Cambian los cuadernos por un fusil de madera y una instrucción militarGuillermo tiene seis años. Quiere ser profesor. Y enseñar a niños como él en su municipio: Chilapa, en el Estado de Guerrero (suroeste de México). Sin embargo, estos días no puede ir a la escuela.
Ha tenido que cambiar los cuadernos por un fusil de madera y las tablas de multiplicar por ejercicios de instrucción para defender a su pueblo.
Es uno de los 19 niños-soldado que irrumpieron –con gran despliegue de medios de comunicación—el pasado 24 de enero en las cercanías de Chilapa.
A la orilla de la carretera fueron captados cuando guardias comunitarios de esta zona indígena los adiestraban en técnicas de defensa. Unos, como Guillermo, llevaban fusiles de madera, otros escopetas de verdad.
Guillermo es el menor de todos, los demás compañeros no llegan ni a los 15 años de edad. Su misión es estar preparados, en especial, contra “Los Ardillos”, un grupo delictivo que hace al menos dos décadas controla la región y el cultivo de amapola.
En este año, “Los Ardillos” ha desatado una oleada de violencia que incluye el asesinato e incineración de diez músicos indígenas de Chilapa que formaban parte del grupo “Sensación”.
Medida desesperada
Los hechos ocurrieron seis día antes de la presentación del pequeño ejército en la zona de La Montaña Baja, en la Costa Chica del Estado de Guerrero, uno de los tres estados más pobres de México.
Se presume que el asesinato del grupo musical “Sensación” fue provocado por líos entre “Los Ardillos” y la policía comunitaria de los municipios de Chilapa y José Joaquín de Herrera.
Ha sido la Coordinadora Regional de Autoridades Comunitarias Pueblos Fundadores (CRAC-PF), cuya zona de influencia se ubica en La Montaña Baja, quien ha tomado la iniciativa de entrenar y armar a niños-soldado.
Lo hace, según han dicho sus integrantes, para la autodefensa de las comunidades en contra de grupos criminales que despojan a los campesinos de sus tierras para sembrar amapola y “exportar”, principalmente a Estados Unidos, goma de opio.
Se trata de una medida desesperada, dicen los habitantes de esta región de La Montaña Baja guerrerense, pero, según el obispo de Chilpancingo-Chilapa, Salvador Rangel, el riesgo que se corre es el de “instruirlos en la violencia, considerar el uso de armas como algo normal”.
Cubiertos con “paliacates” (pañuelos extendidos) y gorras, cada uno de los “niños policía” o niños-soldado fueron presentados al mundo como personas capacitadas para el uso de las armas, a fin de poder defender a sus familias.
Caminos sin ley
La justificación es que han visto que el gobierno “no tiene la capacidad ni el interés para defender a los pueblos indígenas de los grupos delictivos”, según dijo Bernardino Sánchez Luna, uno de los líderes de las policías comunitarias de la zona.
El obispo Rangel se ha esforzado por llamar a un diálogo entre las comunidades, incluso se ha ofrecido a mediar con los grupos criminales. En su opinión, el fenómeno de los niños-soldado es producto de la ausencia del Estado en esta región pobre de México.
Según el prelado, los pueblos y comunidades indígenas de la zona, de origen náhuatl, “se vieron obligados a tomar esta decisión, creo que también fue una forma de llamar la atención”
Por su parte, el director del Centro de Derechos Humanos de La Montaña “Tlachinollan”, Abel Barrera, la dijo a la agencia italiana Sir que el tema tiene que ver con la “escandalosa ausencia” de las instituciones de justicia en la región lo que convierte a estas guardias indígenas en la “única defensa frágil contra los criminales”.
“Nos enfrentamos a un sistema fallido, faltan educación, salud, trabajo, sistema legal. No acepto que se diga que todo esto es culpa de la sociedad, cuando, en cambio, las responsabilidades son de un Estado que utiliza instituciones para intereses privados”, recalcó Barrera.
Mientras tanto, Guillermo y sus amigos de Chilapa, con el fusil al hombro esperan tiempos de paz, para poder ir a la escuela y, en su caso, llegar a ser maestro.