Homilía hoy en Casa Santa Marta
Dejarse resbalar lentamente en el pecado, relativizando las cosas y entrando “en negociación” con los dioses del dinero, de la vanidad y del orgullo. El Papa pone hoy en guardia contra la que llama una “caída con anestesia”, reflexionando sobre la historia del rey Salomón.
La primera lectura de la liturgia del día (1Re 11,4-13) “nos cuenta – dice – la apostasía, digámoslo así, de Salomón”, que no fue fiel al Señor. Cuando era viejo, sus mujeres le hicieron “desviar el corazón” para seguir a otros dioses.
Fue al principio un “buen chico”, que al Señor le pidió sólo sabiduría, y Dios le hizo sabio, hasta el punto de que acudían a él los jueces y la reina de Saba, con regalos porque habían oido hablar de su sabiduría. “Se ve que esta mujer era un poco filósofa y le hizo preguntas difíciles”, dice el Papa observando que “Salomón salió victorioso de las preguntas” porque sabía responder.
La lenta apostasía
En esa época, prosigue el Papa, se podía tener más de una esposa, lo que no significa – explica – que fuese lícito ser “mujeriego”. El corazón de Salomón, sin embargo, se debilitó no por haberse casado con estas mujeres – podía hacerlo – sino porque las había escogido de otros pueblos, con otros dioses. Y Salomón cayó en la “trampa” y dejó hacer cuando una de las mujeres le decía que fuera a adorar a Camos o Moloc.
Y así hizo con todas sus mujeres extranjeras que ofrecían sacrificios a sus dioses. En una palabra, “permitió todo, dejó de adorar al único Dios”. Del corazón debilitado por el excesivo afecto a las mujeres, “entró el paganismo en su vida”. Por tanto, subraya Francisco, ese chico sabio que había rezado bien pidiendo la sabiduría, cayó hasta el punto de ser rechazado por el Señor.
“No fue una apostasía de un día para otro, fue una apostasía lenta”, explica el Papa. También el rey David, su padre, pecó – de manera fuerte al menos dos veces – pero en seguida se arrepintió y pidió perdón: permaneció fiel al Señor que lo custodió hasta el final.
David lloró por ese pecado y por la muerte del hijo Absalón, y cuando antes huía de él, se humilló pensando en su pecado, cuando la gente le insultaba. “Era santo. Salomón no es santo”, afirma. El Señor le había dadi muchos dones pero él los desperdició porque se dejó debilitar el corazón. No se trata, dice el Papa, del “pecado de una vez”, sino del “resbalar”.
Las mujeres le hicieron desviar el corazón, y el Señor le riñe: “Tu corazón se ha desviado”. U esto sucede en nuestra vida. Ninguno de nosotros es un criminal, ninguno de nosotros comete grandes pecados como hizo David con la mujer de Urías. Pero ¿dónde está el peligro? En dejarse resbalar lentamente porque es una caída con anestesia, no te das cuenta, pero resbalas lentamente, se relativizan las cosas y se pierde la fidelidad a Dios. Estas mujeres eran de otros pueblos, tenían otros dioses, y cuántas veces olvidamos al Señor y entramos en negociación con otros dioses: el dinero, la vanidad, el orgullo. Pero esto se hace lentamente y si no está la gracia de Dios, se pierde todo.
No se puede estar con Dios y con el diablo
De nuevo el Papa se remite al Salmo 105 (106) para subrayar que este mezclarse con la gente y aprender a actuar como ellos significa hacerse mundanos, paganos.
Para nosotros este resbalar en la vida es hacia la mundanalidad, este es el pecado grave: “Lo hacen todos, sí, no hay problema, de verdad no es lo ideal pero…”. Estas palabras que nos justifican el precio de perder la fidelidad al único Dios. Son ídolos modernos. Pensemos en este pecado de la mundanalidad. Perder lo genuino del Evangelio. Lo genuino de la Palabra de Dios, perder el amor de este Dios que dio la vida por nosotros. No se puede estar bien con Dios y con el diablo. Esto lo decimos todos cuando hablamos de una persona que es un poco así: “Este está bien con Dios y con el diablo”. Perdió la fidelidad.
Y, en la práctica, prosigue, significa no ser fiel “ni a Dios ni al diablo”. En conclusión, el Papa exhorta a pedir al Señor la gracia de detenernos cuando comprendemos que el corazón empieza a resbalar-
Pensemos en este pecado de Salomón, pensemos en cómo cayó este Salomón sabio, bendito del Señor, con toda la herencia de su padre David, cómo cayó lentamente, anestesiado hacia esta idolatría, hacia esta mundanalidad, y perdió el reino. Pidamos al Señor la gracia de comprender cuándo nuestro corazón empieza a debilitarse, y que nos detenga. Será su gracia y su amor el que nos detenga si se lo pedimos.