¿Vivir de las apariencias o hacer vivir conforme a la realidad? Una pregunta que hoy muchos hombres y mujeres se hacen
Entre las obras de Henrik Johan Ibsen (1828-1906) destaca Casa de muñecas, que produjo una gran impresión desde su primera representación en el Teatro Real de Copenhague (1879).
Los personajes centrales son cinco. El matrimonio Helmer (Nora y Torvaldo); un amigo del matrimonio, el Dr. Rank; Cristina Linde, una amiga de la infancia de Nora y, finalmente, Nils Krogstad, personaje con pésima reputación. El Dr. Rank juega un papel interesante pero, lamentablemente, nuestro análisis lo deja al margen.
Las interpretaciones habituales de la obra se centran en Nora, en cómo se ve y cómo es vista por los demás.
Con escasos matices, todos coinciden al considerarla una niña mimada y una manirrota ávida de dinero. Cariñosa con sus hijos, amante de su esposo y alegre con todos (salvo con Krogstad, al que detesta y teme).
Nora es consciente de ello (“Todos estáis convencidos de que no valgo para nada serio”) e irá mostrando otra imagen. Descubrimos que ella misma ha contribuido a forjar esa apariencia de mujer inmadura para ocultar una realidad insoportable. Tiempo atrás tuvo que delinquir. Por amor, para mantener vivo a su marido y su familia. Contrajo una deuda con el horrible Krogstad (que la tiene, por eso, atrapada). Ha tenido que trabajar a escondidas y arañar cada céntimo para ir pagando.
Naturalmente, eso cambia todo. Ahora es una heroína, una madre y esposa admirable. Ya no nos parece la niña mimada del principio. Pero la deuda y el delito siguen constituyendo la dura realidad que la atenaza.
Krogstad la delata y ella piensa en suicidarse para evitar que su delito perjudique a su familia. Su gran corazón le hace prever que su marido intente responder por ella y, para evitarlo, convierte a Cristina en su confidente. Le pide que, si su marido intenta asumir la culpa para librarla a ella, “entonces actúa de testigo de que no es verdad, Cristina. No he perdido la razón; estoy en mi pleno juicio. Te digo que nadie ha sabido nada. Yo sola lo hice todo. Acuérdate bien.”.
Si su marido la quisiera como ella a él, reaccionaría así. Y eso sería un milagro. Sin embargo, Torvaldo sólo piensa en él. Hasta el punto de que desecha fríamente el suicidio de Nora: “¿De qué me serviría que abandonaras el mundo? De nada. En todo caso, puede hacerse público el asunto, y entonces sospecharán que yo estaba enterado de tu delito. Hasta pueden creer que te apoyé…”. El corazón del Nora, y el del espectador, se encoje ante la frialdad y la lucidez con que Torvaldo enfoca la situación.
Qué ocurra con la deuda y la delación es ya irrelevante. Lo fundamental es que ha servido para poner de manifiesto la verdad de ese matrimonio, la realidad.
Y la realidad es que Nora no se siente comprendida; es más, se da cuenta de que hasta ese momento tampoco ella había comprendido a su marido. Le espeta que “desde que nos conocimos no hemos tenido una sola conversación seria”, de tú a tú. No buscando el bien del otro como un menor, “nunca hemos hablado en serio, nunca hemos intentado llegar juntos al fondo de las cosas”, nunca han sido un matrimonio de adultos iguales.
Ha sido bien tratada por su marido, cuidada… mantenida en una perpetua inmadurez, ha sido una muñeca. Ha jugado el papel que la sociedad le ha otorgado; ahora decide orientarse por sí misma, abandonar su familia, quedarse sola.
Torvaldo no puede concebir que nadie “sacrifique su honor por el ser amado” y Nora le replica que “lo han hecho millares de mujeres”.
El efecto final que consigue Nora es de corte feminista: la mujer que se afirma frente a los esquemas masculinos que la condenan a ser una muñeca, un adorno, un objeto. El propio Ibsen ve en Nora un prototipo de la rebelión de la mujer. Y, en ese sentido, la obra ha sido un referente del feminismo.
Hay muchos hombres como Torvaldo y muchas mujeres como Nora. De ahí que, naturalmente, pueda hacerse esta interpretación. No obstante, la buena literatura tiene más fuerza que sus personajes e, incluso, que los autores.
Nora no es la única mujer que aparece en la obra. Tan protagonista como ella es Cristina, que aparece desde el principio como una derrotada. Renunció a un hombre al que quería y la amaba para casarse sin amor con un hombre cuya posición económica le permitió sacar adelante a “una madre inválida y dos hermanos pequeños”. Ahora está viuda, arruinada, en busca de cualquier trabajo que le permita alimentarse y no pensar. Es un náufrago y lo sabe.
Y Torvaldo no es el único hombre. ¿Qué decir de Krogstad? Nora tiene que oír que no ha sido la única que ha tenido que delinquir por amor. Y tiene que oírselo a Krogstad. Tiene que saber que su mala reputación es el precio que ha pagado para salvar a su familia. Él no ha podido refugiarse en apariencias ni ser tratado como una muñequita. Es un náufrago y lo sabe.
Cristina y Krogstad son dos seres a los que la vida ha tratado con dureza. Cada uno se aferra a su tabla para no hundirse. Pero al mirar la realidad de frente tienen claridad respecto a su situación.
Centrándonos en ambas mujeres, es muy significativa la visión que tienen del trabajo. Cuando Nora se vio obligada descubrió que, “a pesar de todo, era un placer trabajar y ganar dinero”. Cristina adopta una perspectiva más amplia; desde su soledad sabe que “trabajar para una misma no produce alegría”.
Nora ha descubierto que su matrimonio se basaba en apariencias y mutua incomprensión y, por eso, opta por la soledad. Cristina comprende que la soledad no es buena y, por eso, se mantiene en la realidad buscando “por quién trabajar… por quién vivir… un hogar al que llevar un poco de calor…”.
Ni la soledad es objetivo que permita construir la propia personalidad ni el problema real es el enfrentamiento entre hombres y mujeres.
Quizá la cuestión es que, al margen de su sexo, hay personas que viven en las apariencias hasta que descubren que ese estilo de vida no es lo que realmente necesitan y hay gente que opta por la realidad porque sólo desde ahí se puede mejorar la propia vida.
Y por cada una de esas vías caminan millares de mujeres. Y millares de hombres. Unos convierten su vida en una mentira; otros avanzan con autenticidad.