Frente a un dolor que ahoga, una mujer comparte la cara más dramática y a menudo ignorada de la desesperación de quienes no pueden ser madresCuando me pidieron que escribiera algo en relación a la infertilidad, mi primer pensamiento fue: Pero ¿por qué tengo que hacerlo yo? ¿Qué tengo yo que ver con la infertilidad? ¡Yo no soy estéril!
El segundo pensamiento en cambio fue una película muda, hecha a base de imágenes en cámara lenta. Reviví momentos, salas de espera, libretas donde marcar los “días exactos”, listas de análisis para hacer y hormonas que tomar.
Percibí el olor del hospital, de sangre y en la boca el sabor de lágrimas saladas. Sentí tristeza, desconsuelo, rabia, envidia, sentido de abandono.
Y una sola pregunta en la cabeza: “¿Por qué precisamente yo?”.
Un nudo en la garganta fue la respuesta a mi protesta inicial. Y entonces lo entendí. Entendí que quizá yo también puedo balbucear algo sobre la infertilidad, pero nada más: ¿nudo en la garganta? Siempre presente ahogando mis respuestas y mi orgullo.
Abordar este dolor que devora, quizás es lo único que se puede hacer: analizarlo, observarlo desde todos los ángulos, volverlo dócil o al menos identificar sus puntos débiles. Siempre que haya.
Esta puede ser la ocasión adecuada para sacar la desilusión, el miedo, la desesperanza, la frustración que a estas alturas se han vuelto compañeras con las que toca convivir, enmascarándolas a quien te hace preguntas estúpidas sobre el porqué aún no tienes hijos, con una sonrisa apenas esbozada, una broma o un cambio de tema.
La única manera para dar voz también a quien, como yo, se siente una mujer incompleta: una mujer que aún no tiene hijos, una mujer que no sabe si podrá tener hijos.
Y, sin embargo, no. No soy estéril, o así parecen decir los innumerables exámenes que he hecho. Pero el hecho es que (por ahora) todavía no he logrado ser madre.
Con tristeza, debo admitir que conozco el proceso que una mujer debe enfrentar cuando no puede tener hijos de forma natural y, en consecuencia, todo el peso de las emociones que surgen de esta condición.
Me disculpo desde ahora si a veces es difícil, si se escapa alguna mala palabra, si los sentimientos expresados son poco cristianos (pero muy humanos).
Estoy segura de que entre ustedes hay quien se sentirá perfectamente comprnedida. No escribo para dar consejos sino para contar mi pequeña experiencia.
Ni siquiera escribo para pedir consejo, sino para sacar a la luz una realidad que a menudo se ignora.
Escribo para ser escuchada. Para dejar claro lo que se siente al tener un agujero negro en el corazón. Porque tú también puedes experimentar la desorientación de aquellas que tienen que reprogramar sus vidas cuando aún existe en los ojos el sueño de un bebé al que arrullar.
Porque no es justo que solo nosotras bebamos ese cáliz. Quédense cerca. Acérquense con amor a nuestros desvaríos tras una resaca. No sirve que nos consuelen con bellas palabras. Hagan silencio.
Porque cuando estemos completamente borrachas de dolor, lo único que necesitaremos será alguien que nos sostenga la cabeza mientras vomitamos nuestra rabia y nuestras esperanzas rotas.
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