Aquí hay una breve oración de la Madre María Loyola, publicada en el libro ¡Bienvenida! Sagrada Comunión que puede ayudar a despertar en nosotros un deseo de dejar que Jesús sane en la Eucaristía nuestros corazones rotos.
Aliéntame a acercarme a Ti para tocarte en la Sagrada Comunión con fe y esperanza, para exponerte a ti, Médico divino, las heridas de mi alma para que puedas sanarlas.
Estoy enfermo y débil, siempre deteniéndome en el camino ascendente; pronto cansado; fácilmente desanimado; desigual en el esfuerzo serio o prolongado; siempre buscando tranquilidad y descanso.
Soy ciego a mis faltas, al menos pronto a disculparme a mí mismo lo que condeno sinceramente en otro. Soy negligente en mi deber de supervisión, ciego ante los daños que ocurren a mi alrededor que debo saber y verificar y de los cuales debo rendir cuentas. Dios mío, ilumina mi oscuridad. Señor, ¡para que pueda ver!
Soy sordo. Llegan inspiraciones y no las escucho. Sé que son tu voz, que me provoca o me reprocha, sugiriendo un buen pensamiento, una palabra o un acto amable.
No hay elogios en mi corazón; ningún grito de piedad llega a mis labios. No tengo tantas ganas de recibirte como mi Invitado. Oh Señor, abre mis labios, y mi boca proclamará tu alabanza. Libera mi corazón para que se derrame ante ti. Enséñame a orar, para que mediante la oración pueda obtener de ti todo lo que necesito.
Leproso, paralítico, ciego, sordo, tonto, ¡sin duda necesito la visita del médico!
Jesús, Hijo de David, ten piedad de mí. Hijo de David, ten piedad de mí.
Jesús está ahí para salvarnos
A veces, acercarse a la Sagrada Comunión los domingos puede convertirse en rutina, y perdemos lo sagrado del acontecimiento. Es demasiado fácil olvidar que Jesucristo está ahí, realmente presente bajo la apariencia de pan y vino.
Necesitamos recordar que Jesús no está ahí por su bien, sino expresamente para nuestra salvación. Él quiere estar en comunión con nosotros y entrar en nuestro cuerpo para poder entrar más profundamente en nuestra alma.
Una forma de recordar esta profunda verdad es recordar el papel de Jesús como Médico Divino. Si estamos experimentando algún dolor o pena en nuestro corazón, a Jesús le gustaría venir y sanar esas heridas con su amor y misericordia.