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Las etiquetas son para la ropa, no para los hijos

LABELS
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El riesgo de comparar y etiquetar a los niños

Lucas: “sensible y pesado”

Tiene 23 años. El mayor de 5 hermanos vino a vernos  porque tenía sentimientos de apatía y tristeza, se veía desubicado dentro de su familia, un poco desplazado, incomprendido, poco escuchado por sus padres.

No se hablaba prácticamente con uno de sus hermanos y con otros dos el trato era bastante tenso y distanteSufría mucho con esta situación ya que tras volver a casa después de dos años fuera por sus estudios, las cosas habían cambiado mucho.

La relación con sus padres le resultaba difícil porque cada vez que sacaba el tema de sus hermanos sus padres le decían que era demasiado “sensible”; según ellos la situación en casa no era para tanto y que él era un “pesado”. Lucas no sabía muy bien qué hacer…..

Pedro: “payaso y pesado”

Tiene 10 años. Es el mediano de 7 hermanos. Cuando sus padres vinieron a vernos nos contaron que en el colegio había suspendido varias asignaturas, los profesores casi no le dejaban estar en sus clases porque constantemente distraía a sus compañeros e interrumpía la clase (era el “payaso”).

En su casa llamaba constantemente la atención, reclamando el interés principalmente de su madre y además molestaba a sus hermanos, con constantes peleas, interrupciones en los estudios de los hermanos y enfados que estaban empezando a resultar ciertamente agresivos. Para su familia era el “pesado”.

El hecho es que Pedro sólo recibía regañinas de todo el mundo. Estaba muy triste pero no salía del bucle en el que estaba metido y sus padres tampoco sabían cómo dar un giro a la situación.

Alicia, la “inquieta”, y Gabriela, la “tímida”

El caso de Alicia, una niña “alegre” e “inquieta” de 7 años y Gabriela de 9 años “responsable” y “tímida”, nos refleja una situación muy habitual entre hermanos. En este caso, los celos de Alicia venían ocasionados fundamentalmente por el nacimiento de su hermano Mateo.

Gabriela necesita mucha atención de la madre y eso a Alicia le genera mucha envidia, por eso no termina de encontrar su espacio ya que tras el nacimiento del bebé, sus padres se tienen que repartir los tiempos para cuidar de los tres hijos y Alicia empieza a reclamar atención provocando un gran estrés en la familia.

A esto se unió la separación temporal de los padres, cuando el padre decidió marcharse de casa. La madre vino desesperada pidiendo ayuda para tomar medidas ante las constantes llamadas de atención de Alicia y su mal comportamiento en casa y en el colegio.

Sus historias, me han dado luz para escribir este artículo que continúa en la página 2

Todos sabemos por experiencia personal que la convivencia en familia no es sencilla y los que nos dedicamos profesionalmente a ayudar a familias en conflicto, damos buena fe de ello.

Un hijo  es un regalo y los padres estamos llamados a educarlos y a potenciar lo mejor que cada hijo tiene, pero no siempre es fácil y hay un aspecto del que tal vez no somos del todo conscientes que provoca dificultades: ya desde pequeñitos tendemos a poner etiquetas a nuestros hijos, bien de manera graciosa o cariñosa, bien destacando algún “defectillo” que suele ponernos especialmente nerviosos en la convivencia con ellos en nuestro día a día.

Pero hay que tener cuidado con lo que les decimos, porque nuestros hijos se convertirán en lo que les decimos que son. Por este motivo, debemos ser especialmente cuidadosos con las etiquetas que los adultos ponemos a los niños, ya que pueden condicionarles su carácter y su personalidad.

El poner etiquetas, ya sean positivas o negativas, genera unas expectativas en nuestros niños que a la larga puede desembocar en problemas de autoestima o frustraciones que hacen que nuestros hijos sufran.

