“Recuerda siempre el poder de una simple sonrisa, una mano tendida, un oído atento y una palabra amable”, aconsejaba Don RitchieDonde hay vida, hay esperanza. Pocas personas conocen esa verdad más íntimamente que Don Ritchie.
A Ritchie se le reconoce el haber salvado las vidas de cientos de potenciales suicidas a punto de saltar de un peligroso acantilado en Australia, simplemente invitándoles a su cercana casa a un té y algo de conversación.
Cuando falleció en 2012 a la edad de 85 años, su familia dijo que había salvado a unas 500 personas del suicidio, aunque el recuento oficial es de 160. Se le concedió la Medalla de la Orden de Australia y fue nombrado Héroe Local de Australia en 2011.
Quizás la mayor satisfacción de Ritchie eran los regalos, las tarjetas navideñas y las cartas que recibía de aquellos a quienes había salvado, a veces una década o dos después del intento de suicidio.
“Quienes lo conocieron saben que era una persona muy fuerte y muy capaz”, dijo Sue, hija de Ritchie, en el momento de su muerte. “Se trataba simplemente de algo que veía y respecto a lo cual tenía que hacer algo”.
Durante más de 50 años, vivió cerca de los acantilados de Watsons Bay al este de Sidney, un lugar al que los locales llaman “the Gap”, “la Brecha”.
Años antes, al principio, este veterano de la marina intentaba contener a los abatidos que se acercaban a la Brecha, mientras su esposa, Moya, llamaba a la policía. Sin embargo, a medida que se fue haciendo mayor, empezó a practicar un acercamiento más amable.
Empezaron a conocerle como “el ángel de la Brecha”.
“Lo conocí hace 40 años”, contaba el padre Tony Doherty, de la parroquia de Rose Bay, en la emisora de radio 702 ABC en Sidney.
“Fue en Watsons Bay; yo iba conduciendo a casa a la 1 de la madrugada (…). Y me encuentro una figura tumbada boca abajo, hablando con un tipo vietnamita bajito, aterrorizado, que estaba justo al borde del acantilado y amenazaba con saltar. Vi cómo esta figura lo animaba gradualmente a volver a la parte segura del borde (…). Tenía una voz atractiva y suave, maravillosa, que animó a este hombrecito a no saltar”.
“Era un hombre único”, recuerda Diane Gaddin, una activista de prevención de suicidios que tuvo una hija que murió en la Brecha.
“Es una luz y una inspiración no solo para nosotros en Australia sino para el mundo entero, porque hace falta valor, agallas, tenacidad [para] permanecer al borde del acantilado y animar a alguien a no dar el paso definitivo. (…) Era un hombre amable y persuasivo que ofrecía a la gente esperanza con palabras cálidas y acogedoras”.
Pero no todas las intervenciones de Ritchie terminaban tan bien. Por desgracia, vio saltar a varias personas, incluyendo un joven silencioso que “no hacía más que mantener la mirada fija en el horizonte”, contó Ritchie a The Sydney Morning Herald en 2009.
“Estuve hablando con él una media hora pensando que estaba haciendo avances”, recuerda Ritchie. “Le dije ‘¿por qué no vienes a tomar a una taza de té o una cerveza, si lo prefieres?’. Él dijo ‘No’ y dio un paso adelante hacia el vacío, su sombrero salió volando y me cayó en la mano”.
Sin embargo, Ritchie nunca se rindió. “Nunca tengas miedo de hablar con aquellos que sientes que lo necesitan”, afirmó en 2011. “Recuerda siempre el poder de una simple sonrisa, una mano tendida, un oído atento y una palabra amable”.
¿Cómo conseguía que las personas se dieran la vuelta e intentaran una vez más tener esperanza? Para Ritchie, la fórmula era simple. En sus propias palabras, su consejo era: “Sonríe. Sé amistoso y ofrece tu ayuda de la forma que sea”.
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