Bello gesto del cardenal Dolan al organizar un funeral por mexicanos indocumentados muertos por COVID-19Cuando el inmigrante mexicano Crescencio Flores murió tras contagiarse de coronavirus en Nueva York, sus padres, de 87 y 85 años de edad pidieron sólo una cosa: recibir el cuerpo de su hijo para darle cristiana sepultura en su pueblo natal, Huehuepiaxtla, en el central Estado de Puebla.
Crescencio era uno de los más de 80,000 inmigrantes del Estado de Puebla que sobreviven y trabajan duramente – él como albañil – en Nueva York. Es tanta la presencia de poblanos en la Gran Manzana que ya se le conoce como “Puebla York” a barrios enteros, por ejemplo, en el barrio de Brooklyn.
Precisamente en una funeraria de este barrio, los restos de Crescencio, de 56 años de edad, pasaron varios meses. Su hermano intentó repatriar su cuerpo embalsamado. Como tantos otros mexicanos (se calcula que son cerca de 3,000 los que han muerto por coronavirus en Estados Unidos), la pandemia se lo impidió.
La vida por las remesas
¿Cómo dar cristiana sepultura a personas anónimas, trabajadores indocumentados como Crescencio, quien llevaba veinte años sin regresar a Huehuepiaxtla, enviando remesas cada mes a sus padres quienes, como miles de mexicanos (se calcula que los paisanos mandan cada año 35,000 millones de dólares a su país), viven de ellas?
La pandemia y la muerte ha hecho visible a este ejército de trabajadores del campo, de la construcción, personal de limpieza, ayudantes de cocina, lavaplatos, afanadoras y un enorme conjunto de hombres y mujeres mexicanos que han tenido que ganarse la vida en Estados Unidos sin contar con seguridad social, apoyos educativos, y enfrentando la animadversión racista.
Trabajadores muy esforzados, gente que ha hecho grande a Estados Unidos realizando labores que los propios estadounidenses se rehúsan a llevar a cabo. Cinco millones de mexicanos, como Crescencio, son indocumentados, calificados como “ilegales”, aunque sean pieza clave para muchas economías, como la de Nueva York.
Un acto de misericordia
Por ello, resulta un acto de misericordia que el cardenal de Nueva York, el arzobispo Timothy Dolan, dirigiera una Misa funeral el pasado 11 de julio en la Catedral de San Patricio, en la Quinta Avenida neoyorquina. Durante la Misa, Dolan bendijo los restos cremados de 250 mexicanos que murieron por la COVID-19.
Como es de suponer, la mayor parte de los fallecidos eran trabajadores de los llamados “de la primera línea”: personal de limpieza en hospitales, camilleros, enfermeros, albañiles, operadores de transporte de alimentos, “héroes anónimos” que, no obstante la brutalidad de la pandemia, hicieron que Nueva York siguiera en movimiento.
El cardenal Dolan bendijo las urnas y rezó por el eterno descanso de las víctimas mexicanas de la pandemia. Con la colaboración del consulado mexicano en Nueva York, se realizó la liturgia y el traslado aéreo de sus cenizas a México, donde descansarán en sus pueblos de origen, como Crescencio en Huehuepiaxtla.
Dolor de los vivos
La ceremonia fue seguida por las familias de los fallecidos a través de la transmisión realizada por redes sociales. Algunos de los familiares que viven en Nueva York pudieron acudir a San Patricio. Llevaban pequeños carteles que reflejaban el dolor de no haber podido despedir a sus seres queridos.
“Hoy los llevamos amorosamente a México, su hogar terrenal, y rezamos para que vivan para siempre en su verdadero hogar celestial”, dijo el cardenal Dolan mientras los mariachis entonaron canciones tradicionales mexicanas en el fondo. “Espero haber brindado algo de consuelo a las familias de los migrantes para que supieran que sus seres queridos habían recibido la bendición de Dios”, añadió el purpurado estadounidense.
En las redes, los familiares lejanos dejaron mensajes que resumen el terrible drama de la pandemia: “Adiós, hermano. No estoy en la Santa Misa, pero tú estás en mi corazón. Te amo siempre”, escribió Clemencia Bravo. “Tío Alfredo, que Dios te mantenga en su gloria”, escribió Jonathan López, “siempre te recordaremos y te extrañaremos”.
En la Catedral de San Patricio, una réplica de la imagen de la Virgen de Guadalupe acogía en su seno el dolor y la tristeza de sus hijos mexicanos; de todos los que dieron su vida para evitar que Nueva York muriera.
Con información del Catholic Sentinel