El propósito de la existencia de cualquier ser humano no es ser apto para el uso, sino vivir. Es recibir la riqueza y la belleza Hay muchos factores que nos hacen decir “no sirvo para nada”. Algunos de ellos están más allá de nosotros, como la presión social o las ideas ilusorias de éxito, mientras que otros viven en nosotros, crecidos en la médula ósea y circulando con glóbulos rojos. Sin embargo, no traen oxígeno vital. Más bien envenenan. Construyen en tejidos cancerosos en silencio y durante años. El “soy un/una inútil” quita la esperanza. Priva de perspectiva. Y duele mucho.
De nuevo no te salió
“Soy un/una inútil” puede ser el estribillo que escuchabas en tu infancia. “De nuevo no te salió”. “¿Un siete? ¿Sacarás algún diez? “¡Mira lo que hiciste!” Sin embargo, no se trata solo de palabras. Lo de quitar de tus manos lo que tenías que hacer diciendo: “Lo haré más rápido” (y “mejor”). Pasar de uno, porque sabemos que él / ella no podrá hacerlo de todos modos. Experiencia real de impotencia.
Cuando tus padres discuten nuevamente. Cuando papá pega a tu hermano o hermana y solo puedes pararte y mirar con terror. Cuando alguien cercano está enfermo o muere y no hay nadie para ayudarte a sobrevivir a esta situación. Muchas circunstancias pueden influir en que las palabras “no sirvo para nada” sean las primeras que tengas “a mano. “No puedo hacer nada y no importo para nada”.
Vale la pena echar un vistazo al utilitarismo del que hablan. A la creencia de que se es valioso solo cuando se “sirve para algo”. Que en la vida es primordial la usabilidad. Hay que ser como el teléfono inteligente de última generación con una batería siempre cargada, un sistema eficiente y una gran capacidad de memoria. Hay una gran crueldad en esta manera de decir “soy un/una inútil”. Decirlo es tratarte a ti mismo como una cosa: rota, inútil. Y no estoy hecho para eso. Nadie está hecho para eso.
No para usar
El propósito de la existencia de cualquier ser humano no es ser apto para el uso, sino vivir. Es recibir la riqueza y la belleza. Aceptar el don de la existencia en su totalidad. Experimentar, ver, oír, probar y conectar. Experimentar la humedad del agua y el movimiento del aire. Contemplar el atardecer y la libélula caminando sobre el charco. Escuchar los pájaros cantando y al pequeño ratón arañando detrás de la pared. Saborear frambuesas directamente del arbusto y sopa hecha según una nueva receta.
Y lo que más enriquece: el contacto con uno mismo y con otras personas. Ayudarnos mutuamente. Recibir dádivas que apoyen mi vida y enriquezcan la de los demás.
A pesar de la amargura y la crueldad de las palabras “soy un/una inútil”, entiendo bien que este es un intento de manejar la situación, ineficaz, pero el único disponible, de acuerdo con lo que hemos aprendido: que tienes que castigarte a ti mismo. Que, si “machacas” a alguien, entonces se producirá su desarrollo. Que una persona es valiosa solo cuando tiene éxito o consigue lo que se propone. Que no debemos cometer errores y que tenemos el poder de evitar que se cometan. Y entonces, como resultado de nuestras acciones, nadie estará triste o decepcionado. Y no nos defraudaremos a nosotros mismos.
Es difícil para mí
Quizás valga la pena intentarlo de otra manera. No es necesario eliminar de inmediato el “no sirvo para nada” y luego culparse por haberse tratado tan duramente, sino agregar una nueva estrategia (como suele decir Agnieszka Stein, es más fácil agregar estrategias que eliminarlas). Y cuando tengamos pensamientos sobre ser inútiles, decirnos a nosotros mismos: “es difícil para mí”. Y veréis cuán lentamente, día a día, nuestro mundo comenzará a cambiar.
Tengo esta frase “a mano” en mi cabeza durante mucho tiempo y me parece que comencé a utilizarla por casualidad. Mi fascinación con Marshall Rosenberg y con la palabra “yo” dura varios años precedido por un contacto profundo conmigo misma. Cuando me siento mal, cuando la ira o la tristeza sin fondo me abruman, indago por qué me pasa esto.
Marshall escribió que vale la pena nombrar tus sentimientos en este momento, pero es un camino para mí como de aquí hasta Lisboa. Por lo tanto, aún en mi analfabetismo, solo puedo decir que estoy “triste”, “cabreada” o “asustada” e “impotente”. De toda la lista de sentimientos, comencé a buscar el primero: “es difícil para mí”. Es el primer gesto de amistad conmigo misma. Una ramita de olivo de empatía para lo que no sé aún.
La frase “Es difícil para mí” permite importantes descubrimientos. ¿Por qué es difícil para mí? ¿Qué me está pasando a nivel físico? ¿He dormido lo suficiente? ¿O me duele algo? ¿Qué pensamientos hacen que me resulte difícil? ¿Son reales estos pensamientos? ¿Qué podría hacer para ayudarme y hacerlo más fácil?