Vivió una vida de entrega a Cristo y aceptó sufrir el mismo dolor que él en la CruzDesde muy pequeña, Verónica Giuliani, que en realidad se llamaba Úrsula, supo que quería consagrar su vida a Dios.
Nacida en 1660 en el seno de una familia piadosa en un pequeño rincón de Italia conocido como Mercatello, Úrsula sintió una profunda devoción siendo una niña:
“Todavía no andaba, pero cuando veía las imágenes donde estaba pintada la Virgen santísima con el Niño en brazos, yo me agitaba hasta que me acercaban a ellas para poder darles un beso”.
Unos sentimientos que la llevaron a enfrentarse a su propio padre. Este, Francesco Giuliani, viudo desde que Úrsula tenía siete años, creía que su pequeña debía casarse y formar una familia cristiana pero ella no cejó en su empeño de convertirse en monja.
También tres de sus hermanas abrazaron la vida religiosa. Úrsula recordó años después que el niño Jesús se le presentaba cuando salía al jardín a recoger flores con ella.
Úrsula tardó varios años en conseguir su objetivo pero nunca se rindió.
“A medida que crecía en edad, mayores ansias me venían de ser religiosa. Lo decía, pero no había nadie que me creyera; todos me llevaban la contraria. Sobre todo mi padre, el cual hasta lloraba y me decía absolutamente que no quería; y, para quitarme de la cabeza semejante pensamiento, con mucha frecuencia llevaba a otros señores a casa y luego me llamaba en presencia de ellos; me prometía toda clase de entretenimientos”.
Hasta que su padre terminó cediendo.
Con dieciséis años, Úrsula ingresó en el convento de clarisas capuchinas de Città di Castello y adoptó un nombre muy significativo para ella, el de Verónica, en honor a la Pasión de Cristo.
La hermana Verónica se volcó de lleno en la vida conventual, colaborando en todas las tareas necesarias y asumiendo todas las responsabilidades que se le asignaban.
Así, durante más de tres décadas, ejerció como maestra de novicias y trabajó intensamente para mejorar la vida de sus hermanas. Pero su labor cotidiana dentro del convento no le impidió dedicar largas horas a la oración y a profundizar en su vida espiritual.
Señor, no tardéis más: ¡crucificadme con Vos! ¡Dadme vuestras espinas, vuestros clavos: aquí tenéis mis manos, mis pies y mi corazón! ¡Heridme, oh Señor!
Antes de convertirse en monja, Verónica ya había tenido visiones de Jesús y de su madre la Virgen María así que era solo cuestión de tiempo que tras los muros del convento tuviera una intensa experiencia mística relacionada sobre todo con la Pasión de Jesús.
Fue concretamente a partir de 1693 que inició un largo camino espiritual que derivó en una intensa actividad mística. Un año después, su cuerpo empezó a recibir los estigmas de la pasión de Cristo.
Su experiencia mística fue plasmada en una extensa obra por indicación de su confesor, un Diario de más de cuarenta volúmenes y veinte mil páginas. Una labor que extendió a lo largo de su vida y que sería de gran utilizada para su propio proceso de canonización.
Esposa mía —me susurra Cristo crucificado— me complacen las penitencias que haces por aquellos que están en desgracia ante mí… Luego, desclavando un brazo de la cruz, me hizo señas de que me acercara a su costado… Y me encontré entre los brazos de Cristo crucificado. Lo que sentí entonces no puedo contarlo: habría querido estar siempre en su santísimo costado.
Cuando las religiosas del convento descubrieron que Verónica sufría las mismas heridas que Jesús en la cruz, el Santo Oficio la sometió a una dura prueba para comprobar que no era una impostora. La Inquisición terminó aceptando la sinceridad de su sufrimiento y la veracidad de sus estigmas.
En 1716, Verónica fue elegida abadesa, cargó que asumió hasta su muerte, acaecida en 1727. Antes de morir, confió a su confesor que en su corazón llevaba grabados los instrumentos de la Pasión de Cristo.
Cuando los cirujanos le realizaron la autopsia, ante varios testigos, descubrieron que la futura santa no mentía. También se descubrió que había sufrido la fuerza de la cruz apoyada en su espalda, pues sus huesos se presentaron hundidos.
En 1804 fue beatificada por Pío VII y canonizada por Gregorio XVI en 1839. Durante la celebración del 350º aniversario de su nacimiento, Benedicto XVI ensalzó la figura de Santa Verónica Giuliani recordando que, como su nombre, que significaba “verdadera imagen”, llegó a ser “una verdadera imagen de Cristo crucificado”.
“El Cristo al cual Verónica está profundamente unida es el Cristo que sufre de la pasión, muerte y resurrección; es Jesús en el acto de ofrecerse al Padre para salvarnos”.
En 2018 un director italiano, Giovani Ziberna, presentó una película documental sobre la santa, El despertar de un gigante. Vida de Santa Verónica Giuliani, que ayudó a popularizar su devoción. El mismo director, ateo, llegó a confesar que la realización de la película le había ayudado en su propia conversión.
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