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La trampa de evitar sentirte mal

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Estar siempre feliz y contento no es real.

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María del Castillo - publicado el 30/04/20
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Procesar las emociones es el camino para aprender de ellas sin estancarnos

La cultura del bienestar y la consecuente instauración de una incesante búsqueda del placer ha provocado en una gran parte de la sociedad la neurosis de la evitación del dolor a toda costa y en todas sus formas.

No se trata tan solo de que no queramos sufrir. No queremos hacer nada que nos cueste esfuerzo, sacrificios, renuncias. Nos han vendido una idea de libertad que sostiene que elegir algo te limita porque te hace renunciar a lo demás.

En el mundo de las emociones, el coste de evitar sentir dolor o de renunciar a cosas es muy alto y pocos hablan de ello.

Esta idea de buscar sentirnos bien está impregnada en todas las áreas de nuestra vida:

  • Desayunamos en tazas repletas de mensajes positivos y muchas veces vacíos de contenido.
  • La publicidad nos habla de aprender idiomas “sin esfuerzo”, “en una semana”, etc.
  • Buscamos hacerlo todo cada día más rápido y más cómodamente.

Así, se oculta un mensaje: “te tienes que sentir bien sí o sí” y, ante tal exigencia, puede ocurrir que, sin darte cuenta, cuando lo estés pasando mal te eches la culpa y caigas en el automachaque solo por atravesar una situación dolorosa, difícil o que, sencillamente, implica esfuerzo.

Pero, ¿acaso no hay cosas que merecen la pena a pesar de implicar grandes sacrificios?

Sin ir más lejos, la paternidad y la maternidad suponen la base de nuestros afectos en la infancia, es el sustento básico del amor en la sociedad y, al mismo tiempo, implica grandes renuncias. Son muchos los que atestiguan que ser padre o madre es lo mejor que les ha ocurrido en la vida, lo que demuestra que sufrir es compatible, e incluso necesario, para amar más y mejor.

¿Gestionar las emociones o sencillamente atravesarlas?

Una vez desmontado el mito de que “la mejor opción es evitar el dolor”, podemos entender mejor la importancia de “procesar” las emociones negativas en lugar de sencillamente entrar en combate con ellas para que desaparezcan lo antes posible.

Ciertamente, en algunas ocasiones las personas podemos desarrollar adicciones a estados anímicos. Eso sí, siempre a cambio de algún beneficio oculto. Así, algunos se hacen adictos al victimismo y la tristeza permanentes porque les brindan la atención y la compasión de su entorno. Otros, en cambio, se obligan a estar siempre alegres y divertidos porque necesitan recibir de sus más allegados el aplauso y el título de “optimistas”.

Sin embargo, lo más frecuente es que atravesemos momentos de tristeza, rabia o frustración momentáneamente, buscando estar por lo general serenos y alegres. Pero ¿es posible esto en situaciones complicadas como esta que vivimos del confinamiento a causa de una pandemia mundial?

¿Tenemos que estar siempre sonriendo, a pesar de sentir ansiedad, angustia o miedo?

La respuesta es bien clara: no.

Tenemos que darnos el derecho a sentirnos mal. No por masoquismo o porque amemos el dolor, sino porque el aprendizaje que podemos extraer es mucho mayor cuando nos permitimos estar aburridos, tristes, e incluso con miedo. Eso sí, siempre y cuando nos esforcemos por entender qué nos ha llevado hasta ahí para, posteriormente, pelear por salir victoriosos y volver a vivir con sensación de plenitud.

Qué hacer con las emociones

Del aburrimiento han nacido grandes ideas; de los sacrificios, grandes beneficios; de la tristeza, grandes aprendizajes; de la rabia bien canalizada, grandes motivaciones para hacer el bien; de los sentimientos de injusticia, grandes iniciativas y proyectos de reconstrucción social…

Si quienes alcanzaron estos logros hubieran buscado sentirse bien de forma inminente, habrían cogido un avión a Punta Cana y se habrían olvidado de su malestar con todo tipo de anestesias. Sin embargo, se permitieron sentirse así, y acompañaron esos sentimientos de reflexión y deseos de crecimiento.

Estos días de confinamiento, muchas personas experimentan emociones negativas. El mejor camino es, sin duda, aceptarlas antes de combatirlas.

 Y no solo las propias, sino también las de los que conviven con nosotros. Respetar a un hijo adolescente que necesita aislarse en su habitación, comprender a tu marido y su deseo de evadirse viendo un rato la televisión, pero también respetar que hoy estés de peor humor que otros días.

Simplemente, pide a tu entorno lo que necesitas y concédete sentirte así. Esa experiencia de libertad interior te hará salir de la negatividad antes de lo que imaginas.



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