Ocurre en la iglesia San Giovanni Maggiore, en el centro histórico de Nápoles. El experimento es del sacerdote Salvatore Giuliano. Mira cómo es
Salvatore Giuliano, joven párroco de la Basílica de San Giovanni Maggiore -una de las Iglesias más antiguas de la cristiandad, en el corazón de la Nápoles histórica- se esfuerza por tratar de proteger a quienes afectuosamente llama mis muchachos.
Son jóvenes, en gran parte menores de edad, frecuentan locales de la zona, en las noches del fin de semana beben hasta no poder más: cerveza, vodka, gin, chupitos a un euro que se zampan como si fuera agua fresca.
“Sin juzgar nunca”
Los ve vagabundear de un bar al otro, con el rostro descompuesto y la mirada perdida. Continúan hasta la noche, a veces se pelean entre ellos, alguno fuma porros, a menudo -cuenta el sacerdote- a dos pasos de la basílica, bajo la mirada atónita de turistas y residentes.
De ahí nace una idea, ¿cuál?
Abrir las puertas de la iglesia, el sábado por la noche, hasta la una de la madrugada, para acoger a los jóvenes que hayan bebido demasiado, o -sencillamente- tienen ganas de hablar y no saben con quién hacerlo.
“Los acogemos y los escuchamos sin juzgarlos -dice el párroco, ya conocido por sus batallas por la legalidad en el barrio-. Quieren hablar, contar. Intentamos usar su lenguaje: si quieres que los jóvenes te escuchen debes lograr establecer una sintonía, de otro modo has perdido de entrada”.
Los “Baci”
Con el padre Salvatore, en la iglesia el sábado por la noche hay un grupo de cuatro jóvenes sacerdotes, motivados y equipados para tratar con los muchachos. Con ellos inventó la historia de las frases.
“Puse dos cestas al pie del altar: dentro hay bolitas de papel y en cada una, una frase al estilo de los Baci Perugina (chocolates con frases dentro) que en cambio contienen frases tomadas del Evangelio”.
Un experimento que funciona. “A veces entran solo para agarrar la bolita de papel, leen la frase y se van (…) Lo importante es lograr hacerlos entrar en la iglesia. Luego, utilizando los instrumentos adecuados, tienes buenas posibilidades de verlos volver” (Il Mattino, 9 enero).
Los datos sobre jóvenes alcohólicos
En el último informe al Parlamento del Ministerio de Salud en Italia -el relativo a los datos de 2018- está escrito que de los 38 mil intoxicados por alcohol que llegan a Urgencias, el 17% tiene menos de 14 años.
Y que entre los 15 y 17 están aumentando los casos de “binge drinking”, el exceso de consumo destinado a emborracharse.
Terminan en el hospital más a menudo las chicas que los chicos porque las enzimas del hígado femenino tienen menos capacidad de metabolizar el alcohol.
Y, en cualquier caso, la no metabolización implica altos riesgos (incluso frente a pequeñas cantidades de alcohol) al menos hasta los 21 años de edad, porque hasta esa edad (en un físico aún no entrenado) el alcohol no absorbido circula tal como es y causa intoxicaciones. Interactúa con las neuronas y perjudica el funcionamiento, por ejemplo, con posible pérdida de memoria y orientación.
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La opinión de los expertos
Si se le pregunta por qué los jóvenes y muy jóvenes llegan a beber tanto, Emanuele Scafato -director del Observatorio Nacional del Alcohol del Instituto Superior de Salud -responde que “mucho depende de la estructura familiar“, que para los adolescentes a menudo “el alcohol tiene un valor deshinibidor”, que algunos (especialmente quien se siente a disgusto en un grupo) lo ve como una especie de poción mágica para mejorar la capacidad de interacción y seguir lo que hace el grupo.
Mauricio Tucci, presidente del Laboratorio Adolescencia de Milán, explica que “de hecho el condicionamiento del grupo es mucho más fuerte para el alcohol que para el tabaco y lo es más para las chicas que para los chicos”.
Y añade el doctor Scafato: “Todas las evidencias nos dicen que cuanto más joven eres para consumir alcohol, más riesgo corres de desarrollar adicción. Cuando se dice ‘perder el control’ se refiere a perder la racionalidad, la coordinación, la planificación. Significa volverse impulsivo e inconsciente. El alcohol hace todo esto porque separa la corteza prefrontal, esa precisamente de la racionalidad y el control. No racionalidad es igual a no percepción del riesgo. Y, por lo tanto, por poner un ejemplo, es como ir a 150 Km por hora cuando debería ir a 50″ (Corriere, 9 enero).
El chico que una noche, borracho, mató a siete turistas alemanes en Trentino Alto Adige tenía un nivel de alcohol en sangre de 1.97 en comparación con 0.50 del nivel máximo permitido para conducir. Cuatro veces más.
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Alcoholímetros desechables
Mientras tanto, el gobierno italiano toma medidas. Demasiadas vidas de jóvenes rotas en los accidentes de tráfico del fin de semana.
Una emergencia a la que la ministra del Interior Luciana Lamorgese intenta dar respuesta urgente a través también de la firma de un acuerdo con ANCI que prevé el control de las carreteras a la policía local, sobre todo con patrullas en los alrededores de discotecas y puntos de encuentro.
Lamorgese además envió a todos los funcionarios una directriz para reforzar los controles y la seguridad vial en las secciones más expuestas a riesgo de accidente, con un plan de prevención que implique a las autoridades locales pero también a los dueños de los locales públicos con una serie de iniciativas que comienzan por poner a disposición de los jóvenes en los diversos locales alcoholímetros desechables.
En resumen, la emergencia por accidente de tránsito se convierte en el tema del orden público y los comités de seguridad (La Repubblica, 9 enero).
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