Una lección para mejorar en nuestras relaciones y mostrar más empatía con la familia y los que nos rodean.A todos nos ocurre que en alguna ocasión hemos juzgado precipitadamente a la persona que teníamos delante. Interpretamos las señales y rápidamente emitimos un juicio de valor, que nos puede llevar a un enfado y a la bronca.
Pero no siempre acertamos.
¿Te has parado a pensar que tu juicio precipitado te puede llevar a cometer errores? Que a veces son cosas sin importancia pero otras pueden generar un dolor en los que nos rodean y en nosotros mismos.
Para que eso no ocurra, contamos con la virtud de la prudencia, que nos ayuda a actuar de forma justa, adecuada y con moderación.
Para ser prudente
Tendré que informarme bien de lo que me han dicho o de lo que ha sucedido.
Debo reflexionar antes de emitir un juicio y actuar.
Si es necesario, preguntaré a otros para que me den su opinión sobre ese tema (teniendo en cuenta que sean personas con autoridad, por su experiencia o por sus conocimientos).
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Ponerse en el lugar del otro
Y hay una cuestión fundamental: la comprensión. Ponerse en el lugar del otro es una vía espléndida para hacerse cargo de lo que le ocurre y de por qué ha actuado de tal forma.
Por ejemplo, cuando un compañero de trabajo en una reunión se muestra a la defensiva y nada receptivo hacia las propuestas de otros colegas, antes de juzgarlo procura hablar con él y saber cuál es la razón por la que está así.
¿Cuántas veces has juzgado precipitadamente a una amiga, a tu pareja, a tu hijo?
En cambio, si tratamos de ser comprensivos, llegaremos a encajar mejor el comportamiento de los demás, que no siempre tiene que ser el que nosotros deseábamos.
Antes de juzgar a alguien…
Para ser comprensivos, nos ayudará una sabia frase de los indios sioux que refleja muy bien esta idea:
“Antes de juzgar a alguien, camina 3 lunas con sus mocasines”
Tres lunas (tres noches o, según se entienda, tres meses en el calendario lunar) significa dedicar un tiempo; y caminar con los mocasines de otro sabemos ya lo que implica: meterse de lleno en su piel, sentir lo que siente y razonar desde su perspectiva.
Ponte en su lugar, hazte una idea real de lo que le sucede a la otra persona, y verás que juzgarlo no solo es aplicar la justicia a secas sino bañarla en amor.
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