Cada persona es única e irrepetible y esa es la verdadera identidad que tenemos como personas. Nuestros hijos necesitan ser amados por sus padres, con sus cosas buenas y malas, pero sabiendo que son únicos para ellos.

Por eso, necesitan sus tiempos con nosotros, pasar ratos a solas con cada uno, que escuchemos sus alegrías y sus miedos, sus ilusiones, que les mostremos con nuestra acogida y cariño el amor que les tenemos como padres.

Etiquetar

Y así actúan las etiquetas  que les asignamos casi de manera inconsciente a nuestros hijos:

  1. Las etiquetas suelen ser exageraciones de un rasgo que a veces es solo real desde la visión de los padres, por lo que las otras características del niño que le hacen ser él, pueden dejar de verse.
  2.  Etiquetar a nuestro hijo, nos asegura centrarnos en un solo aspecto de su personalidad. Este comportamiento nos hace olvidar que nuestro hijo es mucho más que su etiqueta.
  3. La comparación entre hermanos, familiares, compañeros de clase, etc… hace que nuestro hijo se sienta infravalorado. Su identidad se verá afectada y su autoestima tenderá a ir empequeñeciéndose. Además esta comparación puede hacer que se sienta enfadado o en competición constante con quién es comparado.
  4. El deseo de agradar y la exigencia en cumplir las expectativas de esa etiqueta, fuerzan al niño a ser tal y como sus padres le dicen que es.

 

Ser mejor, no el mejor

En el caso de ser el mejor, que puede parecer a priori un elogio, lo que suele llegar a ocurrir es que ese niño tenga el listón tan alto, que conseguir estar a esa altura siempre, le genere ansiedad y malestar cuando no lo consigue.

Por eso es tan importante decirle a nuestro hijo claramente qué es lo que no nos gusta pero sin generalizar, concretando mucho para que el niño aprenda qué es lo que esperamos de él.

Siempre tenemos que dar al niño la opción de sacar lo bueno que hay en su interior, darle la opción de mejorar, sin olvidarnos de decirle antes, todo lo bueno, también de forma concreta para que sea consciente de su valor.

Y sabiendo que sus padres ven todo lo bueno que hay en él, aceptará más fácilmente las indicaciones para mejorar lo no tan bueno.

Efecto Pigmalion

Hemos de tener mucho cuidado y procurar no etiquetar a nuestros hijos ya que al hacer esto, corremos el riesgo de que el niño, asuma ese rasgo que le estamos asignando (“el pesado”, “el sensible”, “el responsable”, “el inquieto”, “la tímida”, “el payaso de la clase”, “la rebelde” etc….).

Es en las primeras etapas del desarrollo (infancia y adolescencia), en las que el niño está formándose una imagen de sí mismo, cuando cobra especial importancia aquello que le decimos, pues su propia imagen la van construyendo con los mensajes que reciben del exterior y especialmente de nosotros, los padres.

Si continuamente les estamos repitiendo que se porta mal o es un pesado, irá construyendo su autoimagen en base a lo que le decimos, creyendo que esto es así y actuará asumiendo ese rol.

Es lo que se denomina el “Efecto Pigmalion“ que ya pusieron de manifiesto Rosenthal y Jacobson en 1968, en su teoría de la profecía autorrealizada.

Esta teoría la entendemos como uno de los factores que influyen en la motivación de los alumnos en el aula. Aparentemente parece que es un efecto mágico, pero no lo es, lo que ocurre es que los profesores formulan expectativas acerca del comportamiento en clase de diferentes alumnos y los van a tratar de forma distinta de acuerdo con dichas expectativas.

Es posible que a los alumnos que ellos consideran más capacitados les den más y mayores estímulos, más tiempo para sus respuestas, etc. Estos alumnos, al ser tratados de un modo distinto, responden de manera diferente, confirmando así las expectativas de los profesores y proporcionando las respuestas acertadas con más frecuencia. Si esto se hace de una forma continuada a lo largo de varios meses, conseguirán mejores resultados escolares y mejores calificaciones en los exámenes. Y lo mismo ocurre con nuestros hijos.

