Cuánto más amamemos, más fuertes seremos para hacer frente juntos a las dificultades de la vida
Mi padre emigró a otro país en busca de oportunidades, y con tal propósito, mi madre le preparó una pequeña maleta con lo indispensable. Pronto nos envió dinero, y logró reunir el suficiente para regresar a por nosotros e iniciar una nueva vida en aquel país que lo había acogido.
Éramos cinco pequeños y entonces apenas si ganaba lo necesario, así que estirábamos el dinero comiendo un poco menos, haciéndonos con ropa y enseres de segunda, de tercera y hasta cuarta mano. Lo que si teníamos de sobra y de alta calidad, era el amor, y la unidad de la familia, que nos hacía sentir inmensamente felices, y con la determinación de hacer frente a todo para salir adelante.
Y así fue, pues finalmente mis hermanos y yo pudimos crecer y superarnos.
En la intimidad de las navidades, en la casa paterna solemos recordar con gracejo anécdotas de aquellas alegres privaciones que dicen mucho sobre lo que mi padre llevó en aquella maleta: dos importantes virtudes sin las cuales nuestra historia familiar no habría sido la misma.
La templanza
Fuerza interior por la que se logra el autodominio, para amar más y mejor.
Nuestros padres no eran esclavos de sus estados de ánimo, de ellos brotaba una fuente de luz cálida y reconfortante que creaba en nuestro hogar un ambiente suave, templado, acogedor y seguro. Algo que hacía de nuestro plato de lentejas el más nutritivo y sabroso alimento, como de nuestros desvencijados muebles, los más mullidos y cómodos descansos.
Fue un ambiente de unidad, por el que aprendimos a controlar nuestros apetitos del comer y del beber cuando algo nos gustaba, o para compartirlo en la escasez, ahuyentando los fantasmas del malestar, el desasosiego o las tensiones que el egoísmo introduce.
Ese dominio sobre nuestros apetitos básicos, se tradujo, entre otros: en el dominio de nuestra emocionalidad y en el deseo de no tener cosas con desmedida ambición, lo que nos llevó a tener una vida mesurada y de constante trabajo, que a la larga nos trajo muy buenas cosechas.
Fortaleza
Capacidad de la voluntad con la que, ya sea resistiendo o atacando, nos afirmamos con resolución, para vencer los obstáculos que se oponen al bienestar de la familia.
Entre más se ama, se es más fuerte para acometer o resistir lo necesario por el bien de nuestros seres queridos, y, el amor de nuestros padres los dispuso a superar cualquier obstáculo que pusiera en peligro nuestro bienestar y bien ser, por lo que se les “hacía fácil hacer lo difícil”.
Por ello, levantarse temprano, preparar alimentos y uniformes, correr acompañándonos al camión y esperarnos al pie de la calle a nuestro regreso después de sus largas jornadas de trabajo; lograr pagar colegiaturas vencidas, comprar nuestros alimentos y útiles, superar el agobio de cuentas que se acumulaban, regañarnos cuando era lo justo y acariciarnos hasta que conciliáramos el sueño, era su pan de cada día.
Tenemos viva en nuestra memoria, la imagen frágil, cansada, y a veces enferma pero infatigable de nuestra madre, cuidándonos de niños en nuestros raspones de juego, gripas, problemas estomacales y los más diversos malestares, alimentando su espíritu y el nuestros con renovados alientos de amor, a los que se sumaba mi padre con la reciedumbre de un fuerte y frondoso árbol, en el que todos anidábamos con seguridad.
Así vivíamos día tras día, y sin que ninguno fuera igual, pues ellos vencían la rutina con el entusiasmo de su amor, festejando nuestras jóvenes vidas y enseñándonos que el amor y el sacrifico por los seres amados, debe ser nuestra fuente de alegría y paz, en vez de tristezas y amarguras.
Nos quedó muy claro que no es fuerte el arrojado e imprudente que asume el peligro absurdo a costa del sufrimiento de los demás, el que por apatía anestesia su conciencia con indiferencia a las necesidades y sentimientos de la familia, o, el que pretende en su egoísmo doblegar o servirse de los demás.
Que la verdadera fortaleza brota del interior en actos de amor.
Comienzan ahora a llegar nuestros hijos, que serán recibidos en nuestra unión familiar como el bien más profundo e importante, porque de él brotan como manantial muchos otros bienes familiares, como la solidaridad y mutua ayuda, la compañía y el consuelo recíproco, la confianza, seguridad y estabilidad, del amor que damos y recibimos en casa.
Mis hermanos y yo, sabemos que en el bagaje de aquella maleta que mi madre preparó para el arriesgado viaje de mi padre, venía “el buen amor”, que se convirtió en nuestra fuente de armonía interior, por la que miramos siempre por los nuestros, sin consentir en buscar nuestras apetencias por encima de todo y de todos.
También venía “la firmeza de sus determinaciones”, esa fuerte resolución por la que tarde o temprano, probarían la verdad de sus virtudes en el combate.
Nuestros padres salieron de su país de origen “sin nada” y… “con todo”.
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