5).
En La Ciudad de Dios, san Agustín opone ciudad de Dios y ciudad terrenal, asociando Babilonia a la terrenal: “Que cada uno se pregunte sobre lo que ama, y descubrirá su ciudadanía. Y si se descubre ciudadano de Babilonia, que desarraigue la codicia y que plante la caridad. Pero si se descubre ciudadano de Jerusalén, que soporte la cautividad y espere la libertad”.