20.000 jóvenes en la Conferencia Nacional Juvenil Católica en EEUU“La barca de Pedro se burla de los vientos y de las olas”, decía san Juan Crisóstomo en alguna de sus homilías que le valieron aquel famoso apelativo de “Boca de oro”.
Este padre de las iglesias orientales agregaba al comentario una justificación: esta barca no se hunde porque “tiene a los santos como pasajeros; la Cruz como mástil; las enseñanzas del Evangelio como sus velas; los ángeles como sus remeros y Dios como Piloto”.
Algo semejante ha de haberse dicho en los corredores y en las entrañas mismas de la Iglesia de Estados Unidos tras la celebración de la Conferencia Nacional Juvenil Católica el pasado mes de noviembre en el Lucas Oil Stadium en Indianápolis.
Una multitud de 20.000 jóvenes y sus acompañantes asistieron, por tres días, a renovar su fe, a adorar la Eucaristía, a celebrar, como cada dos años, pero esta ocasión con especial énfasis, la presencia de los “milenials” en la Iglesia de la Unión Americana.
A llenar el mundo, pero no de condenas
Los presagios desoladores se disiparon en Indianápolis. De 2017 a 2019 se habían producido –en la Iglesia estadounidense– multitud de escándalos, muchos de ellos derivados de los informes sobre abuso sexual por parte de miembros del clero en contra de menores, así como el encubrimiento por parte de obispos a los abusadores.
No todo eran ciertos, pero había muchos escándalos (como el del ex cardenal Theodore McCarrick) que poblaron los titulares de los medios y habían llevado a la deserción y a al abandono de prácticas religiosas a cientos, quizá decenas de miles de jóvenes y adultos en todas las diócesis del país.
Que la Iglesia joven se uniera para, como escribió Scott Warden, editor jefe de Our Sunday Visitor, “fortalecer su base de fe a través de la amistad y el apoyo, a través de la oración y el canto, a través de la liturgia, y a través del testimonio inspirador de docenas de líderes juveniles, clérigos, religiosos y religiosas, y otros, incluido el Papa Francisco”, parecía una ilusión.
Pero no fue una ilusión. Fue la apoteosis desde que el Papa Francisco entregó un mensaje video grabado durante la sesión de apertura en el que, fiel a su estilo, “tocó” el corazón de los jóvenes mandándolos a salir de la pesadumbre y cambiar el rumbo de la Iglesia:
“Ve, ve y llévate el mundo contigo. Ve y llena tu entorno, incluso los (ámbitos) digitales. No de condenas. No para convencer a los demás. No hacer proselitismo. Pero dar testimonio de la ternura y la misericordia de Jesús”, le dijo a cada uno de los presentes el Papa.
Nada entiende mejor el corazón joven –incluso aquél que se siente debajo de las aguas grandes de una “tormenta perfecta” como la que ha sacudido los últimos tiempos a la Iglesia estadounidense—que el espíritu de aventura, de salir de sí y encontrarse con los otros.
En medio de las aguas grandes una luz
Warden señala algo importante en su artículo del Visitor: que el Papa Francisco reconoció algo en su mensaje que con demasiada frecuencia pasa desapercibido para aquellos de nosotros que somos mayores; que estos jóvenes “han sentido el aumento de las aguas de las inundaciones, tal vez más que nosotros”.
Muchos, la mayoría, “están chapoteando a través de la tormenta junto con nosotros, con la cabeza baja y apoyándose en el viento mientras caminan en sus viajes de fe. Tienen amigos a quienes solían ver regularmente en misas y eventos de grupos juveniles, y ahora son solo caras familiares en un mar de personas que pasan en la dirección opuesta en los pasillos de la escuela”.
El diagnóstico es exacto, las palabras son exactas. Algo que muy probablemente apenas si se entiende en la mentalidad clericalista, pero que el Papa Francisco logró disparar en su alocución de entrada a la Conferencia celebrada del 20 al 23 de noviembre en Indianápolis.
Usando un lenguaje que enciende el corazón de los jóvenes les pidió que la Conferencia “sea una oportunidad para profundizar su fe y su comunión. Que ilumine sus corazones misioneros con el coraje y la fuerza para vivir con el Señor, siempre como una Iglesia enviada”.
También el obispo de Cleveland, Nelson J. Pérez, inspiró a los jóvenes. Después de que las luces se apagaran pidió que encendieran la luz de sus teléfonos celulares y les recordó que ellos son luz del mundo: “No dejes que nadie te robe el regalo y el tesoro de tu fe, tu dignidad y tu amor”, exigió el prelado de origen cubano-americano.
¿Viene una “nueva primavera” guiada por los “milenials” en la Iglesia católica de Estados Unidos? Los números marcan que no, que viene un invierno (por ejemplo, más de la mitad de los hispanos que viven en la Unión Americana ya no se reconocen como católicos), pero siempre hay una esperanza.
San Juan Crisóstomo lo sabía. Por eso aquello de la barca de Pedro, cuyos remeros son los ángeles, el mástil es la Cruz, etcétera.