Esta teoría demostró cómo nuestras expectativas afectan al modo en que nos comportamos ante determinadas situaciones. Al poner etiquetas a nuestros hijos actuamos con ellos de una manera que contribuye a potenciar la conducta que precisamente pretendemos evitar.

Si pensamos que nuestro hijo es un ‘niño difícil‘ mostraremos hacia él acciones que le demostrarán que no es un niño fácil, por lo que se mostrará como un ‘trasto’ con nosotros. Así, nuestra etiqueta se verá reforzada con hechos que confirman nuestro diagnóstico. Es por lo que los juicios tienen el efecto de convertirse en profecías que se autocumplen, de ahí la verdad del Efecto Pigmalión.

 

En la página 3 te explico cómo trabajamos con Lucas, Pedro, Alicia y Gabriela

Lucas

Necesitaba tiempo para compartir con sus padres ya que, como hijo mayor, no había tenido casi su espacio y como hermano mayor empezó a convertirse casi  en un padre para sus hermanos, manifestando un exceso de responsabilidad y de sensibilidad ante los problemillas de la casa que no le correspondía por edad.

Unido a que sus padres tampoco tenían tiempo para escucharle en su día a día, hacía que cada vez que Lucas intentaba plantearles algo que para él era importante sus padres le tacharan de “pesado” o de “sensible”.

Una vez identificamos el problema, Lucas aprendió a gestionar las incomodidades del día a día con sus hermanos, a ser más asertivo en casa y con ayuda de sus padres conseguimos modificar esos bajos niveles de autoestima que Lucas tenía, ayudándole  a comunicarse de una manera más positiva dentro de su familia y a que sus padres dieran un giro en su forma de relacionarse con él, sin etiquetas, lo que provocó un aumento de autoestima y seguridad en Lucas que hasta entonces no había tenido.

 

Pedro

Necesitaba quitarse la etiqueta de “payaso” -de la clase- y de “ pesado” -en su casa-, pues como tales se comportaba. Por eso, en cuanto sus padres fueron capaces de  entender que su hijo era único y especial  empezaron a tratarle de una manera diferente, dándole su espacio en la familia, al igual que tenían sus hermanos, hablándole con cariño –padre y madre- pero con exigencia, sin gritos ni etiquetas, reforzándole cada vez que Pedro hacía algo bien, aprendiendo a comprender porqué su hijo reaccionaba como reaccionaba en determinadas situaciones y Pedro pasó a ser Pedro en esencia.

Alicia

Sus padres, después de darse cuenta de que la separación no había sido más que un bache en su vida y una huida de la realidad que les tocaba afrontar, decidieron apostar por su familia y tratar a cada niña de acuerdo con sus necesidades, dedicando cada uno tiempo para estar con ellas, no entrando en sus peleas de hermanas y mucho menos dirigiéndose a ellas mediante la etiqueta que ya tenían preasignadas; aprendieron a darles el espacio que ellas también necesitaban dentro de su familia para poder disfrutar de su hermano Mateo que ya tenía 15 meses.

Alicia entendió que aunque tenía hermanos, ella era también única y especial y cuando sus padres aprendieron a transmitirle lo bueno que ella tenía, empezó a reflejarlo por fuera, dando un giro radical en su comportamiento no sólo en casa sino también en el colegio.

Todos somos genios, pero si juzgas a un pez por su habilidad para trepar árboles vivirá toda su vida pensando que es un inútil. (Albert Einstein)

Demos la oportunidad de descubrir cada una de las aptitudes que posee cada hijo, estimulando, puliendo y trabajando ese pequeño tesoro que toda persona sin excepción lleva dentro…. eso sí , sin etiquetas

Mercedes Honrubia es orientadora familiar y directora del Instituto Coincidir

         

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