La sensibilidad tiene mucho que aportar para un mejor desarrollo de la sociedad
“No se le puede decir nada, es demasiado sensible”. “Este trabajo es para gente fuerte, no para sensibles”. Estas son algunas de las frases que escuchamos habitualmente. Es tan solo un reflejo de la mala prensa que tiene la sensibilidad en nuestra sociedad.
Al mismo tiempo, observamos que hoy en día los sentimientos se han convertido en la brújula para la toma de decisiones de muchas personas.
Así, muchos actualmente mantienen relaciones de pareja poco duraderas, ya que solo saben vivir la etapa en la que “sienten” emociones de alta intensidad y, cuando llega la normalidad y la rutina, se les “apaga el amor”.
¿Qué está ocurriendo con la sensibilidad? ¿Es la sensibilidad un signo de debilidad? ¿Se ha vuelto la sociedad más emotivista y menos racionalista?
Reconceptualizando la sensibilidad
En primer lugar, necesitamos entender por qué la sensibilidad no es debilidad. Sensible no es lo mismo que frágil. Sensible hace más bien referencia a la capacidad de sentir o percibir. Cuando tenemos la piel sensible, no decimos que sea una piel frágil o débil, sino que percibe (nota, siente) mucho cualquier influencia externa.
De forma análoga, las personas sensibles están más despiertas para reconocer los movimientos emocionales de su entorno. Así, las personas sensibles notan enseguida cuál de sus compañeros de trabajo ha dormido poco o si alguno de ellos está teniendo problemas en casa. Por ello, se les podría denominar personas altamente perceptivas.
En este sentido, la sensibilidad tiene mucho que aportar para un mejor desarrollo de la sociedad. Por ejemplo, la capacidad de empatizar con las emociones de otros o de percibir necesidades que otros no son capaces de detectar es muy notable y puede ayudar a resolver numerosas situaciones.
También son personas con mayor facilidad para recibir el mensaje completo que transmiten las obras de arte, las piezas musicales, etc., entre otros beneficios. ¿Pero qué hay del sentimentalismo colectivo?
A nivel social, atravesamos una época emotivista en la que tendemos a juzgar los hechos por lo que nos hacen sentir y no por lo que son en realidad. El ejemplo más cercano que tenemos es la publicidad: los refrescos ya no necesitan anunciar sus propiedades químicas; basta con que hagan referencia a cómo nos harán sentir.
Este emotivismo colectivo (que tiene sus ventajas, ya que ha permitido a muchos expresar emociones que antes no se permitían compartir) debe ser tomado con precaución, ya que muchas acciones que tenemos que emprender se basan en la responsabilidad personal y no en cómo nos harán sentir.
¿Cuándo la sensibilidad me hace débil?
La sensibilidad (la capacidad para percibir) se convierte en un enemigo poderoso cuando le damos la última palabra: es decir, cuando pensamos que todo lo que sentimos es verdad por el simple hecho de que lo sentimos.
Nuestros sentimientos no siempre son la mejor guía, porque están condicionados por experiencias de una infancia temprana que ni siquiera somos capaces de recordar. Incluso las posibles fobias que tengamos (como el miedo a las arañas o a quedarnos encerrados en un ascensor) pueden provenir de situaciones vividas en los primeros meses o años de vida. Si las condiciones se repiten, podemos experimentar el mismo miedo infantil sin necesidad de recordar aquellas experiencias.
Por todo ello, si tus movimientos emocionales son demasiado intensos en situaciones relativamente cotidianas, sería bueno que te plantearas la posibilidad de que tus sentimientos te estén jugando una mala pasada. En estos casos, es necesaria la ayuda de un profesional para revisar aquella circunstancia original y superarla adecuadamente.
La sensibilidad natural (es decir la que poseemos de nacimiento y no es fruto de heridas emocionales) es positiva, siempre y cuando consigamos adueñarnos de ella para que no nos paralice cuando estamos desempeñando nuestras actividades libremente escogidas.