Cierto es, no estamos hechos para la muerte, sino para la vida
Es contradictorio, pero el ser humano (especialmente en Occidente) percibe la muerte como algo natural y evolutivo, mientras que rehúye de ella como algo inaceptable e injusto.
Sabemos que la parte corporal está destinada a crecer, desarrollarse y, posteriormente, morir. Pero también existe un profundo miedo a desaparecer para siempre, pensando que el fin de nuestra existencia depende de la caducidad de nuestro cuerpo.
La rebeldía y la actitud desesperada ante este hecho, parte de interpretaciones que hacemos sobre la muerte y/o de las experiencias cercanas a la misma: “es peligrosa y dolorosa”, “siempre es algo traumático”, “es injusto, ¿por qué tiene que pasar?”.
Esto esconde un profundo miedo a la nada y al sufrimiento. Por eso fantaseamos con la inmortalidad, con inventar productos y herramientas que nos alarguen la vida, etc. Pero es la falta de control y el desconocimiento lo que realmente nos perturba.
Si entendemos que la muerte nos llega a todos y es una prueba de la que nadie se puede escapar, se puede llegar a una aceptación serena y calmada.
En el ámbito terapéutico existe un ejercicio de visualización que uno mismo puede poner en práctica. Este, permite tomar conciencia de esta realidad y ayuda a optar por una actitud distinta ante la muerte.
Esta herramienta trata de hacer partícipe a la propia persona de su funeral, se trata de imaginarse asistiendo a tu propio entierro. Cuanto más te metas en la escena más útil te será (observar la capilla, fijarte en la gente que está, las flores, el ataúd…).
Imagina que tomas asiento y escuchas que tus seres queridos te rinden homenaje, ¿qué te gustaría que cada uno dijera de ti y de tu vida? ¿Cómo te gustaría haber influido en sus vidas? ¿Cómo viviste el final y con qué actitud te mostraste?
Y ahora, volviendo a tu realidad, ¿estás contento/a con la vida que llevas? ¿Crees que puedes hacer algo en tu día a día para vivir con plenitud los próximos años?
Merece la pena dejar la mejor huella posible, aprovechar nuestros días, saborearlos, donarnos y aceptar que la vida física tiene un fin, pero la vida eterna nos espera.