Y algunos sabios lo adoraron
La Epifanía es la fiesta en la que se manifiesta la divinidad del Niño Dios ante los pueblos. Al rey Salomón fue a verlo la Reina de Sabá:
“La reina de Sabá oyó hablar de la fama que Salomón había alcanzado, y fue a Jerusalén para ponerle a prueba con preguntas difíciles. Salomón respondió a todas sus preguntas. Al ver la reina de Sabá la sabiduría de Salomón, se quedó tan asombrada que dijo al rey: – Lo que escuché en mi país acerca de tus hechos y de tu sabiduría, es verdad. En realidad, no me habían contado ni la mitad de tu gran sabiduría, pues tú sobrepasas lo que yo había oído. ¡Bendito sea el Señor tu Dios, que te miró con agrado y te puso sobre su trono para que fueras su rey!”. 2 Crónicas 9, 1-9.
Una reina poderosa se inclina ante el poder de Salomón admirada de su sabiduría. Jesús va a comparar la actitud de esta mujer con la del pueblo de Israel:
“La reina del Sur se levantará en el juicio con esta generación, y la condenará; porque ella vino de los fines de la tierra para oír la sabiduría de Salomón, y he aquí uno que es más que Salomón en este lugar” Mateo 12,42.
Ella creyó. Y los contemporáneos de Jesús no creyeron en Él. En el día de hoy se manifiesta el poder oculto de Jesús ante los pueblos de la tierra.
Unos sabios, como entonces la reina, vienen ahora a adorar el misterio escondido:
“Habiendo nacido Jesús en Belén de Judea en tiempos del rey Herodes, unos magos de Oriente se presentaron en Jerusalén preguntando: – ¿Dónde está el Rey de los judíos que ha nacido? Porque hemos visto salir su estrella y venimos a adorarlo”.
Pero muchos no le ven. El rey verdadero ha nacido. El rey permanece oculto en una ciudad pequeña, Belén. Nace la luz en lo oculto de un portal. En medio de la noche.
Unos sabios desconocidos creen. Se manifiesta Dios en su epifanía. Poco importan sus nombres, su identidad. La Iglesia hoy celebra la mirada de esos hombres que recorrieron un largo camino para ver al rey de reyes.
Creyeron sin ver. Antes de ver ya sabían que algo grande iba a suceder esa noche. Tuvieron una fe imposible y se adentraron en tierras desconocidas sin saber lo que iban a encontrar.
Tuvieron el valor y la audacia de ponerse en camino. Atravesaron desiertos buscando al niño que iba a nacer:
“Ellos, después de oír al rey, se pusieron en camino y, de pronto, la estrella que habían visto salir comenzó a guiarlos hasta que vino a pararse encima de donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de inmensa alegría. Entraron en la casa, vieron al niño con María, su madre, y cayendo de rodillas lo adoraron”.
Los sabios se postran porque ven lo que muchos no ven. Son capaces de descifrar los misterios en la noche. Ven cuando nadie ve.
Tienen ese don de profecía que les permite tener esperanza en medio de la tormenta, cuando nadie espera. Confían y se dejan llevar por su intuición más verdadera.
Allí, en medio de pajas, animales, pastores, y hombres normales se esconde el misterio.
Hoy estoy acostumbrado a banalizar lo sagrado, lo que está lleno de misterio. Me gusta que todo se sepa. Conocer las verdaderas intenciones. Desvelar lo oculto.
Pretendo que los misterios dejen de serlo. Todo a la luz del día. Todo claridad. Necesito volver a creer en el misterio. No tengo que saberlo todo. No tengo todas las respuestas. No entiendo el futuro incierto.
No sé cuál es el sentido oculto de tantas cruces. Voy a ciegas muchas veces queriendo que se desvelen los misterios, pero permanecen ocultos a mis ojos. Y yo sigo creyendo. Decía el papa Francisco:
“No dejes que los fracasos de la Iglesia te alejen de Dios”.
La apariencia me dice una cosa. Y pienso que en lo oculto siempre hay pecado y corrupción. Y me confundo. No siempre es así, aunque a veces la fragilidad humana ceda a la tentación. Y el misterio oculte caídas, infidelidades, pecados.
No dejo de creer en lo sagrado, en el misterio. La Iglesia es santa y pecadora. Llevo dentro de mí la debilidad que me puede llevar a caer ante la tentación. Pierdo en la lucha diaria.
Salgo de mí mismo, me pongo en camino, para aprender una sabiduría nueva. La manifestación del poder de Dios en la carne de un niño.
Me arrodillo ante ese Dios que se abaja para salvarme, para caminar conmigo. Yo quiero descubrir a Dios en mi mundo que ha perdido el sentido por lo sagrado.
Pero no para blindar mi vida y apartarla de un mundo que parece mancharme. No para huir de los hombres. Quiero aprender a descubrir la sabiduría en los hombres sencillos. Que no parecen sabios y lo son.
Quiero aprender a vivir mirando la vida de personas que no parecen santas, y tal vez lo son. Me arrodillo ante un niño oculto en un pesebre. No en un palacio, no rodeado de oro y muchos bienes.
La apariencia me confunde. Detrás de la aparente pureza hay tantas veces corrupción. No me desanimo. Detrás de lo que en apariencia no es puro se esconde una verdadera sabiduría.
No juzgo por apariencias, no quiero equivocarme. Hago como los reyes que se dejan llevar por su intuición siguiendo una estrella.
Dejan sus comodidades para ponerse en camino fuera de la paz sagrada de sus tierras. Lo dejan todo y se vuelven peregrinos. En busca de un Dios oculto.
Me gusta esa mirada capaz de desentrañar misterios. Una sabiduría nueva es la que persiguen. Una forma nueva de entender la vida.
Quiero aprender de los demás. Quiero admirar su sabiduría, su verdad. Quiero postrarme ante su verdad oculta en formas humanas.
Así sigue hablándome Dios en el presente. Así permanece escondido para que sólo unos pocos puedan arrodillarse ante el misterio escondido.