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Adán y Eva según Mark Twain

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Manuel Ballester - publicado el 28/06/20
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Quizá no sean tan diferentes a nuestra vida diaria. No te lo pierdas…

En torno a la vida cotidiana de Adán y Eva, desde que se conocen en el Edén, Mark Twain (1835-1910) compone una serie de textos breves (Diario de Adán, Diario de Eva, Autobiografía de Eva, Diarios anteriores al diluvio, Pasaje del diario de Satanás) que suelen publicarse con el título genérico de Diarios de Adán y Eva o denominaciones cercanas.

Con distintas fechas de composición y publicación, son relatos breves, humorísticos que, con el trasfondo del relato del Génesis ilustra las relaciones entre un hombre y una mujer. Asistimos en diversas ocasiones al relato del mismo acontecimiento desde la perspectiva femenina y masculina (a las que, a veces, se añade un cierto contrapunto tomado del Diario de Satanás), que arrancará más de una sonrisa al lector.

Así se ven inicialmente. Adán sobre Eva: “Esta nueva criatura de pelo largo me está estorbando mucho”; ella sobre él: “Me doy cuenta de que siento más curiosidad por él que por ninguno de los otros reptiles. Si es un reptil, y supongo que lo es, porque tiene el pelo desaliñado y los ojos azules y parece un reptil. No tiene caderas y remata en punta como un loro”.

Sin pretender quitar el placer de descubrir por sí mismo los múltiples pasajes que ilustran lo indicado, vale la pena reparar en algunos fragmentos:

“Le ha dado por suplicarme que deje de ir a las cataratas ¿Qué tiene de malo? Dice que le dan escalofríos. No sé por qué. Lo he hecho siempre… siempre me gustó la zambullida, la excitación y el frescor. Suponía que para eso estaban las cataratas. No sirven para ninguna otra cosa que yo sepa, y para algo debieron de hacerlas. Ella dice que sólo las hicieron para decorar…

Pasé las cataratas en un tonel… No le gustó. Lo hice en una bañera… siguió sin gustarle. Nadé en el remolino y en los rápidos cubierto con una hoja de parra. Quedó muy deteriorada. Eso me valió aburridas quejas por mi extravagancia. Aquí me encuentro con demasiados inconvenientes. Lo que necesito es cambiar de ambiente”.

No es esa la única ocasión en que Adán amenaza con largarse. Así, por ejemplo, escribe en su diario: “Le aconsejé que se mantuviera alejada del árbol. Dijo que no lo haría. Preveo problemas. Emigraré”.

La tarea de dar nombre a las cosas también es abordada de modo diverso. Así lo ve Adán: “No consigo poner nombre a nada. La criatura nueva [Eva] pone el nombre a todo lo que se acerca antes de que pueda ni protestar”. Eva ve, por el contrario, que Adán es un poco lento, le cuesta dar con el nombre apropiado y, por eso, ella se adelanta, hace como que no se da cuenta de su torpeza y así lo saca del apuro: “Siempre que se presenta por ahí una criatura nueva le pongo un nombre antes de que él tenga tiempo de ponerse en evidencia con su torpe silencio. De esta manera le he ahorrado muchos bochornos”.

Todo es inédito en ese mundo: nuevos nombres (“¿Nosotros? ¿Dónde conseguí esa palabra?”), nuevas realidades, nuevas situaciones como cuando Eva, tras cambiar el nombre a “Jardín del Edén”, decide poner el letrero “No pisar el césped”.

Tras el bien y el mal, llegará también la muerte. ¿Quién será el primero en morir, cómo se vivirá esta novedad? Y los hijos ¡Qué ilusión el primer hijo! Y la educación de Caín: “Ella le contenta persuadiéndole y dándole cosas que previamente había dicho que no le daría”.

Y el final conecta con el principio cuando se lee en la lápida (y no es el único logro de Twain):

“Dondequiera que ella estaba, allí estaba el Edén

Wheresoever she was, there was Eden”

En síntesis, se trata de una relación normal de un hombre y una mujer o, lo que es lo mismo, una deliciosa historia de amor narrada con humor, en la que se funde sueño con realidad. Y los sueños revelan la nostalgia del paraíso.

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