Cuando uno no se acepta a si mismo, es muy difícil que no vuelque sus frustraciones en los que le rodean
Por duras heridas recibidas en mi familia de origen desarrollé complejos por los que me consideraba socialmente inepto, con escaso atractivo personal, de tal modo que evitaba la interacción social por temor a ser humillado, rechazado, o simplemente desagradar.
Por tales creencias, cometí muchos errores de indiscreción al actuar, murmurar, mentir o hablar mal de personas, llevado por muchos sentimientos negativos.
Algo cuyo recuerdo lastró aún más mi capacidad de aceptarme a mí mismo, cuando en realidad, son experiencias que suelen marcar el camino hacia la madurez de muchas personas, y que una vez superadas, se olvidan.
No fue mi caso, pues mis arraigados pensamientos afectaban mi comportamiento en forma de “creencias limitadoras”, así como “prohibiciones”, nacidas de mis malas experiencias. Lo cierto era que, no existía nada que me limitara física ni intelectualmente por lo cual sentirme vulnerable.
Sin embargo, me encontraba preso en la cárcel de mis complejos.
Que si era muy tímido, y me ponía rojo por todo, que si era torpe o me faltaba agilidad mental, que si esto, o aquello… Suposiciones que me perturbaban y enfermaban física y emocionalmente, por las cuales me retraía, sin poder vivir espontáneamente y de acuerdo a mis verdaderos impulsos, gustos, deseos.
Por ello, me era difícil ser sociable, y por lo tanto aceptar y querer a los demás.
Al no aceptarme a mí mismo, igual rechazaba a los demás, volcando sobre ellos mi pobreza de corazón. Con cuanta facilidad me cerraba a los demás, sin la más mínima intención de reconciliarme con ellos, y sin darme cuenta que, de esa forma, me negaba a la reconciliación conmigo mismo, que tanto necesitaba.
Admitir mi problema, y comenzar a andar hacia la verdadera vida, fue un caminar a trompicones y penoso, pero lo hice comprendiendo que, o era feliz por el camino correcto, o para siempre un desgraciado.
Por fortuna recibí ayuda especializada, y ahora puedo admitir con sano realismo tanto mis defectos y limitaciones, como mis cualidades y fortalezas. Por lo que voy recuperando la paz interior que me robaron mis complejos, y la capacidad de abrirme al trato con el prójimo.
El camino correcto ha sido desarrollar tres importantes apoyos:
Buena voluntad (querer). Formación (saber), y Salud psíquica más confianza en Dios (poder).
Con actitudes como:
- Evitar encerrarme por las limitaciones que consideramos reales, solo porque alguien nos repitió mil veces: “tú eres así”.
- Reconocer, que las personas solemos tener una cierta tendencia a asumir como reales, creencias limitadoras que no se corresponden con la realidad, de acuerdo con las cuales, nos persuadimos de que jamás seremos capaces de hacer esto o aquello, de afrontar tal o cual situación. Los ejemplos son innumerables: “no llegaré”, “jamás saldré de esto”, “no puedo”, “siempre será así…” etc.
- Aceptar nuestros ocasionales fallos sin desanimarnos, a no perder la paz del corazón cuando caemos, a no entristecernos en exceso por nuestras derrotas, y a saber aprovechar nuestros fracasos para seguir creciendo.
- No pretender fundar una sana autoestima porque todo va bien, porque no tenemos contrariedades, o nuestros deseos están absolutamente satisfechos, etc. Ya que con tal actitud, es seguro que dicha autoestima será extremadamente frágil, y de corta duración, por nuestra condición de seres contingentes.
- No prohibirnos sanas aspiraciones, formas de realizarnos a nosotros mismos, e incluso algunas formas legítimas de felicidad.
- Identificar y evitar mecanismos psicológicos inconscientes que nos inclinen a considerarnos culpables.
Fui afortunado, pues recibí una terapia que me ayudo a superar aspectos psicológicos que provocaban en mí, ya un trastorno de personalidad, pero, sobre todo, porque se me atendió en mi dimensión espiritual, como la parte más importante de mi ser y en la que debo ser autónomo.
¿En qué consiste esa terapia espiritual, que ahora dependerá de mí?
En qué debo ser capaz de encontrar algo que me permita asentarme establemente en mi mundo interior, sin que dependa de la opinión ajena, o del curso cambiante de los acontecimientos. Algo en lo que pueda fincar una verdadera paz y libertad interior, con la capacidad de recuperarlas cada vez que las pierda sin mayores tribulaciones.
Se trata de la buena voluntad de no salirme del camino de la verdad sobre mí mismo: para enfrentar mi conciencia responsablemente, sin justificarla ya en términos como: inmadurez, traumas, complejos etc. etc. Una buena voluntad, por la que finalmente asuma el sentido moral de mis acciones.
Una buena voluntad que ha de ser fundamental al formar mi propia familia, esforzándome en no repetir los patrones erróneos con que fui educado.
Un complejo está formado por un conjunto de emociones e ideas reprimidas y asociadas a las experiencias de la persona. Estas ideas inconscientes perturban el comportamiento del sujeto e influyen sobre su personalidad.
Los complejos puedes ser resuelto y sanados, con una terapia adecuada.
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