Una nueva manera de ver la obra de R.L. Stevenson: El doctor Jekyll y Mr. Hyde
Todos tenemos experiencia de haber dudado sobre si obrar de una manera u otra. Esto se ha representado a veces como si en cada hombro llevásemos, respectivamente, un diablillo y un angelito que nos impulsan en direcciones contrapuestas.
Constatamos, en suma, una cierta dualidad interior. Duplicidad que se comprueba más aún cuando tras habernos decidido (habitualmente por lo bueno y lo mejor), pasamos a la acción y hacemos verdadero el viejo adagio: video meliora proboque, deteriora sequor, vemos lo mejor, y lo aprobamos, pero seguimos otro camino.
Robert Louis Stevenson (1850-1894) cuenta entre su extensa producción literaria con diversos títulos que abordan esta cuestión desde ángulos siempre creativos, amenos, sugerentes. Destaca, en ese sentido, El doctor Jeyll y Mr. Hyde (1886), una narración breve que integra elementos de intriga, misterio e, incluso, terror. La historia ha tenido mucho éxito y sería ocioso relatarla en detalle.
Propongo fijarnos en un aspecto presente en el relato que, a veces, ha pasado inadvertido pero que puede resultar de interés. Recordemos alguno de los momentos de la novela. La narración se articula sobre la relación entre tres viejos amigos: el doctor Jekill, el doctor Lanyon y el abogado Utterson. De hecho, casi siguiendo las pautas de una novela policiaca, asistimos a una investigación llevada a cabo por Utterson quien va siendo sorprendido por diversos acontecimientos, junta las piezas y, finalmente, “resuelve” el caso.
Estamos a finales del siglo XIX y en esa amistad hay un elemento común: dos de ellos son científicos. Utterson es amigo de ambos, comparte su trato y es, precisamente por eso, testigo de los enfoques y expectativas de sus amigos médicos. Observa en un cierto momento que hay entre ellos ciertas discrepancias ocasionadas por cuestiones científicas. Así lo expresa Jekyll cuando habla de «ese fanático de Lanyon ante lo que él llama “mis herejías científicas”. Ya. Ya sé que es buena persona […] Es un hombre excelente y me gustaría verle con más frecuencia. Pero es también un ignorante, un fanático y, sin lugar a dudas, un pedante. Nadie me ha decepcionado nunca tanto como él».
¿A qué tipo de “herejías científicas” se referirá Jekyll? Utterson va descubriendo que el buen doctor, como todo hombre, fue consciente de la dualidad de su naturaleza. Pero, hijo de su siglo, decide hacerle frente desde una perspectiva científica. Será lo que, en discusión con Lanyon, Jekyll denomine “medicina trascendental”, un intento de separar ambos aspectos de la personalidad, aislándolos hasta individualizar no tanto dos personalidades en un sujeto cuanto dos personas.
Ese es el enfoque del doctor Jekyll: dar con la fórmula química que permita abordar mediante la técnica científica lo que hasta ese momento ha sido un problema de la humanidad. ¿No estamos hablando aquí del intento del positivismo de enfocar y resolver según el método científico todos los problemas humanos? ¿No es un enfoque muy de moda en esa época y que aún subsiste en algunos planteamientos actuales?
Jekyll hace exactamente eso: enfocar un problema moral desde una perspectiva científica. Lanyon se muestra escéptico al respecto. Y Utterson asiste a las consecuencias de los actos de sus amigos.
Jekyll descubre una fórmula que permite disociar ambas dimensiones. Pero la ciencia no es diabólica ni angelical, su función es meramente instrumental y, al igual que un cuchillo puede ser usado para cortar pan o para asesinar precisamente porque es un mero instrumento, la ciencia carece de la connotación moral que, sin embargo, está presente tanto en quien empuña el cuchillo cuanto en quien bebe la poción.
Cuando ya Hyde ha ganado suficiente fuerza, Jekyll se da cuenta de esta gran verdad: «Si me hubiera enfrentado con mi descubrimiento con un espíritu más noble, si me hubiera arriesgado al experimento impulsado por aspiraciones piadosas o generosas todo habría sido distinto, y de esas agonías de nacimiento y muerte habría surgido un ángel y no un demonio. Aquella poción no tenía carácter discriminatorio. No era diabólica ni divina».
Las sales con que compuso su pócima se le agotan, pide nueva remesa pero no funciona. «Al fin he llegado al convencimiento de que esa primera remesa era impura y que fue precisamente esa impureza desconocida lo que dio eficacia a la poción» que es el modo en que Steveson, conocedor de la naturaleza humana, insinúa que el método científico no es adecuado para abordar cuestiones morales, la ciencia sólo aleatoriamente potencia la disociación, que es una cuestión antropológica, moral.
El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde deja a las claras que si bien todos somos conscientes de las «dos provincias del bien y del mal que componen la doble naturaleza del hombre» suponen un misterio y un problema, no es menos cierto que intentar abordar la cuestión de la vida humana desde la racionalidad científica no sólo está condenada al fracaso porque se intenta abordar el todo mediante un método que es, por definición, de alcance reducido. Pero también porque los esfuerzos que se dirigen en ese sentido sustraen esfuerzos y detraen la atención respecto a la necesidad de un enfoque humano en toda su amplitud, es decir, moral.
Porque esa es la tarea, la misión y destino de todo hombre a «lo largo de toda su vida y cuando trata de sacudírselo de los hombros le vuelve a caer con un peso aún mayor y más extraño».