Hogar, dulce hogar, ¿siempre y en cualquier caso? La larga batalla contra el coronavirus afecta también a nuestras relaciones familiaresLa pandemia de coronavirus, como cualquier otra situación que pone en grave peligro nuestra vida, ha activado la emoción de la supervivencia, el miedo. Ante él tres estrategias de defensa (las tres “f” de origen anglosajón:fight, flight, freezing):
- el ataque,
- la fuga
- la congelación
Mirando este escenario desde un punto de vista social, la comunidad se divide en grupos, de diverso número, que adoptan preferentemente una u otra de estas posibilidades.
En este momento contra el enemigo invisible están los que lo combaten: sobre todo médicos, enfermeros, voluntarios, agentes de policía y fuerzas armadas. Entre los que huyen están los que escapan físicamente del peligro, como los que se marchan de los focos de contagio a segundas residencias, pero también quienes se evaden mentalmente negando la enfermedad y comportándose como si no pasara nada. Y la mayoría está hibernando entre muros domésticos, obligados al letargo social bajo el lema #YoMeQuedoenCasa.
¿Frente al enemigo común aumenta la cohesión?
La casa se convierte en nuestro refugio, y es hoy la línea de defensa más importante, pero también el contexto en el que tanto lo positivo como lo negativo muestra todo su poder de desequilibrar los equilibrios interpersonales.
Cuando hay que enfrentarse con un enemigo común surge la cohesión, según el principio de que la unión hace la fuerza, incluso quienes antes estaban en fuerte desacuerdo o incluso empeñados en un enfrentamiento abierto hasta poco antes de aparecer ese fantasma amenazador. Incluso los enemigos de siempre se alían frente al Monstruo absoluto.
Se asiste a grandes gestos de solidaridad, generosidad, buena educación y respeto mutuo, que intenta exorcizar el miedo infinito a un monstruo tan pequeño e invisible como fulminante y letal, “Todo irá bien”. (psicologiacontemporanea.it)
Todos juntos 24 horas: el equilibrio que vacila
Entre los muros domésticos, se ve ahora a grandes y pequeños conviviendo en un clima de gran solidaridad, en la que cada uno tiene una tarea concreta: quien ordena, quien barre, quien cocina, quien lava los platos, quien hace la compra. Todo esto es bonito y reconfortante pero la guerra se está revelando por desgracia larga y difícil.
Tener en casa a una persona normalmente ausente o presente solo una parte de la jornada, como por ejemplo un anciano, el cónyuge que iba a trabajar o los hijos que estudiaban, puede llegar a agrietar poco a poco un equilibrio que se había construido durante mucho tiempo.
Estalla el fastidio por cosas pequeñas, la molestia ante la dificultad de encontrar un espacio para uno mismo: ¿quizás el joven que quiere escuchar música en voz alta molesta la siesta de los mayores, este tiende a monopolizar de manera obsesiva la TV para seguir los telediarios, o el marido que quiere de repente hacer de chef irritando no poco a la cocinera de la casa, y quien lleva al perro de paseo y hace hacer todos los deberes a los niños pequeños?
Salir para que se te pase el enfado… ¿y ahora que no se puede?
La tensión en casa, especialmente si había un conflicto anterior, evidente u oculto, puede desencadenarse y llevar a las personas a escupirse a la cara lo que “nunca te he dicho”, o a volverse hiper reactivos ante supuestas intrusiones en la privacidad de la habitación o del teléfono.
Ante una tensión doméstica muy fuerte, la solución para calmar los ánimos y desahogar la rabia era salir de casa, pero hoy esto no es posible. Si además en el contexto familiar hay problemáticas psíquicas importantes en uno o varios de sus miembros, el riesgo de una peligrosa escalada de agresividad se vuelve muy fuerte, como sucedió estos días en Roma cuando un joven asesinó brutalmente a su madre en medio de una pelea.
Convivencia forzosa: ¿cómo sobrevivir?
¿Cómo se pueden intentar afrontar los conflictos derivados o agravados por el confinamiento forzoso? Ante todo, afirman los expertos Luciana d’Ambrosio Marri y Andrea Castiello d’Antonio, usando la palabra no como un arma para agredir al otro, sino como instrumento para dar voz a los sentimientos de cada uno, con el objetivo de identificar y de reconducir las situaciones conflictivas.
Y después, ahora que tenemos tiempo, intentar escuchar de verdad, con la cabeza y el corazón, lo que el otro quiere comunicar de sus emociones, amarguras, angustias, dudas.
Sin buscar un chivo expiatorio, sino un honrado por qué, respecto al cual casi nunca hay uno que tenga razón y otro que no, sino que coexisten varias necesidades y puntos de vista nunca comunicados mutuamente, que han llevado a equívocos, a una acumulación de incomprensiones y a desarrollar mucha hostilidad.
No es un esfuerzo fácil, pero estos tiempos difíciles nos deberían enseñar a elegir y combatir por aquello que de verdad es importante.
El perdón
Y por último, pero no en último lugar, el perdón: este gran recurso del alma humana que el creyente puede pedir a Dios para que le ayude a llevarlo a cabo. Entre las tentaciones más grandes está la de pelear para imponerse a toda costa, y entre los mayores males, el de llegar a odiar al más próximo de los prójimos. La casa no es siempre dulce, pero cuidado no nos quedemos sin casa.