La vida nos presenta muchas cruces; unas alegres y otras no tanto. Nuestro deber es levantarlas y caminar con ellas. Eso, amigos, es aceptar la voluntad de Dios.
Hemos terminado una década. ¡Cuántas historias por contar! ¡Cuántas lecciones de vida y aprendizajes! Unos que dejaron cicatrices y otros -los que más- una huella de amor y de crecimiento impresionante.
¡Cuánto puede acontecer en 10 años…! Segura estoy que todos tenemos una -o varias- historias que compartir. Unas estarán llenas de alegría y otras tantas impregnadas de lágrimas, dolores y desaciertos.
Hoy te invito a que recuerdes dónde estabas o cómo era de tu vida en el año 2009.
- ¿Eras feliz?
- ¿Qué sueños tenías?
- ¿Qué tipo de persona eras?
- ¿En algún momento te detuviste a pensar qué sería de tu vida en los próximos 10 años?
- ¿Cómo te imaginabas?
Ahora ya pasaron 120 meses…
- ¿Qué hay de aquella persona con 10 años menos, de edad y de experiencia?
- ¿Cumpliste alguno de tus sueños?
- ¿Qué te quedó pendiente?
Contempla tus errores haciendo hincapié en esos que se transformaron en bendiciones cuando entendiste y aprendiste la lección.
Esas faltas que en un momento te hicieron agachar la cabeza, pero que hoy son tu estandarte de libertad interior. Esas que ayer fueron pruebas salpicadas de dolor y que hoy son el maravilloso testimonio del poder de Dios sobre ti… y sobre mí.
Mi error
Te comparto que justo hace 10 años yo estaba loca, herida, desequilibrada y fuera de mi… y muy… porque solo una persona que no está en sus cabales puede hacer lo que yo hice.
Eran finales del año 2009 y había viajado a mi país a pasar la Navidad con mis hijos y otros familiares. Mi esposo no pudo viajar por motivos de trabajo. Para mi había sido una gran bendición estar cerca de mi gente después de que por motivos de herencias y problemas familiares habíamos estado muchos años separados.
A los pocos días de estar rodeada de lo que yo creía era mi familia, de lo que pensé que era el amor, la paz y el equilibrio tomé el teléfono para darle a mi esposo la gran noticia de que lo abandonaría porque él ya no me hacía feliz y porque él era el motivo de toda mi desventura.
¡Absurda de mí! Quería volverme a sentir parte de la familia que alguna vez había tenido, sin darme cuenta ni valorar que yo ya tenía una y que sí era mía.
Obviamente, alrededor de esa decisión había más historia. Mi afectividad estaba perfectamente dañada y me dejé engañar por el mundo, el demonio y la carne.
Así es, después de tener un hogar y un matrimonio de 14 años, no perfecto, pero casi, decidí terminar con todo.
En ese momento no me daba cuenta de lo herida y lastimada que estaba, fruto de mi historia de vida y en la que llevaba arrastrando huellas de abandono, rechazo, injusticia, soledad…tristeza.
Lo que era una crisis personal lo llevé al plano matrimonial y destruí a mi familia porque no solo abandoné a mi esposo, también a mis hijos.
Los años pasaron y con ellos, por gracia de Dios y después de tocar fondo y de vivir el infierno de primera mano al codearme con personas que me arrastraron a vivir en él y me empujaron con sus “consejos bien intencionados” a divorciarme, desperté de mi locura.
Y lo que me encontré al abrir los ojos de mi alma ciega fue un esposo paciente y unos hijos compasivos dispuestos a seguirme ayudando a sanar mis heridas por medio de su amor y su perdón incondicional. 5 años duró mi dureza de corazón y cerrazón.
Cuando volteo hacia atrás 10 años y me doy cuenta del grado de dolor que provoqué con mi mala decisión, surge en mi una sensación agridulce.
Por un lado, las lágrimas salen sin pedirlas al recordar y saberme capaz de provocar tanto sufrimiento en los que más amaba y amo: Dios, esposo e hijos.
Mi aprendizaje
Por el otro, pienso que si no hubiera vivido esa experiencia tan atroz; si no hubiera conocido de primera mano lo que una persona lastimada de sus emociones puede llegar a ser, a hacer y provocar; o a los riesgos a los que una mujer herida y vulnerable se expone, hoy no podría estar acompañando a tantas mujeres y matrimonios con experiencias similares a la mía.
Tuve la bendición -por la gracia de Dios- de aprender de esa dolorosísima experiencia resurgiendo como el Ave Fénix para volar cada día más alto llevando de la mano a matrimonios a encontrase con Dios y a que vivan, como nosotros, un matrimonio restaurado donde el vino nuevo nunca se agota.
Mérito mío, nada. Todo fue porque me dejé abrazar por Dios. Permití que su amor y su perdón incondicional hicieran morada en mi alma herida y eso bastó para que mi corazón de hierro se derritiera formando en mí una nueva persona con un interior renovado.
No, soy la misma de hace 10 años. Hoy soy una mejor versión de mi porque Dios, mi esposo e hijos merecen de mí lo mejor.
Sí, hoy me siento realizada y plena; soy muy feliz. Y no porque mi vida esté resuelta o no tenga problemas, sino porque he aprendido a serlo “gracias a…” y “a pesar de…”.