Si nos encerramos en ideas fijas y prejuicios, dejamos de ver la realidad; si no tienes ninguna duda, ¡alerta! Nuestra mente puede convertirse en una peligrosa prisión, pero es posible salir de ella
Cuando tenemos una idea de alguien, nos es difícil cambiarla. Comenzamos a releer cada evento y cada palabra a la luz de la idea que tenemos en mente.
Por lo general, adjuntamos etiquetas a las personas, definimos, enmarcamos, y todo esto nos permite movernos de manera segura en el universo de las relaciones y los eventos.
Si alguien intenta cuestionar nuestra idea, tratando de mostrarnos otros aspectos que quizás no hemos considerado, nos volvemos feroces, nos enojamos y ya no queremos escuchar.
Es una dinámica que experimentamos no solo en la vida personal, sino aún más en la política y la social. Nuestra idea se convierte en nuestro ídolo, ante el cual estamos dispuestos a sacrificar la verdad: preferimos salvar a nuestro ídolo mental en lugar de reconocer cómo son realmente las cosas.
Quizás no sea coincidencia que la palabra ídolo tenga que ver con idea. Sí, porque a menudo los ídolos a los que estamos más apegados son, precisamente, nuestras ideas. Se llaman prejuicios, creencias, pero también fijaciones. Es al Olimpo de nuestra mente al que le prestamos un culto diario.
Pero la palabra idea, a su vez, tiene que ver con el verbo ver. La idea es una visión interna. Y existe el riesgo (cuando nos cerramos en ella) de ya no ver lo que sucede afuera, de negarnos a la realidad.
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La esperanza muestra
La invitación de hoy es a embarcarnos en un viaje de descubrimiento hacia la verdad. Un camino que necesariamente nos lleva fuera de nosotros mismos.
La desconfianza, de hecho, nos hace cerrar los ojos, nos hace ciegos y nos encierra. Por el contrario, la esperanza nos hace ver más allá: donde ahora hay un desierto, la esperanza nos permite ver un camino.
Obtener experiencia real
Cuando nos cerramos en nuestras ideas, nuestras convicciones y nuestros prejuicios, también corremos el riesgo de perder un auténtico encuentro con Dios.
Por muy sutil que sea, nuestra idea de Dios no necesariamente es Dios. Ir a ver es una invitación a salir de los pre-entendimientos para intercambiar al verdadero Dios con la idea que tenemos de Él.
Esta invitación implica un éxodo. Salir de la prisión más rígida y peligrosa: nuestra mente. Implica cambiar nuestra manera de ver, y comienza por cambiar la visión que tenemos de nosotros mismos, para que, con la mirada clara, podamos ver bien a la realidad, a los demás y principalmente a Dios.
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Empieza a dudar y buscar
Dios vino a la historia. Tenemos que ir a ver, tenemos que ir a encontrarlo con nuestras antorchas encendidas. Pero para eso, como los reyes magos, debemos pasar por nuestro propio éxodo.
Se trata de dejarnos animar por la duda, no avergonzarnos de ella. Es precisamente la duda la que nos pone en búsqueda, la que nos abre el camino.
Cuando, en cambio, nuestra idea se convierte en nuestro ídolo, ya no buscamos. La ausencia de dudas puede ser un signo de idolatría.
La relación con Dios es viva, dinámica, una búsqueda continua: “Dame la fuerza para buscar -dice san Agustín- Tú que te aseguraste de ser encontrado”.
La alegría de haber encontrado a Dios -si realmente nos hemos encontrado con Él- inevitablemente nos empuja a buscarlo aún más profundamente.
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