Una monumental piedra con tres picachos verticales señala el punto de convergencia entre tres paísesEl Amazonas está de moda. Un Sínodo de obispos católicos que denunció su depredación y las terribles muertes por la fiebre del oro lo mantienen titulando noticias en todas partes del mundo. Es mucho lo que ha pasado bajo sus puentes, los puentes sobre el río Negro, el más caudaloso de todos los afluentes del Amazonas, el que da nombre al territorio.
Cuando el río está en Colombia, su nombre es Guanía; cuando está en Venezuela es Río Negro. En su ruta hacia el Sur va abriendo aguas entre ambos países hasta internarse en Brasil. Es largo y caudaloso pues recibe aguas del Casiquiare para alegrar la margen izquierda del Amazonas, aunque sea el mayor río de aguas negras en el mundo.
El nombre de “negro” alude a sus aguas turbias color ámbar. La razón es que las plantas de la región producen ácidos complejos para defenderse de los ávidos devoradores al acecho, lo cual torna oscuras las aguas del río.
Hay una población en el Amazonas venezolano, fronteriza con Colombia, llamada San Carlos de Río Negro. No posee muchos habitantes pero se mantiene como la más poblada de la zona. Fue fundada en 1759 por un explorador español; fuertemente atacada por la fiebre amarilla, se llevó vidas como la del famoso botánico sueco Pehr Löfling pero maravillaría a científicos como Humboldt y Bonpland. Ellos correrían mejor suerte y podrían contar la historia.
Las temibles tormentas amazónicas
Hay quienes se aventuran por el lugar, modernos y curiosos viajeros, ya en mejores condiciones de traslado aunque las climáticas sean las mismas. El periodista Alfredo Schael cuenta en el portal ProDavinci que llegó allá una mañana de 1971, formando parte de la comitiva del presidente Rafael Caldera quien inauguraría un pequeño aeródromo en una modesta explanada cercana a la Piedra del Cocuy. Habla de la fuerza de las lluvias en el territorio selvático: “Comienza a llover con ferocidad. Una auténtica tormenta amazónica. Los rayos caen sobre el imponente bosque”.
En rápidas lanchas, surcaban el Río Negro en dirección al estratégico poblado amazónico de San Simón de Cocuy. Relata: “En la margen izquierda está Venezuela. Caseríos salpicados de conucos, indios en labores de pesca sobre curiaras atadas a raíces semi hundidas, pequeños espacios de arena entre el bosque infinito —tupido. A la derecha, la margen colombiana también poco poblada: algunas bodeguitas y relativa presencia militar”.
Recuerda el acucioso reportero de El Universal: “Viajamos a baja altura hasta San Carlos de Río Negro debido a la tempestad que nos zarandea sin misericordia.
En San Carlos esperamos hasta pasadas las ocho de la noche, cuando comienzan a llegar las primeras lanchas con el resto de la comitiva: funcionarios decaídos, con arcadas, ensopados. Desembarcan en la cerrada oscuridad. La tormenta no amaina.
Alguien avisa: ‘No habrá avión hasta mañana’. La pista saturada de agua. Cada quien se las arregla como puede. Al amanecer se verá si hay condiciones para sacar el avión. A todos nos marca el fin de aquel evento celebrado la víspera del 19 de abril de 1971 en ese sitio remoto: una nueva pista para aviones en el confín de nuestra geografía; un gesto de reafirmación territorial cargado de precariedades”.
Presagio de olvido
El periodista describe el recorrido, resaltando la labor de defensa territorial, pero también el ancestral abandono a nuestros indígenas, como una alerta temprana a lo que hoy es un auténtico drama de resonancia internacional: “Al frente de cada lancha ondea la bandera de Venezuela. En la embarcación donde me corresponde subir va también Daniel Barandiarán, uno de los más férreos defensores de nuestra territorialidad, de la que pocos se han ocupado de modo sistemático y valiente. Será el autor del libro Los hijos de la luna (1974), monografía antropológica sobre los indios Sanemá-Yanoama ilustrado con espléndidas fotografías de Bárbara Brändi; riguroso estudio de aquellas etnias hoy un tanto olvidadas. Impertérrito, Daniel no se aparta de la proa: absorto, contra la fuerza la brisa, la miraba fija en la ruta”.
La Piedra-Monumento
Allá se ubica la famosa Piedra del Cocuy, descrita en el portal avenezuela.com como “una gigantesca formación de roca ígnea intrusiva, caracterizada geológicamente por ser un domo de exfoliación, único en el mundo, correspondiente al período precámbrico, sus paredes son lisas y La cima de esta monumental piedra está constituida por tres picachos casi verticales, alcanzan unos 400 m de altura por unos 800 m de diámetro en la base, y emerge sobre la penillanura circundante contrastando su negra fisiografía con el verdor de la selva amazónica, los bosques que la rodean contienen especies de vegetales raras que sólo se localizan en esa área”.
Alfredo Schael observa en su fluvial recorrido: “Del otro lado de la margen venezolana del Río Negro, a unos siete kilómetros al sureste de la línea divisoria, hay un fuerte militar brasileño como no lo tenemos nosotros a lo largo de nuestros límites terrestres. Y es que los brasileños practican otro modelo de atención a sus fronteras internacionales”.
La Piedra del Cocuy, este famoso enclave, ocupa unas 15 hectáreas, se ubica adyacente al pueblo de San Simón del Cocuy, justo en un punto entre Brasil, Colombia y Venezuela. La declararon Monumento Natural el 12 de diciembre de 1978.