La religiosa de la Comunidad Cenáculo cuenta su vocación: “Durante mucho tiempo me avergoncé de mi familia. Ahora ya no. Porque me enseñó la tangibilidad de la vida” “Mi papá fue el primer drogadicto que la Divina Providencia ha puesto en mis brazos”. Es la increíble historia de sor Elvira Petrozzi de la Comunidad “El Cenáculo”, que toma forma durante la Segunda Guerra Mundial, entre 1940 y 1945, cuando se mudó con la familia de Sora, en Frosinone, a Alejandría. El padre estaba en el frente de guerra, mientras la madre, entre muchas dificultades, cuidaba a los siete hijos.
Pero la situación en casa era aún más explosiva a causa de los comportamientos paternos: el alcohol estaba empezando a devastar al hombre. Cuando la guerra terminó, la familia de Madre Elvira vivía cada vez peor la situación de normalidad.
El alcohol
La dependencia del alcohol del padre empeoraba cada vez más. Cuando volvía del campo de batalla, y luego después de la guerra, cuando estaba buscando trabajo para mantener a sus siete hijos, el alcoholismo le creó problemas.
“Cualquier trabajo duraba poco a causa del alcohol -recuerda Madre Elvira-; yo me avergonzaba, en aquella época, de esta condición de mi padre. Y, sin embargo, con el tiempo, empecé a mirar esta situación de manera diferente. Si mi padre hubiera sido confiable, respetable, un hombre que pensaba en su familia, quizá no hubiera sido quien soy ahora. Mi padre me enseñó la pobreza, la humildad”.
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“La tangibilidad de la vida”
Madre Elvira recuerda un episodio en particular: “Papá me venía a recoger a la escuela con la bici. Los niños de tercer año me hacían ver que una vez más estaba borracho. Yo bajaba la cabeza y me iba. Durante mucho tiempo me sentí mal por la condición de mi familia. Ahora ya no. Mi padre me enseñó la tangibilidad de la vida. Incluso cuando necesitaba cigarrillos y me despertaba, fuera de control, y me pedía que fuera a comprar, yo no podía decirle “no”. Tenía mucho miedo porque tenía que pasar por lugares peligrosos, arbustos, especialmente en invierno cuando era aún más oscuro y frío. Fue el primer drogadicto que la Divina Providencia ha puesto en mis brazos: tenía que hacerle de todo”.
“Perdonen a su familia”
De ahí un sincero llamado de la religiosa: “Perdonen a su familia, si en el pasado ha hecho algo que los ha humillado, o si no fueron apreciados. Porque todo lo que sucedió cuando éramos pequeños, si hoy estamos aquí, es porque se ha transformado: de las tinieblas a la luz, y nos ha enseñado a vivir el amor”.
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