Algo eterno da una esperanza más fuerte que el miedo
Me impresiona que hoy haya tantos signos de vida en medio de tanta muerte.
Tantas personas que ayudan, que sacan lo mejor de su corazón. Tantos enfermeros, médicos, auxiliares, personas que colaboran en los hospitales. Tanta vida que brota de sepulcros vacíos.
Yo creo en la vida oculta. Esa que no se ve debajo de la apariencia simple de un sepulcro vacío. Esa muerte tan vacía que parece no dar vida a nadie. Pero el olor a muerte despierta la vida. Es la paradoja de la resurrección.
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Después del sepulcro vacío viene la fe en el resucitado. En Pascua proclamamos:
“Nosotros somos testigos de todo lo que hizo en la tierra de los judíos y en Jerusalén. A este lo mataron, colgándolo de un madero. Pero Dios lo resucitó al tercer día y le concedió la gracia de manifestarse, no a todo el pueblo, sino a los testigos designados por Dios: a nosotros, que hemos comido y bebido con Él después de su resurrección de entre los muertos”.
Somos testigos de la vida, de la resurrección.
Quisieron matar al amor. Quisieron enterrar el último vestigio de vida del Maestro, del falso Mesías, y resucitó con más fuerza.
No era Lázaro, ni Elías que volvía a ser hombre mortal. Ahora era una vida verdadera. Una vida eterna que no conoce la muerte.
Los brotes verdes de vida que veo en medio de la pandemia me recuerdan al olor a vida eterna que tiene el sepulcro vacío, olor a nardos.
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Jesús está vivo en ellos, en sus gestos ocultos, en sus servicios silenciosos, en sus caricias sin palabras. En sus abrazos en medio de guantes, batas y mascarillas.
La vida es más fuerte que la muerte. Tiene más peso, sin duda. Pero esta vida es un sí para siempre. Un sí que rompe las fronteras de la piel, de la carne caduca.
Es más fuerte el olor a la vida que el olor a muerte. Es más fuerte la noticia que no sale en la prensa de tantas vidas silenciosas que se escurren por la lápida perfumada.
Más potente el sí de los vivos que el no de los muertos. Más poderoso el abrazo de Jesús resucitado que la ausencia de su cuerpo. Más misteriosa esta resurrección a una vida eterna que la de Lázaro condenado a morir de nuevo.
Ahora ya no importa el cuerpo muerto, importa más el glorioso. Ya no tiene sentido ungir un cuerpo sin vida. Tiene más sentido sentir el olor a nardos que desprende la vida.
Esas palabras llenas de esperanza de Jesús a los suyos. Somos testigos de un amor que es más pesado que la muerte. He probado el sabor de la vida y no puedo dejar de aspirar al cielo:
“Si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra”.
Por más que predico sobre la resurrección y la vida me aferro enfermizamente a esta vida mortal que poseo. Tan frágil e inconsistente. Tan corta cuando la comparo con la ausencia de tiempo.
Sé que tengo pocos días. ¿Por qué tengo tanto miedo a perderlos? Estoy llamado al cielo, a la resurrección de los vivos, a la eternidad con Cristo que ha venido a mostrarme el amor que me tiene.
Me quiere por encima de mis miedos. Y me dice que no seré un nuevo Lázaro, que seré un nuevo Cristo. Eso me da esperanza y alegría. Es la vida que deseo. Una vida más plena que la que tengo. Una vida verdadera, honda, eterna.
Me gusta la vida que poseo, pero es tan falible, tan frágil.
“Cuando aparezca Cristo, vida vuestra, entonces también vosotros apareceréis gloriosos, juntamente con Él”.
Creo en esa vida, por eso corro. Corro para no dejar de dar el amor que tengo. Es poco, son pocos mis días. Los entrego, no me reservo.
Tengo miedo de perder la vida. Más miedo aún de malgastar mis días. Y sueño con poder darme por entero. Ahora en estos días. Después en un sí para siempre.
Hoy, cuando miro a la muerte tan de frente, no tengo dudas. Jesús es un Dios de vivos, no de muertos. Un Dios que me llama a vivir para siempre a su lado.
Quiero resucitar con Él. Quiero vivir con esa esperanza que supera todos los miedos de esta pandemia. No pierdo la alegría, no dejo de soñar con cumbres altas, con ideales grandes. No dejo de aspirar a vivir mejor ahora, de otra manera, escondido en Él.
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