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Esta mujer rompió el “hechizo” y salvó a miles de personas en Benín

JULIA AGUAR
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Dolors Massot - publicado el 26/10/19
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Julia Aguiar llegó como misionera enfermera en un hospital de Benín hace 43 años. Sus conocimientos y su atención han salvado a tanta gente que la llaman “el ángel de Benín”.Julia Aguiar lleva 43 años en Benín. Ella dice que fue Dios quien la puso en ese lugar en el mundo, ese pequeño país de África Occidental desde el que “los camilos” (religiosos franceses de San Camilo) pidieron refuerzos en 1966 para su hospital.

Julia se encontraba entonces en España. Nació en Ourense (Galicia) y a los 14 años había oído la llamada de Dios. Ingresó en el convento de las Hermanas Franciscanas de la Madre del Divino Pastor. “Quería darle mi vida a Dios y a los pobres, pero obviamente no tenía idea de cómo iba a suceder”, declaró en una entrevista. Antes de los 18 años, partía -con permiso paterno- para Venezuela e iba a ser misionera en América Latina.

JULIA AGUAR

Elssie Ansareo | anesvad.org

Sin embargo, enfermó y tuvo que regresar a su tierra. En aquella estancia, ella que había ejercido como maestra decidió aprovechar el tiempo formándose como enfermera. Y Dios decidió que su talento podía encajar en África. Volvió a decir sí: “Inmediatamente respondí que estaba lista”.

Dificultades políticas

Y llegó a Cotonú, la capital de Benín, cuando el país encadena golpes de Estado que le conducirán en 1975 al sistema de partido único marxista leninista. En medio de aquella tormenta de violencia, el hospital donde ella trabaja se encuentra en Zagnanado para trabajar codo con codo con otro misionero, el padre Christian Steunou, anestesista. El objetivo de ambos: “la salud de los pobres y el deseo de dar testimonio del amor de Dios por todos”.

JULIA AGUAR

Foto: Ana Palacios | anesvad.org

Supersticiones

La hermana Julia se encontró con un mal que azotaba a la población. “Era la úlcera de Buruli, una patología que provoca discapacidades graves”. En Benín, quien la padecía era considerado víctima de un hechizo y eso hacía que los enfermos fueran tratados como apestados. Nadie se hacía cargo de ellos.

Una experta mundial en la Úlcera de Buruli

En el hospital, la misionera estudió la enfermedad y puso en marcha un sistema para hacerle frente. Tuvo  que superar los prejuicios, la superstición y la falta de medios. Pero sus conocimientos y su dedicación triunfaron. Hasta tal punto que el I Congreso Internacional sobre la Úlcera de Buruli se celebró en Yamusukro (Costa de Marfil) y organizaciones internacionales como la OMS emplearon fotografías de sus pacientes para ver el proceso de recuperación.

JULIA AGUAR

@franciscanasDP

“Nuestra terquedad en el tratamiento de estos pacientes -recuerda esta religiosa- acabó siendo la fuente de un enorme progreso en este flagelo”.

Por sus conocimientos tanto en el diagnóstico como en el tratamiento de la Úlcera de Buruli, la hermana Julia está considerada una autoridad. La Universidad de Nápoles le otorgó en 2009 el Doctorado Honoris Causa en Medicina y Cirujía.

JULIA AGUAR

@franciscanasDP

En 2018 recibió el premio honorífico Anesvad, y una vez más agradeció el premio por “dar voz a los que no tienen voz”. “Cuando uno trabaja con ellos, se da cuenta de que todas las enfermedades son olvidadas“.

Niños despreciados porque han sufrido “magia”

La vitalidad de Julia Aguiar hace que siga trabajando en Benín. Acaba de poner en marcha un centro para niños con discapacidades o con enfermedades motoras. “A menudo estos niños se eliminan desde el nacimiento, pues se consideran ‘magos’ que, hechizados, van a ‘perturbar’ la salud de su propia familia… Pero estos chicos también quieren vivir. ¡Solo basta que estés con ellos un día para entenderlo!”.

JULIA AGUAR

Foto: Ana Palacios | anesvad.org

“Somos unos privilegiados”

La hermana Julia pide que desde otras latitudes nos acordemos de Benín y veamos cómo podemos contribuir a la labor de las personas que están ayudando directamente. “Los pobres necesitan nuestra ayuda… ¡Los pobres necesitan su apoyo, el de Dios! Todos somos privilegiados en esta tierra, y tenemos el deber de pensar en ello, no para hacernos sentir culpables, sino para arremangarnos y hacer algo, todos, cada uno a su nivel y según lo que le diga su corazón”. “¡Gracias a todos los que nos ayudan y, especialmente, gracias a Dios!”, concluye.



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RUBEN ABELENDA
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