Pasar una prueba difícil no es fácil pero, si tomas el buen camino, llegará el silencio y paz interior
No siempre hacer lo correcto es lo más fácil. Interiormente sabemos lo que tendríamos que hacer o haber hecho hace tiempo y no lo hacemos porque una decisión bien hecha no está exenta de dificultades, puede doler, crear incertidumbre y generar miedo.
Actuar requiere de un esfuerzo personal que muchas veces parece imposible hacer. Un instante íntimo, interior, privado, en el que elegimos hacer algo para bien. Para dar ese paso importante se necesita algo que nos interpela profundamente y nos desafía: ser valientes.
Nos acostumbramos a vivir mal o a aceptar lo que nos ha tocado, pero podemos ir más allá cuando decidimos dar un paso en una dirección para desarrollar nuestras capacidades, apasionarnos con lo que hacemos, llorar tranquilos, volver a reír o resolver asuntos pendientes.
O nos quedamos en una situación estancados para siempre o, con un acto de valentía, hacemos esa llamada para poner punto final, tomar distancia, renunciar a ese trabajo que nos deshumaniza, quitar algo que no nos potencia, dejar de consumir aquello que nos hace daño o buscar la ayuda para sanar eso con lo que venimos cargando hace tiempo.
Está demostrado que la vida premia a los valientes, a los que se atreven y se arriesgan por amar, por ser mejores personas y vivir en plenitud, a aquellos que no permiten el abuso o el maltrato, que detienen los circuitos de relaciones tóxicas y luchan por ideales altos.
Cuando uno toma una buena decisión se abre un camino nuevo, una sensación de libertad y de absoluto silencio corporal. Solo hay paz.
La vida premia mucho y muy bien estos momentos que pueden doler mucho, pero que a la larga generan un crecimiento increíble.
Es como un vértigo, como caer a un precipicio que no tiene fondo donde uno no sabe exactamente dónde va a llegar, pero en donde rápidamente se va dando cuenta que hay un fondo en el que se encuentra con uno mismo siendo capaz de enfrentar lo que viene.
Nunca estamos preparados para enfrentar algo que nos duele mucho pero sí para seguir adelante más de lo que imaginamos porque, aunque parezca que lo que nos rodea es estable, la constante de la vida es el cambio y nosotros también cambiamos.
Nuestra cultura intenta decirnos que tenemos el control de las cosas, pero lo único que podemos controlar es nuestra actitud presente. Enfocarnos en el ahora, llenarnos de amor y ser agradecidos, porque todo lo demás es transitorio, incluyendo las cosas y las personas.
En la medida que podemos tomar decisiones que nos desaten más de las cosas en vez de atarnos, encontraremos que la vida misma tiene un sentido propio, que no somos dueños de nada y que tenemos la opción de disfrutar el presente en vez de anticipar lo que pasará.
El miedo puede ser algo positivo como elemento protector porque puede cuidarnos en determinadas situaciones, pero también es un bloqueador, un paralizador y puede ser una gran excusa para no avanzar y disfrazar nuestras inseguridades que no nos permiten decidir.
Lo importante es tener en cuenta que sentir miedo es normal, pero que nos dice algo de nosotros. Es un nudo a desenredar para seguir caminando y una invitación a superarlo a través del amor que es lo que produce la libertad de acción.
En la vida nos movemos por miedo o por amor. Con el miedo aparecen la competitividad, los celos y la desconfianza; pero el amor trae la solidaridad, la ternura y la generosidad. Por eso, para dar ese paso hacia el bien sin titubear es necesario recordar que vale la pena, cuando de trate de amar, ser valiente.