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Marcel Schwob: ¿Importan más los personajes o su aportación?

BURNE JONES
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Manuel Ballester - publicado el 04/01/20
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Retazos de otras vidas, biografías escritas con el convencimiento de que toda vida merece atención

Hay quien piensa que, puesto que lo que nos alimenta está en la tierra, lo adecuado sería andar a cuatro patas, mirando nuestros pasos y nuestras nourritures terrestres, que diría Gide.

La posición erguida puede dar la impresión de elevación de miras, de superioridad y sabiduría, ciertamente; pero, quien anda así por la vida, es posible que descuide sus pasos y acabe tropezando o cayendo en una zanja.

Esto último cuentan que le ocurrió a uno de los grandes sabios de la antigüedad. La misma fuente cuenta que la muchacha tracia que vio caer a Tales le obsequió con una sonora carcajada.

Si Marcel Schwob (1867-1905) hubiese tenido a bien dedicar uno de sus relatos a esa muchacha quizá habríamos sabido su historia. No la historia de Tales, de sus logros y hazañas, que esa ya la sabemos e incluso se estudia en las escuelas.

De ese tropiezo se ha obtenido una enseñanza universal. Precisamente por eso sería de esperar que Schwob escribiese sobre la muchacha antes que acerca de Tales ya que quienes nos han transmitido la historia “han supuesto que tan solo podría interesarnos la vida de las grandes personas. El arte es ajeno a estas consideraciones. A los ojos de un pintor, el retrato de una persona anónima por Cranach tiene tanto valor como el retrato de Erasmo. No es gracias al nombre de Erasmo que ese cuadro es inimitable. El arte del biógrafo habría de consistir en otorgar tanto valor a la vida de un pobre actor como a la de Shakespeare”.

Se ha señalado con frecuencia que Vidas imaginarias (1896) sirvió de punto de partida para la célebre Historia universal de la infamia (1935) de Borges.

Se ha indicado también que Schwob practica una escritura sobria y perfeccionista, trabaja el texto como un orfebre, cuidando primorosamente cada término, colocando cuidadosamente cada adjetivo.

La idea que articula el conjunto de relatos, de biografías (una por capítulo), que componen el volumen toma su punto de partida en la constatación de que siempre ha habido individuos pero invariablemente se ha considerado que lo importante, lo valioso, han sido sus grandes aportaciones, no ellos.

Para seguir con el pensador de Mileto: cuando se habla de Tales se nos cuentan sus pensamientos filosóficos y sus ideas sobre los triángulos pero ha trascendido el tropiezo no porque sea una circunstancia particular sino por su valor conceptual, porque muestra que “la virtud está en el término medio”, que si sólo enfocamos las cuestiones celestiales, elevadas, pero descuidamos las nourritures terrestres, nuestra vida queda desequilibrada, caemos a tierra precisamente por mirar sólo al cielo.

Dicho de otro modo, late ahí el pensamiento de que “las ideas de los grandes hombres son el patrimonio colectivo de la humanidad: cada uno de ellos no poseyó en realidad más que sus peculiaridades”.

Si fuese así, si lo que constituye la grandeza de un hombre fuese aquello que pertenece a la humanidad, ¿qué quedará de ese individuo, de sus peculiaridades? ¿qué será de los pasos que condujeron a esta chica de su tierra natal hasta Mileto? ¿Tenía familia, amigos…? Cuestiones todas que no pertenecen a la humanidad sino a ella. Y precisamente ese es el enfoque que adopta Schwob.

De ahí que por los 22 capítulos de la obra se paseen personajes tan variopintos como quien destruyó una de las siete maravillas del mundo para lograr así legar su nombre a la historia; o el artista que no pintó jamás el retrato de su amada porque “no conocía la dicha de limitarse al individuo”; o la princesa india que ocultó su bello nombre nativo a los europeos y les dijo que se llamaba Pocahontas; o quien optó por hacer frente a la existencia con una pose “intelectual” afirmando que “la tristeza causada por la muerte no es sino la peor de las ilusiones terrenales, ya que la muerta ha dejado de ser desdichada y de sufrir” pero que, al final, es un hombre, sólo un individuo frente a la amada muerta y por eso, “continuó llorando, deseando el amor y temiendo la muerte”; y corsarios y piratas, hombres libres y caballeros de fortuna, Césares y siervos, emperatrices y esclavas, pobres y ricos, miserables y espléndidos, viciosos y animosos…

Una galería de vidas imaginadas y, por eso, vividas según diversos modos de enfrentarse al destino, al momento histórico y personal.

Cada capítulo requiere una lectura lenta, pausada. Porque cada relato pone ante la vista del espectador una vida. Y toda vida merece atención. Por quien la ha vivido y por quien paladea las circunstancias que juegan con el individuo y el individuo que juega con las circunstancias en ese juego único que es cada vida concreta, irrepetible, inimitable y, sin embargo, tan cargada de humanidad y de luces que a cualquier lector atento y respetuoso le produce el efecto de un bálsamo, de una ampliación vital.

Puede ocurrirle al lector lo que cuenta Schwob que le sucedió a aquel escritor célebre que “olvidó el arte de escribir tan pronto como empezó a vivir la vida que había imaginado”.

Y es así como la lectura y la escritura son vida y vida dilatada pero, como experimentó Descartes, también hay que leer el libro del mundo, de la vida, de la experiencia.

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