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¿Cuánto darías por una vida?

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Enrique Bonet - publicado el 08/04/20
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Quizás este mal trago haya sucedido para que no se nos olvide nunca más lo que vale una vida humana, aunque sea anciana y terminal.

Hemos cerrado escuelas, universidades, guarderías… En la España folclórica ¡hemos cerrado hasta los bares! Hemos suspendido las Fallas, hemos cancelado las procesiones de Semana Santa. Hemos perdido miles de millones de euros. Empezamos con el World Mobile Congress y después han caído cientos de muestras, ferias, exposiciones y otros congresos. Hemos cerrado los hoteles. Hemos confinado el turismo. Hemos perdido un dineral. Hemos obligado a la gente a quedarse en sus casas, aun en contra de su voluntad. Hemos coaccionado con leyes y multas.

Y vale la pena preguntarse, ¿por qué hemos hecho todo esto? ¿Por qué hemos sido tan radicales?

Para salvar vidas. Para evitar una sangría de vidas. Se nos han ido Javier, Pilar, José… tantos… Pero para que no se nos fueran más, nos hemos hecho un harakiri económico y de libertades. Para evitar más muertes hemos parado países y hemos virtualmente congelado su economía, pero no importaba porque era para salvar vidas.

Vidas. Muchas de ellas ancianas, terminales, achacosas, enfermas… pero vidas.

Son nuestros abuelos, nuestros mayores. Son los que sostenían nuestra mano en nuestros primeros pasos, quienes nos enseñaron a no caernos de la bici… y son también viejos solitarios que aparentemente no importan a nadie…Son vidas viejas, queridos o no tanto, con familiares o solitarios, pero son vidas humanas al fin y al  cabo.

Y si hay que parar el mundo por ellas, se para. Y si hay que multar a alguien, se le multa.

Es lo lógico, es lo humano… pero ha tenido que venir un virus desde China a recordárnoslo. Porque no olvidemos que cuando llegó el SARS-CoV-2, en España estábamos admitiendo a trámite en el congreso una ley para aceptar las peticiones de vidas ancianas, terminales, achacosas y enfermas a que termináramos con ellas. Hacer legalmente lo que está haciendo el virus ahora.

Quizás el mundo, los virus, los perros o los pangolines… -o quizás sea nuestra propia conciencia- nos están diciendo: “¡Aclararaos! ¿Cuánto vale para vosotros la vida de los ancianos y los enfermos? Ayer estabais debatiendo la legalización de su terminación y hoy estáis quemando los recursos del país para salvarlos… Ayer estabais sugiriendo a los médicos que les inyectaran una dosis letal y hoy les aplaudís en las terrazas porque están arriesgando su pellejo para salvar esas mismas vidas. ¿En qué quedamos?”

Quizás este mal trago haya sucedido para que no se nos olvide nunca más lo que vale una vida humana, aunque sea anciana y terminal.

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