Que esta pandemia deje una semilla de eternidad
En mitad del camino me detengo y medito, contemplo, callo y espero. ¿Qué tristezas navegan por mi alma? ¿Qué miedos cubren mi horizonte?
¿Qué significa volver a esa normalidad de antes que ahora echo tanto de menos? ¿Era normal mi vida antes de que todo esto empezara? ¿Es más anormal ahora?
Una vida normal. Una vida cotidiana. Lo que ahora llamo normal tal vez no lo sea tanto. Vivir corriendo de un lado para otro sin tiempo para lo importante.
Un mundo frenético en el que las pausas son pérdidas de tiempo. Un mundo de afectos no expresados en el que descuido lo más valioso que tengo, mi familia. Un mundo de producir sin tiempo para el encuentro.
Faltan ahora muchas cosas. Y quizás siento que me sobran muchas de las que antes llenaban mi tiempo.
Miro a Jesús que me llama en la orilla de mi vida para que coma con Él, para que pierda el tiempo. Este tiempo de Pascua tiene mucho de vida, de una vida nueva que me conmueve.
Porque yo quiero vivir más plenamente. Me gusta este poema que leía el otro día. Sobre la vida, sobre la muerte:
“Huerto sellado, tumba vacía.
Pasos presurosos. Llantos y risas.
No sé de qué está hecho el día.
Sólo sé que las sombras mueren con el sol.
Y los vientos se calman.
Y los silencios se tiñen de risas.
Y mi mano toca la vida entre piedras vacías.
Ya no temo.
Súbitamente comprendo, que la alegría que dura es la eterna.
Y mi alma descansa segura.
Pasa el miedo y huye con las sombras.
Y yo tejo en silencio una suave armonía.
Esperando ese día cuando todo encaje o no.
Ese día en el que la vida no conozca más la muerte.
Sí, cuando Tú hayas vencido en mí para siempre”.
Tiene mi vida ahora un gusto a presente que me impresiona. A mí que me gusta hacer planes y llenar agendas. A mí que me gusta viajar de un lado a otro llenando mi tiempo. Ese tiempo que sigue ahora corriendo rápido ante mis ojos, aunque me detenga de repente, no como antes, cuando nunca paraba.
Me gusta el presente de la Pascua que es eterno. Una puerta abierta al cielo. Una invitación de Jesús a comer con Él esta Pascua. El paso de Dios silencioso, cotidiano, en la fuerza de ese Espíritu más presente que nunca.
Una normalidad anormal
Es normal mi vida ahora cuando no hago todas las cosas que antes parecían llenar mi alma. ¿O vaciarla? No distingo muy bien lo que Dios me pide.
Me ha despojado de mucho. También de mis hábitos pasados. Ha renovado su llamada a vivir con Él, recostado en su regazo.
Renuevo mi sí, mi adsum, mi fiat. Le digo a Él que estoy dispuesto a seguirle por los caminos. Aunque ahora el seguimiento sea en mi hogar, en mi alma, en mi tierra sagrada. La normalidad más anormal de mi vida.
En ese discurrir paciente de las horas me adentro con Él de nuevo en el mar de mis sueños. Por ahí sigo sus pasos. Él me ha dado la vida, le ha dado normalidad a mis días, le ha dado criterios y sueños.
Quisiera saber elegir siempre lo correcto. O mejor elegir lo que me construye como persona. Lo que me hace más libre y más hondo.
¿Soy más hondo y libre ahora que antes? ¿Dejará este tiempo una semilla de eternidad sembrada en mi alma? ¿Viviré con más paz las cruces del camino? ¿Habré madurado por fin?
No lo sé. Sé, eso sí, que no puedo entender mi vida sin ternura. Sin tocar la ternura de Dios y de los hombres. Sin percibir caricias que calman mi corazón inquieto.
Sé que los sueños se hacen más hondos cuando guardo silencio. Y la vida corre por cauces internos cuando me dejo tiempo para estar con Dios, con los que amo.
“¡Sí!”
Vuelvo a decirle que sí a ese Dios que ahora me llama de nuevo. Me susurra a mi oído el nombre que ha grabado muy dentro de mí.
Para que no me olvide me ata a su corazón, con una cuerda fuerte. Para que no me suelte si me siento débil. Para que no tema si no veo la luz al final del túnel.
Siempre he sabido, no sé bien cómo, que Él nunca va a dejarme solo. Y así ha sido. Es una curiosa certeza que le ha dado estabilidad a mi ánimo, seguridad a mis pasos.
En medio de miedos humanos veo su mano de nuevo, segura y firme. Y me alegra saber que su sonrisa no se va a borrar nunca de sus labios.
Y creo en sus palabras y en sus promesas. Y veo la vida que crece dentro de mi alma. Una resurrección segura que supera la muerte.
Y el horizonte se hace más ancho, más grande. Elijo la anormalidad que ahora vivo. Elijo los valores que ahora toco. Elijo la mirada que me regala esta crisis.
Se ponen las cosas en su sitio. Duele por dentro cambiar las prioridades y los deseos. Dejar de hacer y comenzar de nuevo. Duele la pérdida y la ausencia.
Brota de la piedra una vida nueva que vuelve normal lo imposible. Y hace de los sueños algo tan real como mi vida. Agradezco a Dios que camina dentro de mis pasos. Y me abrazo a sus pies queriendo retenerlo dentro de mi alma.
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