No como una excusa o salida de escape, sino como un motor para promover un cambio positivo
Todos hemos estado allí: se nos olvida el cumpleaños de un ser querido, le hablamos mal a un compañero de trabajo, murmuramos o intencionalmente buscamos la manera de perjudicar a alguien que nos ha hecho daño, pero después nos sentimos fatal.
Y es que constantemente hablamos de la importancia de perdonar a un tercero, ¿pero que hay de nosotros mismos? Pudiera parecer egoísta, pero si repasamos una de las enseñanzas máximas de Jesús es: “Ama a tu prójimo COMO a ti mismo”. No dice que primero los demás y luego nosotros, sino en condiciones iguales. Entonces, ¿por qué si trabajamos tanto en aprender a perdonar al que nos ofende, no hacemos igual con nosotros? ¿Por qué no aplicar esos estándares de amabilidad y compasión a uno mismo?
Claro que es normal sentirse mal tras haber ofendido a alguien o realizar un acto incorrecto, ¿pero hasta qué punto debemos castigarnos? Incluso, a veces pasa que vas a confesión, el sacerdote te escucha y te absuelve, pero igual al día siguiente te levantas pensando: ¿De verdad cómo pude hacer eso? Recuerdo que, en uno de los tantos programas de la Madre Angélica, ella decía que esto era casi una falta de confianza en el poder de perdón de Dios.
Pero el auto-perdón no sólo tiene que ver por las acciones que hacemos a terceros, sino también a nosotros mismos: el exceso de autocrítica, hábitos auto-destructores (exceso de alcohol, mala alimentación, cigarro, etc), el auto-saboteo, el creer que no te mereces “tantas cosas buenas”, entre otras.
Algunos terapistas diferencian la culpa de la vergüenza. Para algunos, la culpa es respecto a una acción; mientras que la vergüenza es de ti mismo, como persona, por lo que eres o “te has convertido”. Sin embargo, hay otros que no distinguen entre una y otra, y simplemente afirman que el auto-perdón no es sólo recomendable, sino necesario para una buena salud mental.
Cómo lograrlo
1. Auto-comprensión. Buscar la razón del por qué actuaste o te están sintiendo así. Pero no se trata de una excusa, sino de entender y comprender la causa para que, si se vuelve a presentar una situación del mismo tipo, ya estés prevenido. Esto puede ser, por ejemplo, identificar las situaciones que te hacen sentir incómodo o reaccionar de mala forma. El sentimiento de vergüenza o de culpa nos hace entender o recordar qué acciones van en contra de nuestros valores. Hay daños que hacemos de forma inconsciente y otros premeditados. En cualquiera de los dos casos, reconocer nuestros errores nos hará ser más compasivos con nosotros mismos y también con los demás. Hacer estas conexiones nos hacen crecer desde el entendimiento y el aprendizaje.
2. Articulando la manera en que nuestras acciones nos hirieron y nos están haciendo daño; o se lo hacen a los demás. Es bueno verbalizar o escribir aquello que daña, pero sabiendo que no necesariamente eso te define como persona. Eso sí, acepta la responsabilidad de tus actos y/o pensamientos. Sin embargo, recuerda que no es posible sanar en un ambiente punitivo. Aquí es cuando la confesión es tan necesaria, sobre todo cuando creemos que no merecemos el perdón, porque el sacerdote será una guía. Como una vez dijo Maude Petre: “La verdadera confesión consiste en decir el hecho de tal manera que nuestra alma cambia a medida que lo vamos diciendo”.
3. Identifica tus valores. En el proceso de auto-perdón, cuando sueles estar rodeado de pensamientos negativos, es importante recordar lo bueno que hay en ti. Si tienes problemas al hacerlo, busca la ayuda de alguien más. Recuerda que a veces somos tan duros con nosotros mismos que se nos nubla el juicio y hasta grandes personajes bondadosos de la historia han obrado mal pero su grandeza está justamente en haber rectificado desde sus virtudes.
4. “Ganarte” ese perdón. Si constantemente piensas que no mereces el perdón de esa persona o de ti mismo, muy probablemente es que creas que debes “ganártelo”. Por supuesto, no se trata de comprar un regalo; sino, primero, reconocer el error y hacérselo saber a esa persona que lastimaste y dejar que exprese cómo se siente (sin llegar al abuso verbal). Luego, pedirle una disculpa sincera (esto puede ser, incluso, contigo mismo), ya que es una señal de respeto y de reconocimiento de sus (tus) sentimientos. Quizá esa persona no acepte tu disculpa de manera inmediata o nunca, pero igual expresar tu arrepentimiento es vital en el proceso de sanar la culpa y avanzar hacia el futuro. Hiciste lo que estaba en tus manos. Sé paciente, bien sea que se trate de un tercero o de ti mismo.
5. Creando un plan concreto. ¿De qué sirve sentirte culpable y/o avergonzado todo el tiempo si no haces nada para cambiarlo? En el caso de un daño a un tercero, puede llevarte a separarte de esa persona para siempre y quizá lo único que esa persona espera es una disculpa de tu parte y llegue a pensar que ni siquiera te importa sus sentimientos (aunque es todo lo contrario). Y en el caso de ti mismo, si esa vergüenza se prolonga por demasiado tiempo, puede ocasionarte hasta un problema psicológico o aislamiento social.
Asimismo, puedes crearte pequeños desafíos diarios que te ayuden a trabajar poco a poco en ese auto-perdón. Por ejemplo: “hoy me comprometo a no ser parte de los chismes en la oficina” u “hoy cuando me vea en el espejo, en lugar de auto-criticarme por mi apariencia, diré algo positivo”.
Los obstáculos
Para algunas personas, el concepto de auto-perdón puede ser una “salida fácil” ante una mala acción o comportamiento. Pero lo cierto es que mientras más te auto-castigues, peor te vas a sentir, y es menos probable que ejecutes un cambio o promuevas otras acciones positivas. El verdadero auto-perdón, que es el que va acompañado de un cambio positivo, te ayuda a liberarte del pasado y a convertirte en una mejor persona y/o transformar tu vida.
También a veces ocurre que hay personas que sabotean tu proceso de auto-perdón. Trata de mantenerte alejado de ellas. A veces no lo hacen por mal, incluso, puede que también estén batallando con una situación similar a la tuya, pero como están en ese modo de castigo perpetuo, les creará conflicto que tú estés tratando de superarlo.
El camino puede ser largo y así como es más fácil amar al prójimo cuando éste no te hace daño, pero el verdadero reto es hacerlo con quien te perjudica, lo mismo pasa con nosotros mismos, hay que trabajar en amarnos y personarnos, sobre todo, cuando estamos pasando por un mal momento, porque es cuando más lo necesitamos y es la forma en la que lograremos ser mejores personas, confiando en la gran Misericordia del Señor.