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Ante la enfermedad y la muerte, Jesús te pide una cosa

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Carlos Padilla Esteban - publicado el 30/03/20
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Jesús va a tu dolor y a tu casa

Este domingo me detuve en el relato del Evangelio sobre la resurrección de Lázaro. Me conmueven las lágrimas de Marta, de María. Pero sobre todo las de Jesús:

“Viéndola llorar Jesús y que también lloraban los judíos que la acompañaban, se conmovió interiormente, se turbó y dijo: – ¿Dónde lo habéis puesto? Jesús se echó a llorar”.

Jesús llora. Sus lágrimas se unen a las de sus amigos. Lázaro lleva días muerto:

“Lázaro llevaba ya cuatro días en el sepulcro”.

Son demasiados días. El cuerpo sin vida ya huele:

“Le responde Marta, la hermana del muerto: – Señor, ya huele; es el cuarto día”.

Es imposible la vida. Ha pasado mucho tiempo. Si hubiera llegado antes. ¡Cuántas veces en mi vida lamento la tardanza de Jesús!

Si hubiera venido antes para salvar a un ser querido. Para librarme de la enfermedad. Si hubiera venido antes para darme fuerzas y esperanza. Me quejo ante Dios.



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Me falta fe para creer en la vida eterna como lo hizo Marta. Fe para mover la piedra de un sepulcro después de cuatro días:

“Jesús se conmovió de nuevo en su interior y fue al sepulcro. Era una cueva, y tenía puesta encima una piedra. Dice Jesús: – Quitad la piedra. Quitaron, pues, la piedra”.

Hace falta mucha fe para quitar una piedra pesada. ¿Creen realmente en sus palabras? ¿Piensan que Jesús puede resucitar a un muerto? Es imposible. Lleva cuatro días muerto. La lógica se impone. No puede haber milagro.

Una curación es fácil. O la multiplicación de los panes y los peces. Pero ¿un muerto? No es posible. Me falta fe. No creo tanto en milagros imposibles.

Jesús me pide que tenga fe. Más fe en lo imposible, más fe en Él, en su verdad. Que deje de lado lo que ven mis ojos. Me cuesta mucho.

A veces no sé lo que ven mis ojos y dudo, sospecho, no tengo fe ni en lo que veo. Ahora me pide Jesús que crea en lo que no veo. En lo que no es viable. Es demasiado tarde pero todo sucede según el deseo de Jesús:

“¿No te he dicho que, si crees, verás la gloria de Dios? Entonces Jesús levantó los ojos a lo alto y dijo: – Padre, te doy gracias por haberme escuchado. Ya sabía yo que Tú siempre me escuchas; pero lo he dicho por estos que me rodean, para que crean que Tú me has enviado. Dicho esto, gritó con fuerte voz: – ¡Lázaro, sal fuera! Y salió el muerto, atado de pies y manos con vendas y envuelto el rostro en un sudario. Jesús les dice: – Desatadlo y dejadle andar. Muchos de los judíos que habían venido a casa de María, viendo lo que había hecho, creyeron en Él”.

Muchos creyeron. Y los que no creían en Jesús, ese mismo día decidieron matar a Jesús y a Lázaro. Es definitivo. Ya no hay vuelta atrás. La resurrección de un muerto es demasiado y deciden matarlo.

Este evangelio en las vísperas de la Semana Santa me conmueve. El último milagro de Jesús sucede por amor. Nadie lo pide. Nadie cree en su poder. Lo hace por amor.

Jesús ama a Lázaro. Ama a Marta y a María. Llora conmovido por la ausencia de su amigo. Jesús llegó demasiado tarde. Resucita a Lázaro para una vida temporal.

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¿Cuántos años? No importa. Es el amor que hace un milagro que precede su propia resurrección. Él resucitará para la vida eterna.

Me habla Jesús de vida en medio de cifras de muertos. ¡Cuántos muertos por una enfermedad incontrolable! Mi corazón llora como el de Jesús.



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Yo quiero más milagros como ese en mi vida. Quiero que la muerte no me toque. Ni la enfermedad, ni el dolor. Lo suplico. Quiero que me salve de todas mis dolencias. Pero no es así.

Ese Jesús mío en el que creo no hace muchos milagros, no sana siempre. Pero sí me salva, sí me resucitará un día.

Yo quisiera que todo fuera distinto ahora. Camino entre la vida y la muerte, entre la salud y la enfermedad. Me confronto con mis límites e impotencias.



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Creo que Jesús viene a mi dolor y a mi casa como hizo en Betania. Creo que Él recorre el camino hasta mi hogar y escucha mi llamada como escuchó la de Marta y María.

Quiero que aumente mi fe. Que aumente mi fe en el Dios que viene a salvarme, a levantarme cada vez que no sé cómo confiar en el siguiente día.

Sueño con días nuevos en los que se acabe el dolor. Sueño con una vida sin sufrimiento. Y Jesús sólo me pide que crea, que no deje de creer en lo imposible.

Que crea en mí mismo y en todo lo bueno que hay en mí y en las personas. Que crea en su poder infinito que transforma mi vida y la hace mejor. Que crea que lo que ahora veo con dolor y miedo no es el final.

Que estoy llamado a la vida eterna. Y a vivir aquí con la mirada puesta en el cielo y que mis lágrimas serán enjugadas un día, en un abrazo que será definitivo. Allí cesarán el dolor y el miedo para siempre.


RAGAZZA, VENTO, CIELO
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