Debió superar no pocas turbulencias en el vuelo que le llevó a conquistar metas. Pero se aferró a Dios y al apoyo de su familia, formada también por aviadores. Hoy dice a través de Aleteia que “el cielo es el límite” y siempre se podrá surcar
Lleva la aviación en la sangre, pues toda su familia está vinculada con los vuelos. Le pide a Dios “mucha salud” y le da gracias “por la familia” que tiene. “Es el mejor regalo que me pudo haber dado”, contó Andrea Palacios durante la entrevista con Aleteia.
La venezolana se convirtió en la capitana más joven de Latinoamérica en manejar el avión comercial Embraer E190. Fue certificada en Finlandia, en uno de los simuladores del E190 más avanzados del planeta.
Todos en casa tienen algo que ver con la aviación. “Mis tías son aeromozas [azafatas, NdE], trabajan como inspectoras de aviación. Mis primos son despachadores y otros son ingenieros aeronáuticos. ¡Todos estamos ligados a este mundo!”, sostiene.
Su novio es ingeniero mecánico y trabajaba en barcos, según contó al narrar la curiosa forma como se unieron “el aire y el agua” en la construcción de sueños juntos. No obstante, la piloto de 27 años de edad debió superar “varias turbulencias” para lograr la meta.
Actualmente certificación para el pilotaje privado internacional, su formación implicó muchas horas de estudio y de vuelo, con instructores de distintos países. Con respecto a su logro, dice que se siente “feliz, pero también con bastante responsabilidad”.
“El vuelo está en mi ADN”
¿La clave? Dedicación, afirma. En 2009, al culminar sus estudios de Bachiller le contó a su familia el sueño nato de convertirse en piloto, algo en lo que recibió apoyo inmediato, pues el vuelo está en el ADN de sus padres: “Mamá integra la aviación y papá es piloto comercial”.
Como la familia siempre ha tenido que ver con este mundo, Andrea considera que “tenía ya ganado el apoyo en ese aspecto, así como los conocimientos que uno va adquiriendo y profundizando”.
Entonces adolescente, la dama estudió en el Centro Aeronáutico PAC cuando aún no cumplía la mayoría de edad. En el instituto para la formación de personal aeronáutico inició sus primeros pasos, aunque no concluiría su educación en ese lugar.
Estando en la escuela de aviación civil, decide estudiar también Ciencias Políticas en la Universidad Central de Venezuela (UCV). Aunque confirmaría la necesidad de dedicar sus esfuerzos a otro ramo, la preparación en la casa de estudios de la capital le daría insumos académicos que le ayudarían a superar las pruebas intelectuales para la aviación.
Recuerda que su mamá le insistía en que “puedes ser piloto, pero debes tener una carrera universitaria. Debes contar con opciones, porque si no puedas cumplir con algo en materia de vuelos, necesitas alternativas”.
La labor de piloto, recuerda, “es delicada en cuanto a la salud”, pues “si te pasa algo, Dios no lo quiera, como la pérdida de un pie o de una mano, ya no vas a poder volar más. Entonces, ¿con qué te quedas?”. Así que siguió los consejos de su mamá y se gradúa como licenciada en Comercio Internacional. Paradójicamente, lo hizo con una tesis de grado sobre el Embraer, el novedoso avión que ahora comanda.
Aunque estudiaba en el PAC, el anuncio de reapertura de carrera en una escuela en Maracay, le lleva a destinar todos sus esfuerzos a ingresar en el Centro de Instrucción de Aeronáutica Civil (CIAC). Sin embargo, la carrera allí era muy costosa, incluso para su familia, por lo que aplicó para obtener alguna de las becas que estaban en concurso y poder “formarse como piloto comercial”.
Se presentó entonces a las evaluaciones que incluían pruebas en inglés y en español sobre habilidad verbal, Matemáticas, Física y Geografía. Afortunadamente, “pasé el examen entre cientos de personas, de las cuales elegirían a 50”.
Luego nos hicieron otros exámenes de Ubicación Espacial, lo que consideró como un “super filtro”. Hicimos “no sé cuántos exámenes”. Luego vinieron los de salud, los neurológicos, cardiológicos y toxicológicos. “Ya aprobados, volvíamos a evaluaciones con la psicóloga de la escuela, y era quien daba el visto bueno final. Había personas que teniendo aprobados sus exámenes, cuando llegaban al chequeo con el oftalmólogo, resultaba que eran daltónicos. Los sacaban y entraban otras personas por ellos”.
Consiguió una beca de 100%
Aprobó, ingresó y además obtuvo la beca. Así que se muda y permanece en Maracay los tres años requeridos para su formación. En 2012 se graduó. Una aerolínea estatal le dio la oportunidad a ella y sus compañeros de volar sus aviones. Y un año después apunta al Embraer, “porque era uno de los aviones más nuevos y avanzados tecnológicamente”.
En ese entonces, recuerda que “en las aerolíneas venezolanas sólo se contaba con dos mujeres, mi compañera Beatriz O’Connor y yo”.
“Un año y medio después empezamos a ver que las aerolíneas venezolanas captaban más mujeres (…) Se fue haciendo algo normal. Pero el primer año te veían como un extraterrestre”, pues durante mucho tiempo “la aviación parecía muy masculina”.
Tenía 21 años cuando entró a la aerolínea. “Y me tocó trabajar con personas que se asomaban a la cabina y se impresionaban: ¿¡Tú eres la que vas a volar el avión!? ¿En serio? Al principio incluso fue triste mientras tú te decías por dentro: Pero por qué tanto temor si yo estudié esto, me preparé, tengo la formación para hacerlo de manera correcta”.
Miedo a una “chamita“
Se impresionaban porque “era una chamita, una niña”. Pero además soy “mujer y joven”, por lo que a mucha gente “le generaba gran desconfianza esto” y “una cara de susto”, sostiene al contarlo -ahora con humor.
La clave, sostiene: “Me abracé a Dios. Me esforcé y estudié mucho (…) El hecho de que seamos chamos no quiere decir que no lo podamos hacer”.
Consultada por Aleteia con respecto a qué representa este logro profesional, dijo que implica “mucha alegría y la confirmación de que se puede volar alto y lograr los sueños”. Representa también la oportunidad de decir: “No te guíes por esquemas. Si eres un chamo y te preparaste y sabes mucho, puedes alcanzar el cielo”