La fe en la resurrección me hace mirar con más paz y libertad la vida presente
Hoy el profeta me habla de la vida eterna, de la resurrección después de la muerte:
“Sabréis que Yo soy el Señor cuando abra vuestras tumbas y os haga salir de vuestras tumbas, pueblo mío. Infundiré mi espíritu en vosotros y viviréis; os estableceré en vuestro suelo, y sabréis que yo soy el Señor”.
Sabré que es el Dios de mi vida cuando abra las tumbas, mi propia tumba. Cuando me regale la vida eterna. Cuando me llame a la vida verdadera. En ese momento viviré y reconoceré su rostro. Esa vida verdadera es la fe que Marta profesa:
“Cuando Marta supo que había venido Jesús, le salió al encuentro, mientras María permanecía en casa. Y le dijo: – Aun ahora yo sé que cuanto pidas a Dios, Dios te lo concederá. Le dice Jesús: – Tu hermano resucitará. Le respondió Marta: Ya sé que resucitará en la resurrección, el último día. Jesús le respondió: – Yo soy la resurrección y la vida, el que cree en mí, aunque muera, vivirá; y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto? Le dice ella: – Sí, Señor, yo creo que Tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo”.
Me impresiona ese acto de fe de Marta. Ella cree por encima de todos sus miedos y dudas, de su dolor y su llanto. En estos días en los que surgen los miedos y las dudas quiero tener esa fe de Marta. Me parece difícil. Le rezaba el Papa Francisco a Jesús:
“Nos pides que no sintamos temor, pero nuestra fe es débil y tenemos miedo”.
Mi fe es débil. La fe es creer lo que no se ve. Cuando lo veo, eso ya no es fe. Ver la realidad y creer en ella es evidente. Hay personas que ni siquiera en esos momentos creen. Aun viendo, dudan. Viendo la verdad, no creen.
Es difícil creer lo que uno ve. Pienso que me engañan mis ojos, mis prejuicios, mis sentimientos. Y no veo la realidad como es. Porque no quiero verla o porque quiero que sea distinta.
En la película Luce la madre de un hijo adoptado defiende a su hijo. Su amor es más fuerte que las dudas y desconfianzas. Comenta el protagonista cuando lo acusan de mentir:
“Si no te ajustas a lo que ella quiere de repente eres su enemigo. Es como que sólo puedo ser un santo o un monstruo. Esto te demuestra que nunca sabes realmente lo que sucede con las personas”.
La película te hace dudar de todo. ¿Es verdad lo que parece? El corazón humano es un misterio. Eso pasa en la vida. Veo lo que realmente quiero ver. Y no veo en ocasiones la verdad, sino lo que yo mismo creo que es verdad.
¡Cuántos hombres vieron a Jesús predicando, haciendo milagros, sanando y no creyeron en Él! No vieron a Dios en ese hombre.
Marta en Betania hoy cree. Ve más allá de lo que sus ojos ven. Ve lo imposible. La fe me habla de creer en lo que parece imposible. En una realidad que todavía no ha ocurrido.
Yo quiero creer que todo el dolor de ahora pasará. Y la enfermedad estará controlada. Y no habrá tantas muertes como ahora temo. Es mi fe la que me sostiene. Hay una frase que me da vida:
“No dejes nunca de creer”.
Hay momentos oscuros en la vida en los que todo parece imposible. Marta acaba de perder a su hermano. Y todo porque Jesús no adelantó su viaje. Él podría haberlo curado. Pero ella cree. Más allá de sus dolores, de sus lágrimas, de sus miedos, cree.
Cuando creo que algo es posible tengo más posibilidades de que llegue a ser realidad. Con frecuencia me encuentro con creencias limitantes en mi vida.
No creo ser capaz de hacer algo y esa falta de fe mía me incapacita para esa tarea. Si saltara esos límites lograría mucho más, sería capaz de más cosas.
Quiero creer en todo lo que soy capaz de hacer si tengo fe, si confío en que es posible. Esa fe en lo humano, en mis potencialidades, me ayuda a vencer todo tipo de dificultades. Me da ánimo y fuerzas para luchar.
El enfermo que cree en su curación pone todo de su parte, se esfuerza, entrega su vida. No desespera, no duda, no teme. Esa fe es la que yo quiero para la vida.
Quiero creer en mí. Quiero creer en los que me rodean. Me gusta esa fe en lo humano. Al mismo tiempo quiero una fe que supere las dificultades. Quiero creer en un mundo mejor al final del camino.
Creo en la resurrección, como cree Marta. Ella cree que un día estará para siempre con su hermano, con Jesús. No duda. No tiene miedo.
La fe en la resurrección me hace mirar con más paz y libertad la vida presente. Me permite tomar en mis manos mis miedos y confiárselos a Dios.
Él sostiene mi vida, pero lo que vivo aquí tendrá su continuidad en el cielo. El amor de aquí estará llamado a ser pleno en el cielo.
Aquí, en estos pasos temblorosos que vivo, se da una anticipación del cielo. Hay momentos de luz, de esperanza, que me transportan a lo que será mi vida plena para siempre. Comenta el papa Francisco en la exhortación Amoris Laetitia:
“Los momentos de gozo, el descanso o la fiesta, y aun la sexualidad, se experimentan como una participación en la vida plena de su Resurrección”.
En la tierra puedo abrir ventanas al cielo. El amor de aquí sueña con ser eterno. El abrazo de ahora con un abrazo sin límites.
Miro ahora el cielo y toco con fuerza mi debilidad. Como Marta ese día. La impotencia me hace pensar que no puedo. Leía el otro día:
“Puede ser que nos sintamos débiles. Pero, si estamos llamados, recibimos las gracias necesarias. Debemos poseer esa confianza que toma el cielo por asalto y entonces, por fin, encarnar en nosotros mismos la gran ley: ¡La omnipotencia de Dios quiere ser glorificada por medio de mi debilidad, de mi impotencia!”.
En mi pobreza se manifiesta la riqueza infinita del cielo. Dios viene en mi auxilio cuando pienso que todo está perdido. Él hace posible el cielo en mi vida y aumenta mi fe.