Acude al consultorio familiar de Aleteia un hombre mayor cuyo caso nos llamó la atención. Aquí reproducimos la conversación. Por respeto, para preservar su intimidad no mencionamos su nombre. En mi último cumpleaños, una vez más mi único hijo, que vive en otra ciudad no me llamó. Esperé hasta muy entrada la noche, triste y decepcionado. Luego se disculpó diciendo que simplemente se le había olvidado. Son ya años de una relación cada vez menos cercana, algo que me duele mucho, más ahora que ha muerto su madre.
—¿Le ha hablado de sus sentimientos? —le pregunté.
—Sí, y fue un desafortunado episodio pues de una forma muy torpe le reclamé su atención al comentarle todo lo que hice por él y que gracias a mi esfuerzo el es hoy un exitoso profesional.
—¿Qué fue lo que le contestó?
—Movió la cabeza y, con gesto de penoso, me dijo: “Papá, solo cumpliste con tu obligación. Y fuiste muy exigente”. Ciertamente fui exigente, pero fue por su bien. Y eso precisamente es lo que no comprende. Me gustaría intentar aclarárselo, más temo, una vez más, no saber hacerlo, lo que podría aumentar el distanciamiento.
Fueron varias las charlas, en las que, a base de preguntas, gradualmente fue entendiendo, la importancia de comprender, antes que buscar ser comprendido.
Finalmente reconoció que había antepuesto reglas y normas al dar y recibir amor. Esas reglas terminaron estableciendo entre él y su hijo, la fría distancia que ahora lo estaba lastimando. Había logrado que fuera obediente, servicial, cumplidor de todas las reglas y muy estudioso. Mientras, lo vigilaba constantemente, cual árbitro de futbol, dispuesto a sacar la tarjeta roja al primer error que cometiera. Se enorgullecía de tener un “hijo modelo”, sin darle mayor importancia a que le hablara de usted, más por temor y desconfianza, que por respeto.
—Muy bien, permítame ahora comentar dos cualidades de la verdad de su amor, para que, entre ambos encontremos los motivos por los que quiere abrir su corazón a su hijo —le propuse.—
La primera cualidad es la abnegación y sacrificio.
En su caso, esta cualidad quedó demostrada al vivir su amor en su entrega a su hijo, al margen de que lo haya mostrado de un modo equivocado. Por ello, aun siendo cierto que su hijo no le debe nada, al recibir los frutos de un amor que se le debía en justicia; también lo es el que, a su vez, él le debe todo, pues en su sana relación filial, el hijo queda obligado al agradecimiento, la veneración y el respeto hacia sus padres.
Y siendo el suyo un amor verdadero, tenga por seguro que su hijo igualmente siente amor por usted, solo que aprendió a vivir sin manifestarlo. ¿Qué hacer? Muchas cosas. Por ejemplo: formar un grupo familiar de WhatsApp y subir viejas fotografías con notas de admiración y cariño por su hijo; no dejar pasar las fechas importantes en la vida de su hijo y su familia; eventualmente enviar algún presente; ser más abuelo y amar a su hijo en sus nietos, etcétera.
Darse sin exigir y sin perder la esperanza, pues cuando se siembra amor, se cosecha amor.
Precisamente por esta verdad de su amor, evitar el chantaje afectivo, pues el reproche aun cuando sea bien intencionado, evita el sano desprendimiento, necesario para generar confianza y conquistar una nueva relación, diferente a lo fue su afán posesivo, como usted me lo ha contado.
Otra cualidad es el respeto a la libertad.
Cuando se han cometido errores contra esta cualidad, se debe revisar de fondo la rectitud de intención, en todo lo que se dice o se hace, para actuar pensando más que nada en el bien de la persona amada, ya que amar es lo contrario de utilizar.
Puede ir proyectando este respeto, no dando sus opiniones en esto o aquello si su hijo no se la pide, dejándolo hablar con libertad y escucharlo atentamente, para encontrar motivos de apoyo en sus inquietudes, anhelos, preocupaciones, problemas o planes futuros.
Considere que de esta forma usted lograra cada vez conocerlo más, sin filtrar ya nada por lo que fueron sus prejuicios.
De esa manera, la verdad de su amor terminara allanando el distanciamiento, al vencer el falso orgullo de haber logrado un hijo exitoso o sobresaliente, para agradecerle ante todo el que sea una buena persona.
Si persevera por este camino, su hijo irá comprendiendo que usted siempre le ha pertenecido y aprenderá a corresponder, ya que amar requiere generosidad y mucha humildad a la hora de dar y recibir, como propio de alguien que ha aprendido a darse dando, y dar dándose.
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