Es incompatible vivir encerrado en mis tristezas, miedos y angustias y proclamar el amor de Dios, el misterio de la alegría se juega en lo más profundo de cada uno
Suplico tener más alegría en mi alma al llegar a esta altura del Adviento. ¿Cuáles son las fuentes de mi alegría? ¿Dónde bebo cada día cuando me turban las cosas difíciles que me suceden? Comenta el padre José Kentenich:
“Vive con alegría, el Señor dirige su mirada hacia ti y te mira. El que lo logra es un portador de alegría, un maestro de alegría”.
Necesito tener más alegría en el alma. Ser capaz de vivir la vida con buen humor. ¿Soy capaz de reírme de mí mismo? En ocasiones creo que me tomo demasiado en serio. Pienso que todo lo que me pasa es muy serio e importante.
Vivo agobiado pensando en lo que me ocupa y preocupa. No tengo paz ni sonrisas en el alma. ¿Qué hago para aprender a sonreír?
Quiero buscar a los que sonríen y me enseñan a reír a carcajadas. ¿A quién busco para vivir más alegre? Quiero que mi corazón se alegre con lo que me sucede. Dice el profeta Isaías:
“Regocíjate, yermo sediento. Que se alegre el desierto y se cubra de flores, que florezca como un campo de lirios, que se alegre y dé gritos de júbilo”.
Me falta esta alegría a la que se refiere el profeta. No soy capaz de dar gritos de júbilo.
Espero tal vez a que me vaya todo bien para hacerlo. Cuando triunfe, cuando tengan éxito mis planes, cuando esté en el lugar que deseo, cuando no me suceda nada malo.
Y como todos esos futuribles no sé si sucederán, vivo con angustia, agobiado, sin paz.
Quiero huir de mis tristezas de siempre que me hacen vivir apesadumbrado. Está claro que vivir alegre salva el mundo, cambia el corazón de los que me tocan, de los que llegan a mí.
Si respondo con una sonrisa a cada agravio, a cada contratiempo, todo a mi alrededor cambia. Quiero tener a Jesús en el alma. Porque su presencia me hace mirar la vida con más paz.
Los contratiempos pierden fuerza ante lo que de verdad importa. Quiero que Él sea la causa de mi alegría. Me gustan las palabras de santa Teresita:
“Veo con alegría que, al amarlo, el corazón se ensancha y puede dar incomparablemente más cariño a los que le son queridos que si se hubiera concentrado en un amor egoísta e infructuoso”.
El egoísmo me centra en mí mismo, me encierra y limita. Me aleja de un Dios que es amor y entrega. Es incompatible vivir encerrado en mis miedos y angustias y proclamar el amor de Dios. Incompatible el miedo con la alegría del que anuncia la buena nueva.
La magnanimidad que me regala Jesús logra ensanchar mi alma y me hace más alegre. Sé que cuando vivo en Él puedo amar más y mejor a los que se me confían.
Cuando más conozco las cosas, más las quiero. Cuanto más conozco a alguien más lo amo. Tengo claro lo que leía el otro día:
“El amor precede también a la alegría. ¿Cómo se podría tener alegría en la complacencia de una cosa si no se la ama?”.
El amor que tengo me da alegría. No amar me entristece. Amar y ser amado colma todos mis deseos. Es el sueño que busca mi alma inquieta.
El Adviento es una invitación constante a alegrarme. En medio de mis preocupaciones y tristezas. De nada me sirve sonreír detrás de la máscara de un payaso si por dentro sigue reinando una tristeza oscura y amarga.
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Algo tiene que cambiar en mi corazón para que todo cambie. La realidad no la puedo cambiar fácilmente. Las desgracias siguen siendo desgracias. La mala suerte seguirá siendo mala. El mal tiempo ocultará el sol.
Pero sé que el misterio de mi alegría se juega en lo más profundo de mi ser. No puedo cambiar lo que me entristece. Pero puedo pedir una gracia al cielo.
Que Dios cambie en mí, muy dentro, mis prioridades. Que me haga vivir el momento con la alegría del niño que elige ser feliz ahora, en el presente. Y disfruta con la ingenuidad de los niños de esos pequeños regalos que la vida me hace. Regalos que paso por alto cuando me duele el alma.
Creo que aprender a ser cristiano pasa por no perder la alegría por cosas poco importantes. Me encuentro lejos del ideal que persigo. Que mi sonrisa sea auténtica, que brote de lo más profundo del alma.
Quiero que las tinieblas que enturbian mi corazón desaparezcan. Aprender a reír como los niños. Miro ese portal de Belén hacia el que caminan mis pasos. ¿Es Él de verdad la causa de mi alegría?
Si de verdad lo fuera no habría nada en este mundo capaz de enturbiar mi ánimo. Debe ser entonces que tengo mal puestas las prioridades y mi orden de amores.
Cuando amo me alegro en lo que amo. Cuando soy amado tengo la alegría del niño que descansa en manos de su madre.
11 cosas que dan alegría
1Recordar los regalos que Dios me hace cada día es motivo de alegría
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3Escuchar una canción que me habla de lo importante
4Hablar con un amigo de las cosas que valen la pena
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6Experimentar el perdón como una lluvia de misericordia
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8Descansar mirando el cielo
9Sonreír sin un motivo. Reír a carcajadas
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10Dibujar, escribir, cantar
y 11Esperar cada día una nueva mañana. Desear con ilusión renovada que me pinte Dios el alma de colores. Apague los grises e ilumine el camino que me lleva a las estrellas
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