El coronavirus nos ha acercado mucho la enfermedad y la agonía, la soledad y el aislamiento, pero en realidad este sufrimiento forma parte de la vida… ¿conoces su sentido?
Me impresiona el dolor de los que sufren. El dolor de los enfermos que están solos. Grito a Dios para que me escuche:
“¡Señor, escucha mi clamor! ¡Estén atentos tus oídos a la voz de mis súplicas! Si tomas en cuenta las culpas, ¿quién, Señor, resistirá? Mas el perdón se halla junto a ti. Yo espero en Dios, mi alma espera en su palabra; mi alma aguarda al Señor más que los centinelas la aurora”.
Me conmueve esta súplica. Es la de tantos hoy que sufren la enfermedad y el aislamiento. La soledad y la agonía. Hay tantas personas enfermas…
¡Cuánta gente a la que amo está enferma! ¡Cuánta gente a la que Jesús ama! Mi corazón tiembla como el de Jesús. El amor me hace sufrir por la enfermedad de los que amo.
La enfermedad es lo más opuesto a la vida. La salud es ese don que tanto aprecio. Considero evidente estar sano. Esta pandemia ha venido a romper todas mis seguridades. Mi salud, la de los demás.
Y la enfermedad del otro no sólo me duele, también es una amenaza para mi propia vida. Puedo recluirme en mi seguridad. No puedo ayudar. Es peligroso que lo haga. Siento impotencia.
No puedo acompañar al enfermo, no puedo sostenerlo con mi presencia física, no puedo calmar sus dolores, no puedo animarlo en sus miedos.
Sólo me queda hacerlo con una pantalla entre los dos. Para que no caiga yo enfermo. Para no enfermar a otros. Una enfermedad que me une y separa al mismo tiempo. Despierta mi solidaridad, mi deseo de rezar por el enfermo, de acudir con los medios posibles en su ayuda.
La enfermedad siempre duele, pero ahora que es algo tan extendido me inquieta y pone inseguro. ¿Cuándo acabará todo esto?, suplico a Dios en mi impotencia.
Si viniera y eliminara el dolor de tantos de un solo golpe… Pero los tiempos de Dios no son los míos. ¿Qué me quiere decir Dios en medio de esta pandemia?
“Esta enfermedad no es de muerte, es para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella“, explica Jesús en el Evangelio.
Me cuesta descifrar el sentido de estas palabras. Mi vida es para la vida eterna. Una enfermedad no acaba conmigo. Estoy llamado a vivir para siempre. La enfermedad no me quita la vida.
Quiero aprender a vivir este tiempo con paz, sin inquietarme. Jesús está de camino. Ha esperado más de lo que yo quería. Pero viene a mi dolor, a mi pena. Viene a sostenerme en mi enfermedad. Jesús me ama.
Ese amor suyo es una certeza en mi vida. Mi enfermedad, mi dolor, le conmueven. Lo he palpado. No quiere que esté enfermo. No quiere que muera. Quiere que viva con esperanza.
La enfermedad es parte de mi vida, de mi camino. No es un paréntesis este tiempo, cuando todo se paraliza. Esa es mi tentación. Pensar que es un paréntesis.
Creo que más bien es una escuela para aprender a vivir mi enfermedad y la de mis seres queridos. Vivir con esperanza en la desesperanza.
Tener una mirada confiada cuando mi tentación es desconfiar. No vendrá Jesús, pienso. Pero no es cierto. Sólo se retrasa. Él viene a mi dolor porque me ama.
Yo no me acabo de creer el amor que Dios me tiene. Por eso mendigo tanto el amor de los hombres. Vivo suplicando que me amen.
En este tiempo de soledad miro a Jesús en mi vida. Él viene a acompañarme. Quiere caminar conmigo porque me ama. Esta escuela me enseña a vivir. Cuando todo acabe será distinto mi corazón. Tengo la certeza.