Elizabeth Thompson Butler fue una de las pocas pintoras famosas de la época victoriana que no solo vivió de su arte sino que lo hizo con una temática considerada muy poco femenina, los cuadros de batallas. Convertida al catolicismo, Elizabeth Butler tuvo la valentía de enfrentarse a los convencionalismos de su época y consiguió ser reconocida por su obra militar
Ser pintora profesional en el siglo XIX no era algo habitual; mucho menos si la artista decidía centrarse en escenas de batallas. A pesar de las dificultades, Elizabeth Thompson no solo se empeñó en seguir adelante con su afición sino que terminó convirtiéndose en una de las pintoras más famosas de la Inglaterra Victoriana.
Elizabeth nació en Lausana, el 3 de noviembre de 1846, en el seno de una familia muy poco convencional. Su padre, Thomas James Thomson, un rico heredero, y su madre, Christiana Weller, pianista y pintora, se volcaron en la educación de su hijas viviendo una existencia apasionante viajando durante largas temporadas. Tanto Thomas como Christiana potenciaron el talento de sus hijas, que terminarían siendo reconocidas artistas, cada una en su propio ámbito.
Educada en casa de la mano de su padre, que se convirtió en su tutor personal y en el de su hermana pequeña, Alice, Elizabeth vivió buena parte de su infancia y juventud viajando por la Vieja Europa descubriendo de primera mano el arte de grandes pintores y siendo testigo de los principales acontecimientos de su tiempo. Bélgica, Suiza, Francia o Italia fueron durante un tiempo su hogar y su escuela artística. En ciudades como Brujas y Bruselas, descubrió el arte de Durero o Rubens mientras que en Roma y Florencia observó con fascinación la obra de Miguel Ángel o Brunelleschi.
Cuando los Thompson se instalaron durante una larga temporada en Inglaterra, Elizabeth ingresó en la Royal Female School of Art en South Kensington, donde perfeccionó su técnica y empezó a centrarse en el estudio del retrato y de la anatomía de los caballos para aprender a componer escenas consideradas poco adecuadas para una mujer, escenas de batallas.
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De las pintoras de su tiempo se esperaba que se centraran en bodegones, paisajes y, como mucho retratos, por lo que Elizabeth se enfrentó a la posibilidad de ver rechazada su obra por el simple hecho de haber sido realizada por un pincel femenino. Pero ella siguió adelante con su plan y terminó recibiendo un aplaudido reconocimiento público. Antes de que llegara la fama, trabajó duro en la Royal Female School of Art de Londres y en la Accademia di Belle Arti de Florencia, dirigida por Giuseppe Bellucci.
Hacia mediados de la década de 1870, Elizabeth siguió a su hermana Alice y su madre en su nueva fe y abrazó el catolicismo. En aquella época, pintó un hermoso Magníficat que fue expuesto en la Exhibición Internacional de Roma en 1870. Para realizar el cuadro, utilizó el rostro de su madre como modelo de la Virgen María. En 1873, las hermanas Thompson se embarcaron en un viaje de peregrinación a la localidad francesa de Paray-le-Monial.
Un viaje a París, afianzó para siempre la deriva que iba a tomar la carrera artística de Elizabeth. Contemplar las escenas de batallas de pintores como Édouard Detaille o Alphonse de Neuville fue revelador para una mujer dispuesta a romper con los estereotipos de su tiempo.
A pesar de que varias de sus obras fueron rechazadas por la Real Academia de Arte de Londres, Elizabeth continuó pintando escenas de batallas hasta que, en 1874, los académicos se rindieron a su talento. Ese año, la exhibición de su obra The Roll Call, en la que recreaba al ejército británico en la Guerra de Crimea, provocó un aluvión de buenas críticas no solo de los expertos. El público se agolpó ante el cuadro. Fueron tantos los que querían contemplar la obra de Elizabeth que las autoridades tuvieron que regular el acceso a la sala en la que se exponía.
Poco después viajó por toda Inglaterra para que el resto del país pudiera contemplarla, hasta que la propia reina Victoria pidió adquirirla para su colección particular. El interés de la artista por las escenas bélicas no se basaba en la exaltación de la violencia, como ella misma explicó: “Gracias a Dios, nunca pinté por la gloria de la guerra, sino para retratar su patetismo y heroísmo”.
Elizabeth Thompson disfrutó de su merecida fama y continuó pintando escenas de batallas. En 1877 se casó con un oficial de la Armada Británica, William Francis Butler, con quien compartía la fe católica y con el que llegó a tener seis hijos. Uno de ellos, Richard, abrazó el sacerdocio en 1911 en la Orden Benedictina y durante la Gran Guerra ejerció como capellán.
Convertida en Lady Butler, Elizabeth siguió a su marido por el extenso territorio del Imperio Británico asediado por múltiples conflictos bélicos que sirvieron de inspiración para su obra pictórica poniendo el foco no tanto en la violencia de la guerra como en el valor y el coraje de los soldados anónimos.
A lo largo de su prolija carrera como pintora, Lady Butler también realizó ilustraciones para libros como las que incorporó a la obra poética de su hermana Alice Meynell
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Ella misma escribió también varios libros, como su autobiografía y un compendio de cartas a su madre escritas durante un largo viaje que realizó a Tierra Santa junto a su marido en 1891, visitando los principales lugares descritos en la Biblia que la conmovieron profundamente:
“Puedes imaginar los sentimientos de uno cuando apoyas la mano en el borde y te das cuenta de que Nuestro Salvador se sentó allí mientras hablaba con la mujer que había venido a sacar agua”.
“Dios ha pisado estos lugares con pies humanos; la sensación de dibujarlos es tan sobrecogedora como describirlo con palabras”.
“El gran Dios eligió este pequeño país donde testificar su amor por el hombre”.
Años después de su viaje a Tierra Santa, en 1906, Lady Butler viajó con su hermana Alice a Roma donde fue recibida en audiencia semiprivada por el Papa Pío X.
Cuando su marido se retiró del ejército, los Butler se marcharon a vivir al Castillo de Bansha en Irlanda donde continuó pintando. En 1910 fallecía su querido William. Elizabeth se trasladó entonces a vivir con una de sus hijas, con la que permaneció hasta su muerte en 1933.